» 21-10-2023

Animales racionales 0. Introducción.

A la hora de autoelogiarnos no tenemos barreras. Animal racional, homo sapiens, sapiens, … a imagen y semejanza de Dios, pero ¿somos realmente racionales? ¿Es la racionalidad el motor que impulsa nuestro comportamiento? La respuesta es absolutamente no. En primer lugar somos animales (en ese punto la definición iba orientada), guardamos de nuestro pasado animal multitud de instintos (entendiendo por instinto la inteligencia -la forma de gestionarnos con el entorno- inflexible, la que no puede adaptarse al  medio de forma inmediata, la que necesita de la evolución (recombinación de material genético -directo o sexual, mutación, selección natural, selección sexual, cooperación, epigenética, cultura, etc.) más o menos modificados por la inteligencia (capaz de enfrentarse a cada caso concreto y cambiante). Y digo más o menos porque no se puede abandonar el instinto antes de que la inteligencia esté en funcionamiento (sería un suicidio) lo que produce diversas combimaciones. La inteligencia produce la libertad, es decir las diversas posibilidades de acción eficaz sobre el medio, el libre albedrío que nos permite tanto acelerar la evolución enormemente como caer en la nostalgia del instinto, de aquel paraíso perdido en el que el comportamiento era fácil porque solo había una o -a lo sumo -escasas opciones de decisión y acción. 

 

Pero además somos seres emocionales sujetos a sentimientos, emociones que aunque percibimos como netamente humanas son herederas de aquellas pautas de comportamiento instintual que garantizaban (a fin de cuentas) nuestra supervivencia. Solo Espinoza -entre los grandes racionalistas incluyó los sentimientos y las emociones en el cuadro racional, es decir, como característica humana. Para los demás (Descartes y Leibnitz) eran  irracionales. Las religiones (esas etapas primeras de la racionalidad) dividieron los sentimientos y las emociones (básicamente) en virtudes y vicios, tiñéndolas de moral: buenas y malas. Dios quería de nosotros que practicáramos las buenas y combatiéramos las malas. La moral es una invención plenamente humana puesto que se basa en la intención, que requiere la autoconciencia. Sea lógica (intrínseca) -como pretende Kant- o social, tradicional, divina (extrínseca, en definitiva), se base en la búsqueda de la felicidad, la costumbre, o un mandato divino, la moral nos define como especie. Algunos de estos sentimientos son profundamente contradictorios con los instintos: generosidad, altruismo, y pueden resumirse en el sentimiento de amor al prójimo, sea amor familiar, amor de pareja, amor de grupo, clase o amor de Dios. Podríamos resumirlos en comportamientos que en vez de procurar el bien del individuo, pretenden el bien de la especie. En el caso del amor es profundamente significante pues sin el estado amoroso la procreación y la crianza serían imposibles.

 

Pero además somos animales profundamente sociales. Nuestra socialidad arranca de nuestro pasado animal por lo que aunque su enorme culturización nos hace pensar en un rasgo cultural, no podemos olvidar que sus orígenes son biológicos. La oposición (muchas veces enconada) entre sociedad e individualidad es también un rasgo distintivo de nuestra especie. De nuevo la sociedad es un rasgo evolutivo que apunta más hacia la supervivencia de la especie que la del individuo. La convivencia exige el control de la violencia. En los animales también se efectúa este control. Konrad Lorentz (“La agresión. El pretendido mal”) lo explicó. La agresión sexual (procreación) o de liderazgo se controlan con las luchas ritualizadas (en las que se minimizan los daños individuales como recurso para preservar la especie) La agresión alimentaria se autocontrola también por la dificultad de la caza y la pereza. Ese control social se regulan en la ética y el derecho… porque los controles biológicos se soslayan con facilidad. En nuestra especie la seguridad cristaliza en la situación de poder y este se asienta sobre la violencia, sea fuerza física, astucia, cooperación, inteligencia (saber leer el entorno espacio-temporal) o delegación divina. 

 

La autoconciencia -punto determinante de la inteligencia, en cuanto separarnos del mundo funda una oposición (una guerra continua) de poder (de dominación del medio; los otros incluidos)- funda la individualidad constituyente. El concepto de mente (originado en la inmaterialidad más allá de todo ordenamiento sensato) mezcla instintos, pasiones, sentimientos, pautas culturales, autoconciencia, dominación, mitos, tópica, topológica, prueba y error…) en sistemas de pensamiento que privilegian una u otra característica: revelación, idea, materia, percepción, etc. Nos identificamos con nuestra mente hasta el punto que el cuerpo es una rémora que lastra una conciencia inmortal y ahí está la trascendencia, la idea de que la muerte es un accidente que la ciencia puede vencer. La esquizofrenia (la personalidad múltiple) es una enfermedad pues el ideal humano es la coherencia, la unicidad, la homogeneidad, en una palabra, la simplificación. Porque simplificar es el gran recurso para entender un mundo, por demás complejo. Somos un cúmulo de estereotipos, de ideas infundadas pero gratificantes para nuestro ego: nacemos buenos (Dios nos crea buenos) y después las cosas se tuercen por causa del mundo, del demonio y de la carne, como tan bien expone la religión. Nos negamos aceptar las cosas como son: azarosas (a-causales), teleológicas (sin un fin predeterminado), inexplicables. 

 

De todos los sistemas de pensamiento la metafísica es el fundamental en Occidente (aunque posee rasgos inequívocamente universales). Parte de unos pocos principios indemostrables (axiomáticos) sobre los que fundará su impresionante edificio de saber. El hombre es el culmen de la evolución (o de la creación). No la especie humana sino el hombre. Él es la vara de medir el mundo por lo que todos sus rasgos son la norma. Existe una diferencia entre mundo y hombre que el hombre puede discernir y actuar en consecuencia, es decir: dominarlo. El hombre puede comprender el mundo (el universo), enunciar leyes y dominar el mundo. El hombre se identifica con su razón, con su manera de entender el mundo. No con la manera de entender el mundo de los sabios sino con su propia manera de entender el mundo. Dicho complejo de conocimientos se produce por genotipo: nuestros genes y por fenotipo: experiencia y reflexión y se adquiere por educación (transmisión de conocimientos) o por indagación. 

 

Antes haré una precisión en el lenguaje. Llamamos irracional tanto a lo que carece absolutamente de razón, como aquello que se sitúa en contradicción frontal con ella. Un animal irracional es el que se sitúa fuera de la razón, que no utiliza la mente para producirse, pero que dispone de otros recursos para enfrentarse al mundo como instinto, experiencia, hábitos… que bien podríamos incluir en una razón ampliada. Un comportamiento irracional es el que se contrapone abiertamente con lo razonable. Las supersticiones o los horóscopos son irracionales porque no son científicas (no han sido verificadas por el método científico. En esta tesitura, el concepto de  Dios sería irracional El propio concepto “razonable” indica más, lo que es aceptable, que lo que responde a la razón. Las pasiones y sentimientos, los instintos son excluidos de la razón, de una razón estricta que (para ser rasgo exclusivo de los humanos) se define por exclusión: i-racional es in-humano. No es razonable que el concepto de razón esté tan mal definido. Aquí, aceptaremos un concepto de razón que responda a sus fines y no a sus características y esos fines son conocer el mundo para hacer la acción eficaz. La teoría aditiva de los cerebros (McLean/Laborit) comprende la razón como un apilamiento de funciones aditivas residentes en distintas zonas del cerebro que culminan en el cerebro propiamente humano. Cada nuevo cerebro evolutivo se asienta sobre los anteriores que no desaparecen. El cerebro propiamente humano es la suma de todos los anteriores. La dificultad de delimitar el alcance de cada uno de estos cerebros aditivos (lo que por otra parte distingue a todos los conceptos definidos de forma discreta) nos inclina a esta concepción de una razón finalista/práctica.

 

Kant distinguió entre razón pura (cognición) y razón práctica (acción) sin entrar en la clásica distinción radical entre reflexión y acción, considerando ambas, formas de razón. Es en esa amplitud en la que queremos producirnos. Las manifestaciones de la inteligencia y de la cultura son enormes y eso es lo que pretendo analizar aquí, no para dar lecciones sino para emprender un camino juntos tal como Rancière expuso en “El maestro ignorante”. Parafraseándole: todas las razones son igualmente potentes, solo varía el campo de aplicación. Esa es la igualdad fundamental de los humanos (y si hacemos caso a Hataway y al indigenismo) de los animales y de las máquinas. 

 

El desgarrado. Octubre 2023. 




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