» 28-06-2020 |
Cantaba Paquita la del barrio que hubo tres razones para que engañara a su pareja: la primera por coraje, la segunda por capricho, y la tercera por placer. Es sintomático: primero el despecho, después la frivolidad y por último el goce. ¿Por qué nuestros ciudadanos engañan las directrices de nuestros políticos? ¿Por que no se ponen la mascarilla, se agolpan en reuniones multitudinarias, incumplen, en una palabra, las normas? Parece que cuando te juegas la vida o, como mínimo, la vida de tus seres queridos, el nivel de concienciación debería ser alto. La increíblemente menguante serie “Por trece razones” alargó la lista para explicar el suicidio adolescente. El Trumpismo (la política del trumpazo) acabó con ella (y parece que está a punto de acabar con “the good fight”), pero antes -en su primera entrega- nos sobrecogió con una enumeración prolija de la multi-razón de las cosas. Las cinco etapas de la respuesta al duelo establecieron: negación, ira, negociación, depresión, aceptación. Podemos entenderlo como hiperclasificacionismo pero también como pistas para entender las cosas. Analicemos las razones que hacen que las medidas contra el coranavirus se diluyan.
1) Ignorancia, desconocimiento, hiposensibilidad. Los jóvenes se sienten inmortales. La más mínima lógica dice que la esperanza de vida es de más de ochenta años, por tanto la muerte no tiene nada que ver con la juventud. Pensar que, además, puedas ser un vector de contagio, es ciencia-ficción (literalmente). Los jóvenes entienden que el mundo de sus mayores es un mundo “raro”, opresivo, distante e incomprensible. Es su derecho de poner en tela de juicio un mundo que acaban de estrenar y que es difícil de tragar. De ahí surge la contra-cultura, y al decir contra, me refiero a que negarla es la forma más fácil de oponerse a ella. Los adolescentes se estrenan en el mundo cotraponiédose a él. Para un adolescente es imposible entender la forma de pensar de los adultos. ¿Cómo les puede gustar la madera natural, la moral, la autorrepresión, la obediencia?
2) Desconfianza. Los políticos deberían ser los personajes ejemplares de nuestro mundo… pero no lo son. No solo son contradictorios, mezquinos, falsos, etc. sino que, además, roban, se dan prebendas sin cuento y se tapan entre ellos como escolares, y por supuesto se entregan al contubernio con los capitalistas. Pero sobre todo nos engañan codiciosamente, para vivir una vida mucho mejor que la nuestra. Evidentemente legislan para una España en general que no incluye a los españoles, sino a un club privado de privilegiados: la elite. ¿Se puede confiar en alguien así?
3) Radicalidad, contracultura. Para algunos de los ciudadanos esa situación se traduce en una posición, cultural o activista, de lucha: la contracultura. Cognitiva (pensamiento) o política (activismo) lo que pretenden es cambiar una situación asfixiante. La imposibilidad de cambiar las cosas en un plazo razonable de tiempo conduce a estos ciudadanos al escepticismo y una posición que marginaliza de la política y del voto. Semejante actitud es recibida por los mangoneadores con alegría. En USA votan el 30% de los ciudadanos. Para quien solo pretende intoxicar y embaucar, es un alivio.
4) Pasotismo y elección por descarte. No existen razones porque la razón es inviable. Por tanto tratar de ser razonable es una misión imposible. ¡Seamos irrazonables! porque lo mismo da. Ante esa situación solo existe una forma de escoger, de votar: los que no la han cagado… todavía: los nuevos, los otros, los recién llegados, sean los que sean. Los antivacunas, los alternativos, los ocurrentes. Trump nos propone curarnos del coranavirus bebiendo tratamientos tópicos, o utilizando medicamentos no aconsejados ni recetados. Hay quien propone la lejía como tratamiento, y quien aboga por la conciencia de los ciudadanos (Suecia). Otros entienden que más cornadas da el hambre y se inclinan por convivir con el virus mientras la economía continúa. Todos la han cagado, incluso los que optaron por la muralla de la confinación (que se ha revelado como la mejor opción), con permiso de todos los que optaron alguna vez por las murallas, desde los romanos hasta Trump, pasando por los chinos.
Probablemente habrá razones hasta llegar a trece pero no añadirían nada. Lo que importa es que hay razones. Desautorizar acciones por la moral o por la necesidad, por el civismo o la responsabilidad no es lo único que se puede barajar. No creo que culpabilizar a los ciudadanos sea la principal opción (pero sí la más cómoda). Tampoco está de más comprenderlos en sus reacciones cuando éstas provienen de las acciones previas de los políticos y los mandamases. Finalmente de aquellos polvos nos llegan estos lodos. Amén.
El desgarrado. Junio 2020.