» 24-11-2020 |
El mantra de la derecha (y parte de la izquierda) respecto al terrorismo es que ya no es suficiente con dejar las armas y pasarse al parlamentarismo (que fue lo que se les pidió en su día). Ahora es necesario (al margen de cualquier legalidad) que los antiguos asesinos renuncien a sus ideas y pidan perdón. Pedirle a alguien que renuncie a sus ideas solo se puede tildar de tortura. Uno puede estar equivocado, e incluso sin estarlo, haber cometido actos irreparables. Pero no se puede pedir a nadie que renuncie a sus ideas, porque las ideas no delinquen. Lo dice la Constitución. Solo la religión (los pecados de pensamiento) y los estados de represión, condenan las ideas. Cuando una facción política condena los pensamientos es que está profundamente imbuida de la ideología religiosa, y para que vamos a negarlo, religión y fascismo son ideas paralelas: autoridad superior, dogma y fuerza (coacción).
Imponer normas de comportamiento más allá de la ley y la costumbre (perfectamente delimitada) es algo que una democracia no puede hacer. Imponer normas no recogidas por las disposiciones legales es ilegal. El sentido común se puede utilizar para interpretar la ley, como se puede utilizar la tradición o el sentido propio de las palabras, la jurisprudencia o la costumbre, pero no se puede utilizar para complementar la ley con nuevas disposiciones. Un político no puede confundir las normas de obligado cumplimiento con las opiniones. Y no puede establecer líneas rojas (de opinión) que tengan consecuencias directas en el quehacer obligatorio de los políticos: el bienestar social, el respeto de la ley y de los derechos. Los ciudadanos tenemos derecho a que los políticos cumplan con su deber y cuando un político mediatiza su labor oficial a líneas rojas de opinión conculca los derechos de los ciudadanos.
Un caso parecido sería la objeción de conciencia y su consecuencia inmediata la desobediencia civil. Porque el PP ha llamado a la desobediencia civil e incluso institucional (en las comunidades en las que gobierna) en el caso de la reciente ley de educación (una ley aprobada legalmente) pero que al PP no le gusta. Pero la línea roja más gruesa es el bloqueo de cualquier iniciativa que pase por que el gobierno haya pactado con partidos democráticos y legales con pasado terrorista o presente independentista. En una palabra: el PP está “legislando” moralmente es decir de acuerdo a normas extralegales (extravagantes les llamaban los romanos a las leyes que no se incluían en los repertorios o digestos). Así las cosas el PP no se limita a la política sino que la trasciende ampliando su ámbito a lo ético-moral, lo que lo convierte en un partido político-religioso. Visto así se explican muchas de las actuaciones del PP desde la defensa a ultranza de la fe católica, la oposición al aborto, la educación religiosa, etc. Y podemos suponer, por buenas razones que rezan por la redención de los homosexuales (mientras financian a organizaciones como “Hazte oír”) y añoran el nacional-catolicismo (a cuyas organizaciones asimismo financian).
Para el PP la política es una cruzada como lo fue para Franco la guerra civil, contra ateos, chavistas bolivarianos, pecadores y gentes de mal vivir. ¡Cómo no recordar la inefable ley de vagos y maleantes! Aquello del centro político empieza a quedar muy lejos. El aliento en el cogote que le aplica VOX ha operado una derechización en el PP (si cabe) que se reconduce en una moralización religiosa y ético-normativa. El estado laico cada vez queda también más lejos a pesar de la hipocresía PPera que se desliga de las acciones directas a favor de la iglesia, la dictadura de Franco y la moral religiosa financiando (con fondos públicos) organizaciones y asociaciones “ad hoc” que les hacen el trabajo estratégicamente más “oscuro”. Evidentemente la moral cristiana no ha afectado la trayectoria del PP en cuanto a la igualdad, la caridad, la corrupción o la honestidad. El PP, como la misma Iglesia, sabe deslindar lo que es importante para todos y lo que es importante para los dirigentes. Tal y como los periodistas saben que la verdad no se difunde si los periódicos no se venden -lo que invierte la causalidad-, los políticos saben que si no hay políticos bien pagados y consentidos no puede haber bienestar social. O como los bancos pueden ser ruinosos porque son demasiado grandes como para dejarlos caer. El periodismo, la política o la economía parda. ¡País!
El desgarrado. Noviembre 2020.