» 16-07-2020

Reflexiones tipográficas 257. La ingeniería de la mentira (posverdad).

Durante siglos el conocimiento residió en una elite que utilizó esa situación para justificar la dominación. JC hablaba al pueblo mediante parábolas en la seguridad que de otra manera no le entenderían (aunque se vio obligado a explicar esas parábolas a sus discípulos que tampoco las entendían). La Biblia se “pintaba” en las iglesias para que los devotos la comprendieran originando el arte sacro y la liberalización de las imágenes. La Ilustración propuso la culturización de las masas a la voz de “el saber os hará libres”. El SXX asistió a la alfabetización de las masas y, de alguna manera a su emancipación de la incultura. La popularización de la cultura de masas: literatura, periodismo, cine, música, etc constató que las masas habían accedido al conocimiento. ¡Hasta ahí podíamos llegar!

 

Las elites -que para entonces no solo acogían a los líderes militares, religiosos, económicos y mandatarios políticos sino que se habían ampliado con los gestores societarios, políticos, inversores y de la información- Tuvieron que desarrollar una nueva estrategia para mantener su opacidad, su inviolabilidad, y sus corrupciones. En una palabra de sus privilegios y la perpetuación de la dominación. Y eso implicó el desarrollo de la ingeniería de la mentira. La ingeniería de la mentira es compleja. De la mentira por autoridad (¡porque yo lo digo!), en general individual y obtenida por delegación de dios, o de la fuerza, se pasó a la mentira comunitaria por clase (oligopolio, clase científica o grupos de presión) o por consenso (seudodemocracia), además del relato, que enseguida evolucionó a propaganda. Pero pronto todo eso no bastó y hubo que tomar otras medidas. Los ejemplos se buscaron en los totalitarismo (especialistas en manipular la verdad), en especial el fascismo y el comunismo de Estado.

 

La retórica fue la solución, suponía el abandono del racionalismo (con lo que eso significa), pero no vieron otro camino. La retórica es el arte de convencer, no con argumentos racionales o institucionales, sino con la habilidad dialéctica. A pesar de la instauración de los “programarios” (el listado de las ideas y palabras permitidas y prohibidas) vinculantes, tampoco así se logró vencer el galopantemente creciente escepticismo de los ciudadanos y sobre todo de los votantes. Porque una vez instituida la seudodemocracia, el enemigo a engañar era el votante. La seudodemocracia española (fruto de una Constitución hija de la “transición” es decir amenazada por el ruido de sables y las togas de los jueces franquistas) consiste en cuatro años de autoritarismo absoluto rotos por un periodo electoral. No existe democracia directa, referéndum vinculante, adscripción de representantes accesibles, iniciativas ciudadanas, en una palabra comunicación alguna entre políticos y ciudadanos. Se trata de que los ciudadano ejercen un solo día cuatro años, que piensen que la política no va con ellos.

 

En el último cuarto del SXX fue evidente para los “servidores públicos” que ante la imposibilidad de convencer lo que había que hacer era desinformar, engañar y confundir. A esa amalgama de iniquidad se le llamó posverdad, en un avance de que había que cambiar los nombres de las cosas en la seguridad que los ciudadanos seguirían entendiendo lo que tradicionalmente se había entendido. A los recortes se les llamó “ajustes estructurales” a los despidos “actualización de plantillas”, y a los recortes de derechos fundamentales “Ley de seguridad ciudadana”. Pero antes se habían operado unos cambios de nombre mucho más importantes porque eran ideológicos. Mientras se borraba el término fascista que definía a los totalitarismos de derechas se potenciaba el término comunista como omnicomprensivo de cualquier posición de izquierdas (incluso las parlamentarias o eurocomunismo, absolutamente distantes del comunismo de Estado soviético, chino o cubano). Hoy en día, treinta años después de la caída del régimen comunista soviético, con una China capitalista y con Cuba camino de lo mismo, todavía se insulta a los de izquierdas con el término “comunista” en el sentido de totalitarismo criminal.

 

“Difama que algo queda” es la estrategia favorita de sus señorías. Saben que la ciudadanía no escucha las noticias (aburridos, asqueados, irritados) por lo que con unos pocos titulares es suficiente para intoxicar. Unos cuantos de rancio ideologismo bastarán antes de las elecciones. A los nacionalistas les basta con decir “lo nuestro”. Los de Podemos son radicales, comunistas, rompe-Españas y aliados con el terrorismo. Sin embargo los de ultraderecha, herederos de un dictador sanguinario que escondió a 45.000 ciudadanos en las cunetas de España, que esquilmó las arcas del Estado mientras presumía de austero, no fue capaz de enderezar la economía con sus cortas miras y nos dejó esa camada de chacales que defiende su memoria, se envuelven en la bandera de la Iglesia (que ya los amparó durante la guerra) y presumen de honrados. Pero además, en el colmo de la hipocresía, crean asociaciones como Manos unidas, Hazte oír o Abogados cristianos para que defiendan sus ideales (antiabortismo, antieugenésicos, anti homosexuales, anti trans, anti laicos, y sobre todo antodemocráticos) sin pringarse.

 

Hemos llegado al punto al que querían llegar: a que nadie les mire para poder robar a más y mejor, para continuar con su perpetua dominación. No podemos dejar que nos manipulen de esta manera. Hay que mirar, mirarles a la cara y decirles que son fascistas (Habemas), oligarcas, mentiroso y corruptos y que no los queremos. Ellos no se irán solos. Hay cosas que no se arreglan solas. Hay que echarlos. No solo nos jugamos el culo. Nos jugamos España y nos jugamos el planeta. La sostenibilidad no solo es reciclar o llenarse la boca de ecología. También es dejarles a nuestros hijos una democracia sostenible y eso implica involucrarse.

 

El desgarrado. Julio 2020.




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