» 17-11-2019

Curso de política práctica 4. Socialistas y comunistas.

Como todas las facciones que describimos, su aparición fue absolutamente necesaria. La revolución industrial había dado a los liberales, capitalistas, burgueses, la oportunidad de enriquecerse a más y mejor esclavizando a los trabajadores que en aquel momento incluían a mujeres y niños. La lucha obrera ya había empezado cuando Marx intervino. Pero él construyó su ideología. En un ámbito en el que los reyes lo eran por la gracia de dios y los empresarios lo eran por el triunfo de la razón, de la clase y del esfuerzo, defender a los obreros, al margen de la caridad cristiana, era una epopeya. Hacía falta una idea revolucionaria que pudiera convertir una lucha de desgarramantas en algo cognitivo, algo ideológico. Y eso es lo que hizo Marx al poner el trabajo en el centro de la reflexión filosófica. Ni esencias (el ser), ni revelaciones (la religión) ni ilustración (la razón). La verdad de la historia, del materialismo dialéctico, es el trabajo. El trabajo lo explica todo. Era un cambio radical y además de los que no lo aceptaron, hubo muchos que no lo entendieron. Sin embargo era simple. El marxismo es la metafísica del trabajo.

 

Marx es un filósofo que no rehuye la economía porque como todo buen filósofo sabe que nada de lo humano le es ajeno. Y arma una filosofía que se basa en el trabajo. Era una novedad (quizás todavía lo es) que necesitaba de largos prolegómenos y de arduas explicaciones. Y en ellas se enreda Marx, que en su rigor científico no quiere dejar cabos sueltos. Todo ello hace “El Capital” una meta inalcanzable y lo que es peor, campo de eruditos y de exégetas que no ayudan sino a convertirlo en cada vez más críptico y menos asequible. Si el “Manifiesto comunista” ha podido ser editado en cómic, es evidente que el pensamiento de Marx podría haber entrado en la divulgación, pero no ha sido así. Nadie entiende el marxismo. Nadie humano, quiero decir. Es campo de extramundanos, de seres celestes. Y sin embargo debería haber sido posible. Lo que sí que no hay quien lo entienda, es que con una filosofía críptica como la suya los obreros encontraran el camino al socialismo. O tenía dos discursos (el hablado y el escrito) o los obreros eran adivinos. Es probable que sin Marx el marxismo también habría triunfado. La situación era tan ominosa que la reacción no podía esperar. Quizás Marx solo fue un adorno cultural.

 

El marxismo es una filosofía de la dominación, pero de la dominación por el trabajo. El marxismo explica, como el liberalismo se ha apoderado de las plusvalías del trabajo dejando al productor las migajas del beneficio del producto. La razón liberal ha llegado a la conclusión de que las plusvalías corresponden al ideólogo del producto o al capital de la producción y que el productor es un simple medio a explotar. La razón (liberal) se impone a la acción (laboral). El liberalismo ha encontrado el camino de la riqueza fácil: la explotación. Pero como todo filósofo Marx piensa que su ideología es universal y que debe, tarde o temprano, imponerse y piensa que ese triunfo empezará por los países más desarrollados. Se equivoca (por ahora) y los países más atrasados, los más oprimidos, los más rurales son los que inician la fiesta: a principios del siglo XX Rusia instaura el socialismo de Estado, que evolucionará a través de otros ideólogos (Lenin y Stalin, fundamentalmente) al totalitarismo del comunismo burocrático. Otros países basados en economías agrícolas y víctimas de gobiernos autocráticos, le seguirán. El socialismo, a través de la revolución, se convierte en comunismo, siempre totalitario.

 

El comunismo combate una dominación con otra y esa falta de democracia y de pluralismo lo convierte en diana de liberales, y lo que es peor de fascistas, que lo toman como excusa para sus excesos. El comunismo de Estado fue para muchos idealistas el inicio de una nueva era y resultó ser el principio de una nueva pesadilla. Pero los liberales no perdieron el tiempo. Con la crítica al comunismo aprovecharon para acabar con el comunismo, aunque fuera parlamentario y democrático. Hitler se ganó a pulso que el enemigo fuera el fascismo y Rusia se alió con occidente para combatirlo. De pronto comunistas y liberales son aliados, pero no durará mucho. El muro de Berlín y el Tratado de Varsovia (la constitución del bloque soviético) advierten que comunismo y liberalismo son dos cosas distintas y empieza la guerra fría. Pero el consumismo sale en ayuda del liberalismo, que a estas alturas ya podemos llamar capitalismo. Los medios de comunicación (la TV principalmente) difunden las imágenes engañosas de la Jauja capitalista y cae el muro de Berlín y cae la URSS como federación de estados soviéticos. El botín del patrimonio del Estado es vergonzosamente repartido entre los chacales del nuevo régimen entregados a un capitalismo salvaje. Del comunismo se pasa a la más extrema desigualdad.

 

Y es ese el punto que escoge el liberalismo capitalista para entronizar su ultra- liberalismo. Como Rancière -entre otros- ha comentado, el fin del comunismo es aprovechado para anunciar el fin de la historia (Fukuyama). El liberalismo ya no tiene oposición. Entramos en su jubileo glorioso, en su dominación incondicionada. A falta de un enemigo con el que amenazar a la población el terrorismo es conviertido en la bestia negra, el eje del mal. Busch enuncia su guerra infinita contra el mal.Se suspenden las garantías individuales (Guantánamo) en nombre de la sagrada cruzada contra el terrorismo. El socialismo es una doctrina encomiable. No solo porque el trabajo sea el centro de su filosofía, sino porque todos somos trabajadores y el trabajo nos atañe de forma contundente. Podemos pensar que haya valores más elevados, pero el trabajo es universal, nos atañe a todos. No podemos obviarlo y sobre todo no podemos permitir que se nos manipule con el trabajo. Marx no estaba equivocado cuando pensó que el trabajo era el elemento superior de cualquier filosofía. Como mínimo le debemos el respeto de haber querido cambiar el mundo a mejor.

 

El socialismo democrático se haya inmerso en muchos países occidentales en una campaña de convertsión en partido de Estado. Quiere decir que deja de ser un partido de clase (de lucha) para convertirse en un partido de Estado (de pacto). Es decir que sus intereses no están con los obreros sino con los ciudadanos. Se mire como se mire, es el abandono de los que lo hicieron grande. Pero la posmodernidad es así: abandonar a quien te encumbró para buscar oropeles inseguros donde tus sustentadores pueden sentirse traicionados. En muchos países eso se materializa con pactos con partidos de derechas o peores. Pero en España es una lucha fratricida entre los propios votantes del PSOE y sus dirigentes (en especial los ex-mandatarios y los barones). Da la impresión de que los trabajadores son apestados de los que hay que separarse a la mayor velocidad posible. La pregunta es ¿sin obreros, vale algo el partido socialista obrero español? Podían haber esperado a la desaparición de los obreros a manos de los robots y reclasificarse a partido socialista robótico español. Mucho más elegante.

 

La partición de lo sensible que denuncia Rancière es una estrategia para que las decisiones puedan ser inútiles. En vez de esperar a que el momento de la decisión llegue, es más astuto manipular las opciones a escoger. Parece que lo democrático sea escoger, elegir, votar. Pero ¿y si las opciones están manipuladas y no puedes escoger sino entre opciones ya elegidas por otros? Votamos a candidatos que ya han escogido los partidos al confeccionar las listas. Las preguntas de los referéndum está tasadas. Nuestra libertad en el supermercado está limita por los productos que ofrecen. Incluso nuestra libertad de pensar está mediada por nuestra educación familiar y escolar, nuestro entorno, nuestra tradición, etc. La partición de lo sensible ya ha hecho el trabajo cuando nosotros aparecemos a decidir. No somos lo que queremos ser, somos el producto de una programación. La facilidad con la que abrazamos las nuevas opciones (aborto, matrimonio homosexual, transexualidad, feminismo) que parecían imposibles, lo confirma. ¿No deberíamos desconfiar de nosotros mismos y de nuestro entorno más de lo que lo hacemos? Vota, sí. Pero después de haber comprobado que las opciones que te ofrecen son las deseables. En otro caso: ¡lucha!

 

El desgarrado. Noviembre 2019.




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