» 13-06-2025 |
Pensar es relacionar, relativizar las cosas (los objetos del mundo) hasta que formen una red de implicaciones mutuas, recíprocas (Rovelli). Hace falta definir cómo recibimos los datos del mundo (la percepción), cómo los clasificamos mediante una partición de lo sensible muchas veces anterior a cualquier casuística, cómo los transformamos en imágenes mentales, cómo las cotejamos con registros mentales interiores (memoria, normas, advertencias, sentimientos y emociones), cómo y con qué las operamos, mediante unas reglas de composición, las agrupamos en posibilidades, opciones entre las que decidimos… para pasar a la acción a través de los músculos y así modificar el mundo. Relacionar, posibilidad, elección… el determinismo no existe aquí puesto que el mundo no nos condiciona con su existencia excepto para informarnos. Las posibilidades son realidades hasta que se produce el colapso de todas las que se excluyen y queda solo una. ¿Es la selección así de simple: excluyente, o hay otros mecanismos?
Por ejemplo la suma de caminos de Feynman (o la probabilidad ponderada) nos hace pensar que hay otras formas de decidir además de la exclusión. ¿Qué es la ambigüedad? ¿No podría entenderse como la indecisión entre varias opciones y su presencia -sumada o yuxtapuesta- . Fin y efecto. No es tan raro cuando se produce la indecisión entre dos opciones abrazar ambas. Otra cosa es que tengamos unas reglas de acción (supervivencia) cuya coherencia nos empuja a comportarnos de forma excluyente, pero eso no sería más que una coerción a la acción. ¿La indeterminación cuántica es una cualidad de las cosas o de nuestra mente? Desde luego parece más factible que oscile nuestra mente, que el mundo. Sin embargo hemos decidido que sea el mundo el que permanezca indeterminado preservando la coherencia de nuestro modelo del mundo. Lo cierto es que la exclusión parece ser un imperativo de nuestra supervivencia a la hora de decidir. Sin descartar que los pares de oposiciones excluyentes de la metafísica son el campo donde se desarrolla nuestra inteligencia. Los niños no tienen este imperativo: no comprenden por qué tienen que escoger entre varias cosas si las desean todas. La exclusión es un aprendizaje.
La teoría de la información (Shanon) nos plantea ésta, como una teoría posibilista, de alternativas. El parecido de la formulación estadística de la entropía (Boltzmann) y la de la cantidad de información (Shanon) es asombroso. La diferencia solo reside en la cuantificación de la constante k (la proporcionalidad), por lo demás, para ambas es el número de alternativas posibles. No queda otra que afirmar que la entropía es la cantidad de información -en este caso- la información que falta, la ignorancia que tenemos del sistema, desconocimiento de los detalles, nuestra ceguera acerca del sistema. Son muchos los científicos que piensan que la teoría de la información es fundamental en física hasta el punto de ser candidata a la teoría del todo. La información se relaciona con la termodinámica, la mecánica cuántica, la gravedad cuántica, los agujeros negros (la relatividad general) e incluso, la teoría holográfica de la interacción.
Y ahora un poco de matemáticas. La noción de información la estableció C. Shanon en 1948 como: “la información mide el número de alternativas posibles de algo” (Rovelli 2023, 216). N significa el número de alternativas, de casos posibles, de caminos para llegar al caso concreto. Por cuestiones prácticas en vez de N conviene tomar el logaritmo de N en base dos al que llamamos S: cantidad de información o Bit.
S=log₂N
que se define como la potencia a que hay que elevar 2 para que de N. (2ˢ=N).
Una escala logarítmica (exponencial) es una escala más manejable que una escala aritmética (la de los números naturales) cuando se involucran potencias. Permite además una relación más pedagógica por cuanto la unidad de medida (S=1) corresponde a dos alternativas de N (N=2) es decir la opción más simple. Cuando en la ruleta sale el rojo (de dos opciones: rojo o negro) este resultado es un bit de información puesto que había dos alternativas (negro y rojo): 2¹=2. Si sale un número rojo y par tengo dos bits de información: 2²=4, es decir cuatro alternativas: rojo-par, rojo-impar, negro-par, y negro-impar. En resumen: la cantidad de información S se llama bit y es exponencialmente proporcional al número de alternativas: N. Y se acabó el mal rato: volvamos a la perorata.
La información tiene algunas propiedades que la definen: 1) es ubicua: puede residir en las personas o en las cosas, en el hecho o en el proceso. 2) Si dos eventos son dependientes, el conocimiento de uno implica el conocimiento del otro. En estos casos decimos que los dos eventos están “correlacionados” (ligados, dependientes, proporcionales, equivalentes… relativos). Un evento tiene información sobre el otro. 3) Esta situación de correlación se da siempre en la comunicación: para que uno entienda los mensajes que emite el otro debemos utilizar un código común (idioma, protocolo, encriptación, etc.). 4) Una línea de comunicación es la concreción física del nexo entre dos comunicantes. ¿Qué transporta esa línea? Información. Capacidad de distinguir entre alternativas. 5) Y llegamos a la utilidad: ¿por qué la noción de información es útil? porque mide la posibilidad de comunicación entre dos comunicantes. La utilidad es: alternativas de comunicarse, posibilidades. La línea de comunicación transporta mensajes: paquetes de información, correlacionados, y por tanto, capaces de ser distinguidos por los interlocutores. El recuento de las alternativas, cuantifica la información, la transforma en una cantidad, un número.
Si a esto añadimos: la granularidad (discontinuidad en paquetes o cuantos), la indeterminabilidad/probabilidad de Heisenberg y la interacción (sin relación/interacción no hay existencia), de la mecánica cuántica, podemos colegir que el pensamiento racional no es el más adecuado para enfrentarse al mundo… tal como he apuntado en la entrega 15: “localidad y relación”. La pregunta es entonces: ¿cuál es ese pensamiento más decuado? En primer lugar la recolección de datos debe regirse por la preponderancia de lo mental sobre lo real. Es como si solo existiera nuestra imagen mental del mundo y lo real fuera un referente que solo podemos conocer por las respuestas escuetas (tipo si-no) que da a nuestras preguntas: las reglas de inferencia. Esas preguntas se hacen desde la situación de elegir entre alternativas posibles que -una vez llegadas a la conciencia - deben ser reducidas a una, colapsadas al caso concreto como única vía de acción eficaz. No es en lo real (inaccesible) donde debemos encontrar la imagen del mundo sino en lo mental… corroborado continuamente (recursivamente) en su confrontación con lo real hasta conformar una imagen reactiva de aquel, que paulatinamente se acerque al conocimiento. La experimentalidad no se produce por la corroboración de una verdad sobre el mundo que éste nos ha proporcionado, sino sobre una imagen del mundo que tenemos en nuestra mente.
Las reglas de inferencia tradicionales: deducción e inducción no sirven ya. La abducción, el silogismo al revés (de las conclusiones a las premisas) es la regla que se ajusta a este sistema de conocimiento. Realizamos una hipótesis (mediante reglas de inferencia racionales - ahora instrumentales- como las citadas) y la confrontamos con lo real (coherencia, congruencia, analogía, lógicas en general). “Medimos” la hipótesis con lo real y -con los resultados obtenidos- la corregimos y empezamos de nuevo, en un mecanismo de prueba y error continuo (recurrente, inexacto y eterno). Eterno hasta que decidamos que el nivel de adecuación (aproximación) de nuestra hipótesis a lo real es suficiente (útil) y entonces detenemos la máquina de Turing. No es un mecanismo nuevo. El universo y la vida lo llevan usando desde los orígenes: cambio y estabilización, evolución y selección. El azar es el motor del cambio; la utilidad el decisor de continuidad. El universo es cambio continuo pero no homogéneo. Se parece más a una escalera que a una rampa. Oasis de estabilización en un desierto de cambio continuo. El modelo del fondo de microondas es perfecto: pequeñas inhomogeneidades en una estepa de uniformidad.
El modelo de pensamiento platónico de un mundo que guarda sus secretos para que nosotros los descubramos, es una falacia. El universo no tiene secretos y nosotros no somos sino los últimos llegados, nada especial. Es la mente la que construye el mundo (pregunta) y el mundo el que contesta: sí o no. Las reglas de pensamiento no son las del mundo (desconocidas) sino las de la mente (no necesariamente “razonables”. La razón es necesaria para efectuar las mejores hipótesis pero no es quien descubre o conforma el mundo. Es el mundo el que tiene la última palabra sobre unas hipótesis más o menos enloquecidas… pero finalmente tan aproximadas a lo real como queramos. Percepción y clasificación de datos; efectuación de hipótesis racionales, corroboración en lo real de su adecuación; evaluación de los posibles cambios en vías a una mejor adaptación; nueva hipótesis mejorada y vuelta a empezar. Pensar como piensa la naturaleza, aprender a pensar como lo hace el universo. La razón es un magnífico mecanismo de emitir hipótesis pero no de acertar en un solo intento (adivinación). Eso sería omnipotencia de las ideas. Justamente lo que hicieron los primitivos y lo que Platón entronizó como idealismo adivinatorio. Y un pensamiento así explicaría muchas de las incoherencias del mundo cuántico, no porque el mundo sea coherente (que no lo es) sino porque nuestra mente necesita esa coherencia como único medio de entender el mundo, de formarse una imagen de él. Nuestro último bastión como reyes de la creación ha caído: la inteligencia racional no es el final de la evolución sino un paso más. Si no podemos comprender el mundo es porque el universo “sabe” más que nosotros.
El desgarrado. Junio 2025