» 06-06-2020 |
La mayoría de los textos que os traslado están basados en mis lecturas, hasta el punto que muchos de ellos empiezan con la introducción “Leo…” Muchas veces me pregunto si he entendido cabalmente lo que leo y si lo que os traslado, transmite fidedignamente lo que el escritor pretendió decir. Por supuesto no alcanzo a lo que vosotros entendéis pero imagino que solo podrá ser lo que vuestro contexto os permite. Probablemente todas esas tareas (entender, trasmitir y comprender) son imposibles. Vivimos en la ficción de que el lenguaje es todopoderoso y que permite la comunicación universal. Pero el lenguaje es en primer lugar intensivamente emocional antes que racional. Esclavo de las pasiones y no de las razones. Pero además el lenguaje implica siempre la traducción, el traslado de las razones de un contexto a otro. El lenguaje está siempre descontextualizado, tanto en la emisión, como en la recepción.
A veces me obsesiona no poder entender lo que los escritores dicen cuando es simplemente imposible. Desconozco su tiempo, sus condicionantes, su contexto y así es imposible. Claro que no es una imposibilidad absoluta. Con mayor inteligencia y erudición sería posible que su contexto me fuera transparente, pero no es así. Quizás es un pecado de soberbia. La soberbia de los filósofos de pensar que, con la sola razón, es posible entenderlo todo. Kant escribió hace doscientos veinte años. Napoleón dominaba Europa, las mujeres eran instrumentos, el colonialismo era una forma de legitimidad y la esclavitud era admitida a pesar de las tibias leyes. El absolutismo político era apenas contestado, la religión dominaba el mundo, la democracia no existía ni siquiera -como ahora- como aspiración. Los obreros iniciaban su lucha para obtener los mínimos derechos necesarios para sobrevivir y Marx basaba su filosofía en el trabajo. Las mujeres y los niños trabajaban en las minas y en las fábricas, en jornadas de 14 horas y en condiciones de vida anhigiénicas y deplorables, la revolución industrial ya estaba en marcha aunque nadie fuera capaz de interpretarla. ¿Se puede entender a Kant sin atender a ese contexto? ¿Se puede pensar que la filosofía no tiene que ver con la historia? Eso sin contar los condicionantes personales: su educación, su religión, su entorno social. Kant no era un filósofo, era un mecanismo (extraordinariamente afinado) de su época.
Pero si pienso en la transmisión del pensamiento me encuentro con los mismo problemas. Es cierto que transmito a los que comparten conmigo época y contexto pero las diferencias individuales se han hecho mucho más amplias. Las diferencias de clase (de grado de dominación) se han convertido en diferencias ideológicas (de facción de pensamiento ideológico) y es difícil explicar a un ultraliberal el pensamiento de un radical. Las emociones tiñen las razones y somos antes de derechas o de izquierdas que pensadores ecuánimes. Las pasiones lo tiñen todo, pero sobre todo, las razones. Cada vez estamos más lejos (histórica e ideológicamente) de un idioma universal, de una palabra (un logos) que pueda ser entendido por todos.
¿Es la famosa confusión de las lenguas? ¿Es la consecuencia de nuestro descreimiento? No lo creo. Es la consecuencia de nuestra libertad, de nuestra independencia de criterio. Se han acabado las verdades universales (no otra cosa predica la posmodernidad). La verdad es una cosa individual y así, hay tantas verdades como individuos. Es un poco lo que pasa en el derecho internacional en el que a falta de soberanías recíprocas (explícitas, por supuesto) solo se puede acordar por consenso. Ya Platón (república) apuntó que en la diatriba entre la deducción y la inducción solo se podía llegar al acuerdo por consenso. Tiene gracia que Iglesias para apuntalar el pacto logrado con Bildu sobre la derogación de la reforma laboral, recurriera a la consigna suprema del derecho internacional: “Pacta sunt servanda”. Los pactos son para ser cumplidos. En un mundo donde desaparece (aparentemente) la dominación, la jerarquía, la sojuzgación, solo los consensos pueden ser invocados. Pero el tema del consenso ya ha sido revisado por filósofos como Ranciére: el consenso es otra forma de dominación.
El lenguaje nos hace humanos pero no nos hace racionales. no funciona ni para entender ni para explicar. Y además está teñido de pasiones, de emociones, de sentimientos. ¿Cómo alguien pudo pensar que el lenguaje fue el vehículo del logos, sino el logos mismo? Muy sencillo: porque el logos no es racional. El logos es un medio de interacción mental pero no el único ni el más eficiente. La posmodernidad está en ese lío. O supera el lenguaje o lo acepta como algo distinto de la comunicación racional. En definitiva. Sé que nunca podré entender a los autores que leo ni podré explicar (de modo que se me entienda) a los lectores que me leen. Solo queda una opción: la subjetividad pura y dura: entenderé lo que sea capaz de entender (es decir, interpretaré) y explicaré lo que sé, que no será entendido bajo mis parámetros (es decir me entregaré a la teoría de la recepción). No es muy diferente de lo que dijo la hermeneútica (Gadamar) ni la teoría de la recepción (Iser, Jauss). No es muy diferente de los dijeron los antecesores de la posmodernidad.
A partir de ahora tened por seguro que lo que leáis de mi pluma será una interpretación… en el caso de que no lo supierais ya. Sin embargo, trataré siempre de alcanzar el pensamiento de mi maestro (en cada caso) con las limitaciones que os he expuesto. ¡Que la farsa continúe!
El desgarrado. Junio 2020.