» 23-10-2023 |
1. El sistema.
La democracia en sí misma tiene poco de racional. Como tantas veces se ha repetido es la menos mala de todas las opciones de sistemas de gobierno. La democracia es la dictadura del 51% (lo que supone la menor dictadura posible al ejercerse por el mayor número posible de “tiranos”)). La cuestión es que de alguna manera se han de tomar las decisiones y el sistema cuantitativo parece el menos lesivo (que no el mejor). Al no ser cualitativo, los derechos de las minorías quedan seriamente dañados, aunque -en compensación- pueden llegar a tener un poder dictatorial en la conformación de las mayorías pactadas de gobierno (los partidos “bisagra”). La democracia es el punto final de la deconstrucción de la dominación (de uno:dictadura, de pocos: oligocracia, aristocracia), dominación a la que se accede desde el poder que otorga la fuerza, la edad, la experiencia, Dios, el género, la tradición, el linaje, el saber, el dinero, etc. Para Platón (que ya contemplaba estas formas de acceder al poder, la democracia era la última en tenerse en cuenta y correspondía al azar (que era lo mismo que la divinidad).
Aunque -como en todo- existen excepciones, la democracia se produce por una componenda, y consiste en un paripé. Componenda por cuanto los detentadores del poder se ven obligados a conceder privilegios (derechos) a otros aspirantes a grupo de poder, y paripé, porque se trata por todos los medios de que estos privilegios no sean efectivos. El dictador (monarca absoluto, tirano…) cede ante la presión de la aristocracia, que cede, a su vez, ante la burguesía, que cede ante el laborismo, que cede ante la tecnocracia (economía, tecnología, política, mass media…). El paripé consiste en que los derechos de las nuevas facciones gobernantes sean virtuales, nominales, y los anteriores detentadores sigan cortando el bacalao, aunque más oscuramente. Es el conservadurismo, al que se opone como teoría política -en primera instancia- un liberalismo que combate al estado absoluto de la monarquía, cifrado en el poder absoluto del Estado. Lo que empezó siendo una lucha por los derechos individuales frente a un Estado omnipotente (al que había que desmantelar) acabó siendo -previa convergencia con la aristocracia, la oligocracia y el conservadurismo imperante, pasando por la resistencia ante el laborismo- en lo que hoy conocemos como “derecha” quedando el lado izquierdo de los Parlamentos para laboristas y progresistas.
En todas estas transacciones hubo pequeños avances (concesiones) en los derechos individuales y políticos hasta alcanzar el sufragio universal y femenino (astutamente no incluido previamente en el universal) a partir de cuyo momento la soberanía recae en el pueblo a través del voto. El pueblo soberano era un ardid para poner un nombre neutro al poder, evitando citar a las facciones habituales. Nunca pensaron los detentadores en que el pueblo ejerciera el poder, para lo que se articuló aquello de ”Gobierno del pueblo pero sin el pueblo” A partir de ese momento el poder es funcionarial, representativo, ejercido por unos gestores que son los políticos profesionales (disfrazados de vocacionales) y que al agruparse constituyen el último eslabón de los detentadores “reales” del poder: los partidos políticos. Estamos en la democracia representativa constitucional de partidos. Primero la revolución francesa -que inicia el establecimiento del “estado de excepción” que suspende la Constitución (Agambem) en beneficio de los políticos o militares gobernantes- y la “civilización” (civilidad) de los militares (Virilio), emprenden la “Guerra civil mundial” que entroniza la seguridad como medio de reducir los derechos políticos e individuales. El gobierno mediante decretos-ley extraparlamentarios, y la injerencia del ejecutivo en las designaciones de los órganos judiciales acaban con la separación (equilibrio) de poderes que desde la Revolución garantizaba la democracia. La sustitución de los individuos por los partidos, en la representación de los ciudadanos, ha trastocado la democracia. El transfuguismo se abre paso en esta indeterminación entre lo individual y lo grupal, pues los valores individual desaparecen en la política de empresa de los partidos. El transfuguismo es una de las lacras de la democracia más dañina, pues trastoca la voluntad popular mediante manipulaciones ilegales. La democracia interna de los partidos es inexistente lo que conduce a la paradoja de que, conducen la democracia instituciones que no lo son.
Pero junto a esos dos gigantes de la deconstrucción de la democracia (el estado de excepción y la civilización de los militares) -arropados por la seudodemocracia de los partidos- los recortes de derechos parciales son incontables. Lo primero que modula la democracia es el cuerpo electoral. Reduciendo ese cuerpo (a los nobles, a los comerciantes, a los hombres, a los cultos, a los inscritos, a un grupo de edad, etc.) se modula el resultado. Una vez establecido el sufragio universal-universal, la modulación del resultado electoral se debe realizar mediante otros trucos: la ingeniería de las circunscripciones electorales que permiten que los votos no valgan igual (favoreciendo al campo (la España vaciada) conservador frente a las urbes laboristas o redelimitando las circunscripciones de modo que todos los votos de una determinada facción -en USA los demócratas- son agolpados en una sola circunscripción dejando las otras con mayoría republicana, enmascarando en un 3-1 un inicial 2-2. Las listas electorales son obligatoriamente cerradas (no se puede añadir ningún nombre) y clausuradas (ni cambiar el orden), con lo que se vota a un partido en vez de a unos candidatos, dejando al partido en libertad de mangonear las listas. El voto rogado (en el extranjero) es un campo de minas imposible de atravesar. La ley electoral favorece a los partidos más votados perjudicando a las minoría que, además, son eliminadas si no alcanzan el 5% de los votos. Los fraudes electorales son denunciados por los propios partidos constantemente. Estamos en una democracia de “un elector un voto” pero no del mismo valor. En las circunscripciones densamente pobladas un escaño puede “valer” 50.000 votos en tanto que en las despobladas se alcanza con 18.000. Los partidos pueden ir dopados (utilizando fondos no legítimos y, a veces, ilegales). La financiación ilegal de los partidos es continua.
No es esta una enumeración exhaustiva de los “métodos” para modular la democracia en el campo electoral. Es simplemente una muestra. Pero no solo de elecciones viven los manipuladores de la democracia. La legislación parlamentaria es un escenario perfecto para recortar derechos individuales y políticos. Son los políticos (los partidos) los que legislan y lo hace de acuerdo con sus intereses (ley mordaza, ley de procesamiento, adendas a la ley de presupuestos, leyes con cláusulas foráneas a su motivación…). Pero el gobierno dispone además de los decretos-ley mediante los que legisla por encima de sus competencias ejecutivas. La lista es inacabable por lo que os remito a lo publicado en este blog -en serie- bajo los títulos de: “Lecciones de política alternativa”, “juego de poltronas”, “reflexiones tipográficas”, “la 13 y 14 legislatura”, “Datos y sapos”…
La cuestión es que el proceso de conversión de la democracia real en virtual, en nominal, ha sido imparable desde que la democracia es representativa (los políticos ejercen la soberanía en sustitución de los ciudadanos). Le llaman democracia pero no lo es; apenas conserva unas tenues pinceladas. El reverdecer (nunca desapareció, dice Virilio) del fascismo, de la ultraderecha, con su abierto desprecio por la democracia, nos muestra que la democracia no es un estado en el que una vez se ha llegado, ¡ya está! La democracia hay que lucharla cada día y los políticos se han encargado de que la desafección de los ciudadanos por la política sea monumental: intoxicación informativa, mentiras, acritud, electoralismo, poltronismo, etc. Eso les permite manipularla a su antojo. Pero, además. La presencia de la ultraderecha tiene el efecto de que parezca que la antidemocracia es exclusivamente suya, dejando a muchos otros antidemócratas operar en la sombra. ¡No hay racionalidad en el sistema!
2. Los políticos.
El cumplimiento de un programa electoral depende de que se gobierne, y para gobernar hay que ganar las elecciones (o el trapicheo posterior). Eso convierte la democracia de partidos en puro electoralismo: todo está dirigido a ganar las elecciones, a conservar la poltrona una vez se ha conseguido. La profesionalización de la política -que ha sustituido a la idea vocaciónal de forma total- hace que a los políticos y a los partidos les vaya la vida en las elecciones (lo que provoca la creación de puestos de stand-by (Diputaciones, cargos de confianza, consejos comarcales, cámaras de industria, comercio, comités de estudios y expertos, puertas giratorias, etc.) durante la oposición, a la espera de la reconquista del poder. Hacer promesas se ha convertido en un cometido de riesgo pues se juzga la labor de los gobiernos por su incumplimiento (lo que los medios alineados se apresuran a denunciar), por lo que es más rentable destrozar al opositor que elaborar planes de gobierno. La campaña electoral se ha hecho eterna y todo vale en la desacreditación del enemigo: mentiras, rumores, suposiciones, presunciones, calumnias, y en definitiva, la crispación total de la vida política (y de la sociedad).
La financiación legal de los partidos ha resultado enormemente exigua para las cuantiosas necesidades de unos partidos que llenan estadios, compran voluntades y “colocan” a sus compañeros en paro, en puestos creados para ello. Y se recurre a la ilegal. Los bancos conceden créditos (no contabilizados en la financiación legal) que finalmente son misteriosamente cancelados. Los partidos acuden dopados a las elecciones en la seguridad que para cuando los tribunales (de justicia o de cuentas) dictaminen sobre el tema las elecciones habrán pasado y la situación será irreversible. La política se judicializa. La corrupción es tan generalizada que resulta “normal” para el electorado… a lo que ayudan las campañas de intoxicación informativa que convierten en inextricable la dilucidación de la verdad. Todo esto aleja a los ciudadanos de las urnas ante la imposibilidad de extraer la verdad del cúmulo de patrañas vertidas a los medios. Estamos en una situación de desafección tan generalizada que la Europol filtró cifras del 90%, cuando nuestro Instituto de estadística decidió dejar de preguntar a los ciudadanos sobre el tema. Porque a los partidos políticos les interesa esta desatención. De hecho, contra menos sepan los ciudadanos de los trapicheos políticos ¡mejor! A la hora de las elecciones votaran por afinidad y no mediante un voto responsable emitido tras analizar la información vertida (¿) en los medios.
Los periodistas están divididos en dos facciones equivalentes a las de la esfera política y, perfectamente alineados con ella, desinforman con la misma contundencia que los propios políticos, con el agravante de que su presunción de veracidad, por parte de los ciudadanos, es incluso mayor que la de los políticos. Porque el electorado practica el candor de creerse todo lo que le dicen y el candor, paralelo, de pensar que los políticos tienen como cometido mejorar la vida de los españoles. Mejorar sí, pero no de todos. Solo los de su cuerda… y de ellos mismos. La labor desinformativa de las tertulias sería ejemplar si no fuera ponzoñosa. Cada cual arrima el ascua a su sardina con absoluto desprecio por la verdad. El resultado es el desamparo de los ciudadanos por parte de los periodistas y, de ahí, a la desafección hacia los políticos.
3. Los electores.
Al ciudadano/a medio no le importa la política. Cree en su candor que los políticos cumplen con su cometido como él mismo cumple con el suyo de sacar su familia adelante. Cuando llegan las elecciones no renuncia a votar porque esa parte de la fiesta de la democracia es la parte que más le gusta (desgraciadamente piensa que es la única parte que le toca). Y entonces se encuentra que no tiene medios de juicio para saber a quién votar, inmerso en la desinformación. Y entonces recurre a medios indirectos de decisión. Puede votar según cómo le ha ido en la legislatura, lo que significa que como siempre le habrá ido mal (la economía, hace tiempo que no da para más) votará por exclusión a lo contrario de lo que gobierna. Pero puede votar también como castigo, penalizando a los que no le han dado la mejora económica que piensa que se merece (y de ahí la importancia de prometer bajadas de impuestos), y ese castigo puede ser votar a la oposición o no votar. El ciudadano piensa que no votar es signo de desdén. Se equivoca: ni se contabiliza como desdén ni afecta en lo más mínimo a la efectividad del recuento pues se cubrirán todas las plazas y gracias a la ley de proporcionalidad (d’Hondt) la abstención favorecerá a la lista más votada.
En un arranque de cinismo puede votar surrealistamente a partidos marginales o francamente peculiares, de entre los que -merced a las transversalidades en auge- cada vez hay más: animalista, voto en blanco, pirata, bacteria, Falange, etc. Todos los votos que vayan a partidos que no alcancen el 5% serán inválidos, por lo que de nuevo favorecerán a la lista más votada. El voto militante (ideológico) se produce al margen de los resultados obtenidos por los partidos en liza. Es un voto cautivo y muy apreciado por los partidos que saben que sus simpatizantes tienden a disminuir por el fin del bipartidismo y por la desafección. El voto desencatado solo se moviliza cuando se le ven las orejas al lobo. Demuestra así que es un voto informado y comprometido… pero desencantado por unos políticos nefastos. ¿Son recuperables? El voto indeciso se sitúa entre dos facciones lindantes. Ese espacio de centro (o de centro en la derecha o en la izquierda) ha sido inútilmente deseado por diversos partidos que tras su fracaso han dejado huérfanos a sus “militantes” (el último: C’s). En las últimas elecciones el PP ha recogido todo ese voto de centro demostrando que no era tan de centro (o que se sienten desubicados). También se puede optar por la abstención o el voto nulo (que tiene la ventaja de que, en él, se puede insultar a los políticos… aunque no sirva para nada efectivo), en una declaración de “creo en la democracia pero no creo en los candidatos”. De nuevo votos que engrosarán la cuenta de la lista más votada. El voto joven o es militante o no es.
Los votantes sectoriales: feministas, jubilados, joven, son enormemente potenciales por su caudal de votos, pero mientras no surja un movimiento o partido que lo canalice (e ilusione) no tendrán peso específico. Por ejemplo el voto ecologista promovido por los partidos verdes ha sido absorbido por la izquierda y la derecha (en su manifestación negativa: el negacionismo) y es de prever que lo mismo sucedería con el voto feminista, jubilado o joven. El problema de la desafección es su principal enemigo. El voto indignado dio lugar en su día al partido Podemos, partido que cuando abandonó la indignación para abrazar el comunismo (fundiéndose con IU) perdió el apoyo con que irrumpió en la escena política. Por otra parte el voto beligerante independentista se ha dirigido a otras luchas tras el desencanto catalán. Todas estas posibilidades son ahora mismo remotas pero no podemos olvidar que la actual política de bloques, que tanto jugo da a los medios, es consecuencia del surgimiento del movimiento de los indignados en Podemos y de los descontentos con la política autonomista en el caso de C’s. Las cosas se mueven aunque lentamente y el bipartidismo ha reaccionado con fiereza aún cuando nunca recuperará su antigua hegemonía. Estas son las consecuencias de la desafección de los ciudadanos hacia los políticos.
¿Somos políticamente racionales? ¿Fallan por eso las encuestas? Ni a nivel de Sistema, ni de políticos ni de electores nos aproximamos, tan siquiera remotamente, a la racionalidad. Pasiones, sentimientos, deseos: desdén, ira, envidia, soberbia, avaricia, indignación, dominación, penitencia, pueblan nuestro comportamiento político. Quizás nos hemos equivocado y nuestros tertulianos deberían ser sicólogos o sociólogos en vez de politólogos o analistas. Quizás no entendemos la política porque no es racional. Javier Milei (ese gran payaso) pierde por 7 puntos ante Massa en la primera vuelta de las elecciones argentinas. El fascista “libertario” rompe todas las encuestas (tras romper toda cordura), que le eran favorables… perdiendo. El voto desencantado de nuevo al rescate., ¿Hasta cuando?
El desgarrado. Octubre 2023.