» 20-11-2022

El pensamiento geométrico 25, Señoras y señores 92. El fetichismo de la razón.

Acabo de escribir sobre el fetichismo de la mercancía y del derecho (que de alguna manera incluyen el fetichismo del dinero y del “otro”) y me asalta la duda si el fetichismo es algo mucho más universal… porque hablamos de universales. Si en algo coinciden la filosofía y la ciencia es en la necesidad de encontrar universales, es decir, certezas absolutas. La gran arma del hombre para enfrentarse al mundo es su cerebro, su capacidad de entender y, sobre todo, prever. La historia de nuestra especie es la búsqueda de esos universales que nos proporcionan la seguridad de que al antecedente le sigue siempre el mismo consecuente. Pero la mente (el cerebro) no es una máquina perfecta para entender el mundo (a no ser que se haya acabado la evolución). La actividad de la mente en su afán de dominar el mundo tiene efectos secundarios y uno de ellos es el fetichismo.

 

Ya comenté que el fetichismo es una transposición de cualidades del sujeto al objeto. En psicoanálisis se convierte a los objetos en objeto de deseo y en el fetichismo de la mercancía, en ésta se invierte la jerarquía y se impone a los hombres. Llámese reverencialidad, sacralización o temor, la cuestión es que un producto de la mente humana… la avasalla. El mismo Marx nos expone el caso de la religión: Los productos de la mente del hombre se convierten en sus amos, en sus dirigentes, en lo incuestionable. La pregunta que me hago ahora es ¿el fetichismo se acaba en la religión y en la mercancía o tiene una esencia/presencia mucho más generalizada? Al fin y al cabo Marx siempre defendió que el sistema capitalista no era contingente sino necesario. ¿No era por tanto el fetichismo algo estructural, necesario, inevitable? y ya puestos a hacernos preguntas: ¿alcanza el fetichismo a categorías mucho más altas que las que plantea Marx? ¿Es el fetichismo una categoría esencial en nuestra idiosincracia?

 

MI tesis es que sí. Toda la diatriba entre lo espiritual y lo material que ha llenado milenios de discusiones, podría resolverse si el fetichismo (que convierte lo material en intangible) fuera la explicación. La trascendencia (superar lo material en lo espiritual), que tan bien le vino a la religión para reclutar adeptos, podría no ser más que fetichismo (en el sentido en que lo estoy exponiendo). La razón recorre un camino entre lo material y lo intangible que la filosofía no siempre ha entendido al aplicar las categorías aristótelicas y los pares de oposiciones metafísicas. Pensémoslo como hemos pensado el fetichismo sexual o de la mercancía y el derecho. Si atribuimos al pensamiento (físico) cualidades suprasensibles, No es difícil ver que lo material y lo inmaterial están causalmente relacionados en vez de ser dos pares de oposiciones distintas e irreconciliables. En una situación así la religión o la trascendencia no son necesarias. Como en la evolución, cada estado es el resultado del estado anterior y el espíritu es consecuencia de la carne.

 

Llamar a la razón fetichista (con las connotaciones que arrastra) puede parecer una provocación. Ya otras veces he dicho que la razón no es unitaria. La razón es un batiburrillo de modos de pensamiento que van desde el instinto a la lógica pasando por la intuición y la experiencia. No estamos en la sacrosanta facultad que dios nos dio a los hombres para dominar al mundo. La razón es un producto tan evolutivo como nosotros mismos. La peculiaridad de nuestro cerebro que no consiste en que sustituye, sino que adiciona, hace que todas esas formas de pensamiento están presentes en nuestra mente. No estamos hablando de algo sagrado sino de un resultado evolutivo tan simple (si en la evolución algo puede llamarse simple) como el pulgar oponible. Desde ese punto de vista la razón no es sagrada y por tanto es susceptible de cualquier análisis.

 

El pensamiento, lo espiritual, lo trascendente, no son sino el fetichismo de la razón. Es decir: lo subjetivo añadido a lo objetivo, las consecuencia de un cerebro poderoso que es capaz de “imaginar” lo intangible. Si para la religión y para la mercancía la palabra es deseo para la razón es anhelo de un futuro mejor y más controlable, más seguro. Y en ese fetichismo estamos prendidos como la moscas en la telaraña. Anhelamos tanto ese futuro idílico que nos dejamos convencer por políticos y por especuladores, por empresarios y comisionistas de que el fetiche es cierto y que ellos nos lo van a proporcionar. El fetichista sexual no puede dejar de pensar que el zapato es un objeto sexual; el fetichista mercantil no puede dejar de pensar que la mercancía es su dios; el fetichista de la razón no puede dejar de pensar que un futuro mejor es posible. Y cuando digo que “no pueden dejar de pensar” estoy hablando de imposibilidad, de determinismo, de necesariedad. El fetichista sexual debería analizar su objeto de deseo hasta convencerse de que es en una quimera. El mercader debería hacer lo mismo. ¿Estamos los ciudadanos dispuestos a aceptar el fetichismo de la razón e iniciar el camino de nuestra liberación?

 

¿Por que he añadido la referencia al feminismo? Por la sencilla razón de que las mujeres desconfían de la razón. Bien es cierto que lo hacen porque la razón siempre ha sido un medio de dominación por parte de los hombres. Las mujeres son i-racionales porque saben que la razón es masculina y siempre perderán en ese campo. Las mujeres no son irracionales sino que se oponen a una razón que siempre acaba en su dominación. Esa razón metafísica que considera al hombre el culmen y guinda de la evolución, llegado para dominar todas las especies, incluidas las mujeres. El feminismo ha encontrado muchos caminos para acabar con esa dictadura de la razón masculina desde las comunidades indígenas (hermanadas con la naturaleza) a la hermandad con los animales o con las máquinas (ciborg), como explica Hataway -entre otras-. Existe otro camino que la dominación y ese camino pasa por cuestionar la metafísica y el fetichismo de la razón.

 

El desgarrado. Noviembre 2022.




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