» 22-05-2020 |
Veo un poco del Hormiguero mientras dan anuncios en las Sexta. Hablan de dejar y ser dejados, en la pareja. Dos, apuestan por lo primero y los otros dos, por lo segundo. Lo curioso es que los cuatro piensan que es una decisión que solo les atañe como individuos. Lo que piensa el otro es accesorio. Pero no se exponen solo situaciones en que todo está perdido. Se barajan otras opciones, en las que se podría hipotéticamente salvar la situación. Sin embargo la opinión del otro es impensable. ¿Hablamos de parejas o de pares de individualidades? Argumentan la culpabilidad: el que deja es el culpable y eso, por lo visto, da puntos de cara al entorno. La otra mitad prefiere que lo que no funciona acabe cuanto antes… como si no hubiera solución, a pesar de que serán los culpables. Las hormigas tienen poco que decir… por una vez.
Estamos hablando de una situación en la que todavía existe una convivencia y por tanto, un cierto diálogo. Sin embargo las decisiones ya son individuales. La pregunta es ¿Han sido durante toda la relación las decisiones individuales? o dicho de otra manera ¿nunca han sido pareja? Es evidente que con el calentón del enamoramiento, debieron ser uno, pero ¿cuanto duró? ¿Justo el plazo del calentón? Dije, al principio de la pandemia, que el mal no era el virus, era el individualismo. Ahora, cuando la distancia social corre a cargo de los ciudadanos, estamos fracasando. Cada uno decide lo que tiene que hacer y lo hace de forma personal, al margen de las ordenanzas que se emiten para salvarles la vida. Cada uno es soberano. El yoismo manda.
Venimos de una dictadura, como Europa viene de una guerra mundial. No hace tanto que estábamos en un régimen de obediencia indiscutible. Otras veces he comentado que la educación de las siguientes generaciones fue absolutamente permisiva. La ley del péndulo es inexorable. No era la defensa de la soberanía de los niños, sino la soberanía de la forma de educación de los padres. ¡Yo por mi hija mato! fue el grito de guerra de la Estaban en los medios. Pero los niños entendieron que era su soberanía y así pasaron de: ¡a las diez en casa! a traerse a la novia para confraternizar en su habitación, en nombre de la libertad. Los meapilas tuvieron que tragar en nombre del progreso. No faltaron los enfrentamientos con los maestros, porque lo que estaba en juego era la independencia de los padres y no la educación de los hijos. Todo eso, unido a la reedición de las dos Españas (en el caso de que no sean más), unos políticos infumables y a una cierta bonanza económica nos condujo a este individualismo en el que todos, absolutamente todos, nos creemos mejores que cualquiera.
Que los españoles no crean en los políticos es algo que los políticos se han ganado a pulso con sus mentiras, sus duelos insensatos, su corrupción y su omertá… y sus pobres resultados. Que además maten por sus hijos es su opción. La cuestión es que el individualismo es feroz, porque todos piensan que lo que no hagas tú por ti, no lo hará nadie. De nada sirve decir que viene el lobo coranavírico. Demasiadas alarmas ya nos han vacunado (aunque las alarmas no eran estados de alarma, ni las vacunas sirvan contra el virus) contra los cantos de sirena. Es muy “pedagógico” decir que la pandemia no se ha acabado, pero la incredulidad y el desprecio de los ciudadanos por las normas políticas ya es irreversible. Un millón de denunciados cuyas multas ningún gobierno cobrará porque están mal concebidas… pero en nombre de la ley mordaza. Postureo. Mientras la oposición a lo suyo, a derrocar el gobierno, sea como sea. Todo el mundo cuenta como pérdidas lo que simplemente eran expectativas de negocio porque vivimos en el mundo del crédito: gastamos 4,5 veces más de lo que tenemos y contabilizamos como pérdidas lo que todavía no hemos ganado. Así es la riqueza en el capitalismo: virtual. Como ese pretendido individualismo que adorna a los españoles. O nos salvamos todos o nos condenamos todos. Esto es una operación conjunta.
El desgarrado. Mayo 2020