» 07-02-2021

Reflexiones tipográficas 303. Periodismo y sensacionalismo.

Si un periodista me preguntara (es retórica, nunca sucederá) por qué, soy tan crítico con los periodistas -esos salvadores de la patria- contestaría que no soy crítico con… sino simplemente crítico. A la hora de repartir hostias soy absolutamente democrático (o estocástico como Platón entendía la democracia). También puedo decir que si sigo siendo español, no solo es porque haya nacido aquí, sino porque sé que la apatridia no es concedible. Mi problema no es pagar impuestos, sino aguantar la vergüenza de pertenecer a una nación corroída por la corrupción, el cuñadismo, la estupidez y la desidia. Nunca cambiaría de nacionalidad (excepto a la no-nacionalidad) porque sé que todas las naciones son iguales ante la estulticia. Como tantas veces he dicho todos los políticos son iguales (solo peores que los oligarcas) y por tanto, lo mismo me da un país que otro. Voto, porque no pienso renunciar a la única raquítica rendija democrática de la que puedo gozar, pero me gustaría ser apátrida, no pertenecer a una nación que solo me provoca vergüenza. ¡Beba España!. Como los independentista (por otras razones puesto que ellos si tienen una Arcadia dorada y unos políticos idílicos que yo no he encontrado), yo tampoco estoy aquí voluntariamente. Puedo escapar de España pero no puedo escapar del sistema. No soy libre. Y habiendo declarado mis principios vamos al grano.

 

Os he hablado otras veces de la “partición de lo sensible” de Rancière, que os recuerdo que es: la clasificación del mundo que se hace previamente a juzgarlo, a reflexionar sobre él. Es decir, previo a la racionalidad, a la reflexión, a la filosofía, a la ciencia. Pensaréis que la ciencia o la filosofía son ajenas a estas clasificaciones previas. No es así. La ciencia está profundamente asentada en la metafísica lo que hace que los principios de identidad, tercio excluso y no contradicción aristotélicos sean incompatibles con la cuántica y con la posmodernidad, es decir… falsos. Sobre la filosofía, la evidencia es mayor puesto que al basarse exclusivamente en el razonamiento, se excluye cualquier tipo de experiencia (o mejor dicho, se denosta). Nada está excluido de la partición de lo sensible. Y por fin, tras tantos prolegómenos llegamos al tema: ¿Es inocente el periodismo cuando interpela, o el mero hecho de hacer una determinada pregunta significa una partición de lo sensible que influye sobre la respuesta?

 

Otras veces he insistido en la exigencia que utilizan muchos periodistas de que la respuesta sea bipolar: o sí, o no. No hablo ahora de esa exigencia que en realidad es ventajismo para obtener un titular (que no da para para esplanaciones) sino de otra cuestión: de la partición de lo sensible previa para centrar la respuesta en un determinado segmento. La pregunta determina en gran manera la respuesta. En las escuelas deben enseñar a los periodistas a preguntar, pero ¿deben enseñarles a forzar la respuesta? ¿Deben tender trampas para obtener, no la verdad sino lo sensacional? Saber preguntar es un arte: Gabilondo, del Olmo o Alsina son capaces de extraer noticias de quien no quiere darlas. Pero ¿dónde se sitúa el límite? ¿Cuándo se deja de buscar la noticia y se empieza a crearla? Conocemos a muchos periodistas que no conocen la diferencia (Inda, Marhuenda, Clavé). Otros disponen de una ética que -en distintos grados- les sitúan en una cierta normalidad. Pero sin ánimo de establecer fronteras, deberían ser los propios periodísticas los que se auto-regularan para garantizar el derecho a la información. ¿O es el Estado el que debe garantizarnos ese derecho? De la sartén al fuego.

 

Ahora ya sabéis el por qué del prolegómeno. Para que en vez de investigarme se ceben en mi anarquía y se conformen con desecharme por radical. Al fin y al cabo es lo que más les gusta. Y todo, por no poder aguantar un  país de pandereta y unos periodistas sensacionalistas. ¡País!

 

El desgarrado. Febrero 2021.

 




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