» 22-12-2019

Comer para vivir 7. Servicio.

Compro en un puesto del mercado de Sant Antoni. El dependiente debe ser eventual, contratado para las navidades. No sabe nada de lo que hace. Ni siquiera sabe usar las complicadas máquinas pesadoras/registradoras que por su parecido con los videojuegos deberían ser de su cuerda. Todo son consultas con su compañera. La cosa llega a que entre dos bandejas de anchoas grandes y pequeñas es incapaz de saber cual es cual. Cuando veo que se equivoca le señalo que me parece que las grandes son las otras. Nueva consulta a su compañera. Son las otras. N i siquiera el tamaño le sirve para guiarse. Ceno en un local de Manresa especializado en ibéricos. Hay dos menús. Pido uno y al poco ya se ve que aquello no funciona. Preguntas, consultas, finalmente resulta que ese menú no se puede servir porque se ha acabado. Es una de las cosas que más me gusta en un restaurante. Tenemos de todo hasta que lo pides. Entonces hay que aclarar que no, que has pedido lo que no había. Tengo prisa, le pido que acelere. Entonces una de sus compañeras sale en su defensa diciendo que no podemos tratarle de esa manera (¡pedirle que se apresure!). Le pregunto si ellos pueden tratarnos a nosotros (los clientes) como trapos y nosotros debemos tratar al servicio como a príncipes. La trifulca está servida.

 

Antes se les decía al servicio que el cliente siempre tiene razón que era una manera de decir que el servicio estaba a su servicio. Ahora no se le dice porque la precarización de su puesto de trabajo no da para dar lecciones. Y el cabreo que el servicio tiene con su jefe -al que no pueden rechistar porque se van a la calle- lo depositan en el cliente como si los que consumimos fuéramos los culpables de la mierda trabajo que tienen. Todo el mundo tienen derecho a un trato digno, incluyendo el cliente. Parece que el mundo se ha dividido en dos clases: los que pagan (jefes y clientes) y los que cobran (asalariados y proveedores). Son las dos nuevas clases sociales. Los clientes hemos caído del lado de la opresión, y del lado de los que no merecemos nada: ni información, ni respeto, ni educación. La imagen de los teleoperadores mendigando un diez porque cualquier otra evaluación no les vale es sintomática. En los bares y restaurantes los clientes nos hemos convertido en el enemigo, en cuanto reclamamos un trato correcto. Sé q ue el trabajo de los jóvenes es denigrante pero ¿eso les da derecho a denigrar a los clientes? ¿Lo que no se atreven a reclamar al jefe es lo que si pueden reclamar al cliente?

 

El hecho de que sea eventualmente cliente no me convierte en parte de la opresión pero tampoco en parte de los oprimidos. Servir mal, engañar, tardar, confundir es parte de la opresión. Es como si una mierda de trabajo con una mierda de sueldo justificara una mierda de servicio. No es así. Hundir el negocio no es la solución. Antes la solución eran los sindicatos. Ahora no lo sé, pero no entiendo porque no pueden seguirlo siendo. Quizás no solo pesa el arduo trabajo de Thatcher y de Reagan para destruirlos, sino que una juventud mucho más individualista y soberbia los soslaya. Quizás el problema no es que os hayan dicho que sois la generación mejor preparada sino que os lo habéis creído. Preparados sí, pero sin un entramado de solidaridad y ayudas mutuas no llegaréis ni a la esquina. Las propinas han desaparecido. No eran una institución ejemplar, pero denotaban la diferencia entre el servicio correcto y el servicio afable. La satisfacción por el servicio. ¿Han desaparecido por la crisis o han desparecido porque el servicio atento, ya no existe? El servicialismo es difícil cuando el que sirve está mejor preparado (para otras cosas, seguramente mucho más importantes) que el que es servido. Pero de nuevo ¿que culpa tiene el cliente? ¿Tenemos que discutir perpetuamente con gente cuyo problema es que está oprimidos por su jefe o engañados por sus padres y educadores? No queremos esclavos pero tampoco queremos que nos esclavicen. Queremos el trato que merecemos, ni más ni menos.

 

Parece que los jóvenes tienen derechos adquiridos por nuestra estupidez generacional. Pero no es así. Los derechos (incluso los constitucionales) son derechos que se deben luchar cada día y cada hora. Los derechos no son una concesión a perpetuidad, en todo caso son un préstamo.  Eso es lo que parece que los jóvenes no han entendido y por eso se desentienden de la política como si esos derechos fueran inamovibles. No lo son. Los derechos como todo lo humano se deterioran con el tiempo. Requieren una labor constante de regeneración, de impulso, de empuje. La política es el lubricante de los derechos, la grasa que hace que funcionen sin roces. Si vosotros, los jóvenes, no engrasáis la maquinaria, ésta se parará y entonces tendréis que encaraos con los clientes, como si ellos fueran los culpables. Dice el refrán que el ojo del amo engorda al caballo. El ojo es la participación política y el caballo es la democracia. En esta vida no te regalan… nada y menos, los derechos.

 

Greta simboliza el movimiento infanti-juvenil a favor de la ecología climática. Greta no puede votar pero si ha podido hacer política. Es evidente que su capacidad de razonamiento abstracto es limitada (no empieza hasta los 13 años) y por tanto su capacidad de entender cabalmente la situación climática también lo es. En su caso es de una potencia importante. Dejemos de lado hasta que punto está inmersa en una ideología ecológica fuerte. Sabemos que los niños tienen una sensibilidad hacia los animales mucho mayor que los adultos. ¿Será Greta una gran ecologista o sucumbirá a su propia evolución? No importa (aunque le deseamos lo mejor). Ha tenido su momento de gloria que pasará a la historia. Ha impulsado a muchos niños y adolescentes hacia la senda de la defensa del planeta. Otros/as le seguirán. Eso esperamos. También esperamos que Greta vuelva a la normalidad que exige su edad. No es a las espaldas de los niños que debemos depositar el peso de la responsabilidad climática. Ni siquiera los periodistas.

 

Y todo esto viene al caso de la responsabilidad. ¿Cómo unos pueden ser tan responsables y otros tan poco? Los políticos nos enseñan la senda de la irresponsabilidad: el rey es constitucionalmente irresponsable; los políticos están aforados, y disponen de las amnistías y el indulto para evadir su responsabilidad. La leyes no exigen (o no arbitran los medios) para que se restituya lo robado. ¿Vivimos en un clima extendido de irresponsabilidad? ¿Es ese el signo de nuestros tiempos? La camarera que ve claro que se ofende a su compañero por su inutilidad (quizás inducida) ¿es incapaz de darse cuenta que los clientes han sido previamente ofendidos en sus derechos? ¿Se reduce todo a un problema de clases o de posiciones dominantes? En fin. La intoxicación mediático-política es tan intensa que todas estas preguntas resultan ociosas. ¡Mañana será otro día!

 

El desgarrado. Diciembre 2019.




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