» 20-02-2021 |
No existen los manuales de autoayuda, solo existen los manuales de dominación. Lo que esos manuales te dicen es lo que tienes que hacer, lo que te dicen que es mejor para ti. La voz de su amo. Existe una voz que todo lo sabe y que te guiará a la liberación. Poca diferencia con la religión que defiende a un dios que todo lo sabe y todo lo rige. Pero también equiparable a las ONG, que son órganos de poder al margen del poder establecido. No porque tengan objetivos que las justifican, sino porque solo pueden obtener el poder en la marginalidad y la financiación en las instituciones. Todo es poder, dominación. La Iglesia es lo mismo: una forma de poder al margen del poder establecido. Un poder alternativo al político, pero poder al fin. Y con unos privilegios extraordinarios. Pueden enseñar en contra de la ciencia oficial, pueden mancillar impunemente, pueden inmatricularse bienes con la aquiescencia del Estado. No hay un solo poder. Hay muchos, y todos quieren lo mismo: dominar.
Las mujeres -sección de la sociedad oprimida ancestralmente- han sido dominadas históricamente. El género ha sido una marca de dominación. Pero no es menos llamativa la opresión de los colonizados (pro-emigrantes) o de los altersexuales. En cuanto el ser humano pudo decidir, decidió la dominación. No es una cuestión ética. Dominar es no ser dominado. Así de simple. O ganas o pierdes, o depredas o eres depredados. La dominación tiene raíces biológicas. Pues bien, esas mujeres -y muchos otros oprimidos- desarrollaron el micropoder: el poder en los pliegues, el poder en las sombras, el poder discreto, el que no ofende. Existe un poder metafísico y un poder supervivencial, resistente, reactivo. Ese poder ha sido el de las mujeres, de los colonizados y de los altersexuales, pero no solo. Cito solo los pliegues del contrapoder más conocidos. Los defensores del ecosistema, de los animales, de cualquier otra cosa que tenga derecho a existir bajo el sol, de la alimentación sana y responsable, nunca han sido contemplados, porque la dominación no aspira a distinguir. Aspira a dominar.
En las tribus, en los pueblos, no existen pliegues en los que esconderse y las minorías (en cuanto oprimidas, que no en cuanto a numerarias) tuvieron que amilanarse. Por eso fomentaron y apoyaron (impulsaron) las ciudades en las que la dilución de las tendencias, de los géneros y de las altersexualidades podía ser un hecho. Quizás, las ciudades no fueron el resultado de la civilización sino el resultado de un impulso liberador de todos esos colectivos que no tenían cabida en el pueblo o en la tribu. La ciudad diluía la “moral” en la masa. ¿Que es París, Londres, NY sino eso? Las teorías económicas dicen que la unión hace la fuerza y que ciertas empresas solo se pueden acometer por grandes colectivos. Las teorías sociológicas dicen que los grandes agrupaciones solo eran posibles mediante una ideología común. Seguro que todo eso influyó pero, quizás, solo quizás, la ciudad es el producto de los oprimidos, de los que huían de las opresión o de la marginación, o quizás simplemente su producto.
Es evidente que Platon no supo entender la ciudad, pero desde entonces nadie ha tratado de entenderla. La teoría cibernética dice que los nodos intensos de concentración de impulsos son los más probables. La ciudad es un cúmulo de posibilidades de interacción. Perfecto, pero ¿donde se sitúan los humanos? Probablemente fueron los artesanos (especialistas) los que establecieron los primeros barrios, que fueron los gérmenes de la ciudad (los “barrios” de la ciudad), los aristócratas y los monjes ya habían establecido su centralidad, los suburbios se crearon solos por exclusión, y así nació el “zoning” esa marca sacrosanta del urbanismo. Clístenes fue el primer urbanista (el urbanismo es topología), el primero que dividió la ciudad desde el punto de vista del poder. No lo hizo por diseño o por razón, lo hizo por reconfigurar el poder. Desde entonces el urbanismo ha sido una herramienta del poder (No olvidemos a Hausman). El zoning es la partición de lo sensible (Rancière) en estado puro. Nadie se ha atrevido a criticarlo. El zoning solo puede existir, si el “consenso” ha propiciado que la política se convierta en policía. El zoning es pura antipolítica, la pacificación de la convivencia desde el asentimiento al poder tradicional.
Pero ¿cómo se origina la dominación? Evidentemente por la tradición (nacimiento o riqueza) es decir los título “indiscutibles” y por la fuerza o la sabiduría, los títulos adquiridos. Aristóteles aduce la virtud, pero, para él la virtud es la oligarquía o la aristocracia. Tal como dice Rancière la democracia y la política, son el producto de una ruptura impensable de esos títulos: la irrupción del pueblo. Pero ¿quien lo introduce? Es evidente que no hacía falta para nada. Sí. Hacía falta. Como coartada, como alternativa, como modo de desplazar el poder consolidado frente a un poder emergente. El poder (la soberanía) del pueblo se ha esgrimido siempre como la alternativa legítima a un poder consolidado. ¿Por que, cómo oponerse al poder de la tradición (la aristocracia/oligaquía), de la monarquía (que emana de dios) o de la metrópoli (madre de las colonias). Se necesita un título de legitimidad que se “improvisa” sin desdoro: la soberanía del pueblo. Pero no para respaldarla sino para usarla, para justificar sus fines, para esgrimirla. Y de ahí surge el problema actual: la soberanía del pueblo es un fantasma, figura en la constitución pero nadie en el poder quiere que sea más que eso: un figura retórica. Como diría Fannon somos los desheredados de la tierra, en nuestro caso desheredados de la política. La dominación es algo a lo que jamás podrá aspirar el pueblo. Por definición.
Y entonces explota la microdominación. El único poder al que pueden acceder los oprimidos, los excluídos, los marginales. Todas las revueltas que estamos viendo y que los periodistas y políticos no entienden son la muestra del micropoder: la algarada, la desobediencia civil, el cabreo, la indignación. Nuestra democracia “plena” no admite ninguna forma de participación de los ciudadanos fuera de la rendija electoral. Esos ciudadanos que se manifiestan y que violentan la sociedad no son el producto del vicepresidente del gobierno, de grupos terroristas, de facciones organizadas. Son ciudadanos indignados, cabreados, desmandados. Y no comparemos quien se desmanda más: ¿los políticos al no encontrar el momento de enmendar las leyes de la derecha, la sociedad al no entender que el paro de los jóvenes es desesperación, los medios que solo quieren la carnaza del espectáculo, los pensadores que no son capaces de darse cuenta que esto es algo más que una algarada o los policías entregados a su misión de establecer el orden público?
Esto no es problema de libertad de expresión ni tiene que ver nada con Hasél. Todo eso son los detonantes. Es un problema de una sociedad que ya no puede más, porque esta democracia “plena” que “disfrutamos” es absolutamente insuficiente. Como siempre los medios fascistas encienden la mecha exponiendo el panorama de la debacle. Es evidente que existen activistas que se unen a todas las manifestaciones (incluso a las del Barça) para desestabilizar. Pero centrarse en esos “activistas” para no entender lo que el pueblo pide es simplemente manipular. Tenemos un déficit democrático y no lo estamos solucionando. Lo estamos malentendiendo (en el mejor de los casos) y manipulando (en el resto). Tampoco es un problema de condenar o no hacerlo, puesto que condenar es opcional para los partidos políticos y lo ha sido siempre. Condenar es un recurso retórico que se aplica cuando estratégicamente conviene. Cuando los medios se alinean con el Gobierno, los ciudadanos estamos jodidos.
El desgarrado, Febero 2021