» 09-04-2020

Reflexiones tipográficas 227. La vida como récord.

He comentado otras veces que no comprendo una sanidad que alarga la vida pero no alarga la calidad de vida. Mediante esta peculiar práctica se amontonan en las residencias geriátricas toneladas de mayores que, en muchos casos, ni ven, ni sienten, ni padecen, eso cuando no son una carga insoportable para las familias, sobre todo las mujeres. Auténticos hibernados en vida la mayoría han perdido la cabeza (lo que desespera a sus cuidadores) y no les reporta a ellos mismos ni la más mínima alegría. Muertos vivientes, zombis. Y aquí entra el relato de la emoción y el cariño. Lo que racionalmente no tiene ningún sentido, emocionalmente lo tiene todo. El respeto y el cuidado de los mayores lo llevamos en los genes y aunque la vida actual no permite acogerlos en casa, eso no disminuye el cariño. La eutanasia no es sino la consecuencia de esta paradoja. La emoción nos impida liberarlos cuando la razón prácticamente lo exige.

 

Hay mucho de postureo en esta posición. Cuando los mayores llegan a una determinada edad, en unas determinadas condiciones, los médicos y cuidadores se encargan de proponer una salida “negociada”, a veces la desconexión y a veces la intervención. Se esgrime el sufrimiento, la soledad, la imposibilidad de asistencia. En el fondo es un cálculo de pérdidas y ganancias no solo afectivas sino también económicas. Mientras se defiende la emoción públicamente se acepta la razón, en cuanto la cuenta no sale. Es una de las sorpresas que te da la vida cuando tus mayores alcanzan una edad avanzada, una  escasa calidad de vida y un balance de pérdidas y ganancias ruinoso. La preponderancia de la emoción sobre la razón no es infinita. Es una cuestión de grado.

 

Por eso me sorprende que se celebre de manera tan explosiva los dados-de-alta por el coranavirus, octogenarios y nonagenarios (y algunos centenario, supongo que para conseguir el récord). A los ochenta años ya estamos amortizados y con eso no quiere decir que haya que sacrificarlos-nos (que en muchos sentidos ya lo hemos hecho) sino que la alegría es ociosa. La alegría se produce cuando llegas a los ochenta en plenas facultades mentales (que físicas ya se sabe que no). A partir de ahí la vida no tiene sentido porque no es vida. Es sobrevivencia (que no supervivencia), tiempo de descuento añadido. Evidentemente eso no es negociable. La vida propia está siempre por encima de cualquier consideración y solo los suicidas (porque están enfermos de depresión o de razón) son capaces de superar el instinto de supervivencia que es el primero que conservamos y el último que abandonamos.

 

Entre los sesenta y los ochenta los abuelos somos insustituibles como ayuda fáctica y económica para las familias. Cuando dejamos de ayudar y pasamos a necesitar ser ayudados (dependientes)… estamos amortizados. Los gobiernos no quieren ni oír hablar de la dependencia (cómo no recordar a Rajoy presumiendo de que no había derogada la ley pero que la había neutralizado privándola de fondos). ¿Cruel? Insisto en que no pretendo la eutanasia funcional. Lo que pretendo es que la medicina deje de ponerse medallas por alargar la vida en cualesquiera condiciones y no la vida en plenitud. La vida no solo es biología (aunque parte de nuestro cerebro así lo apoye). Lo que la hace plenamente humana es la dignidad y conservar la vida de un ser que ni piensa ni es capaz de ser independiente, es una atrocidad. Y no es por una cuestión de utilidad sino por una cuestión sicológica: nadie puede ser feliz si sabe que es inútil y una carga para sus seres queridos… aunque en su egoísmo biológico-superviviente, no sea capaz de percibirlo.

 

Cuando un médico te diga que te va a salvar la vida, pregúntale si esa vida va a ser digna o va a ser vegetativa (y eso me recuerda la curación de las enfermedades mentales por lobotomía). No lo hacemos porque cuando le ves las orejas al lobo no estamos para jerigonzas. Los médicos no son partidarios de dar detalles. Incluso te exigen un acompañante para no tener que hablar contigo. No es como hablar de ti con otro, como si tu no estuvieras. Es decidir tu vida entre el médico y un familiar… como si tu no vivieras. Los médicos siempre te salvan la vida, pero no la vida que tu quieres sino la que ellos quieren, la que engrosa las estadísticas. Cómo no acordarse de House al que salvaron la vida para hundirle en la miseria de la desesperación y la droga. ¡Así le quedó el carácter! Todas las vidas son apreciables, pero celebrarlo en el segmento más amortizado solo puede ser cuestión de récord. ¡Lamentable!

 

El desgarrado. Abril 2020.




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