» 05-07-2023

El pensamiento geométrico 27-10. Urbanismo 16-10. Paul Virilio. La ciudad y la guerra en la historia 2.

En la década de los 70 del SXX se producen una serie de acontecimientos que cambiarán el sentido de la guerra y del ejército de forma radical. En primer lugar debemos indicar que el Mayo del 68 había reestructurado la estrategia de la izquierda que desde entonces se divide en comunistas continuadores de la dictadura del proletariado y socialistas, dispuestos a posiciones más centristas y dialogantes. La política (esa otra forma de hacer la guerra) abandona la férrea militancia para abrirse a tendencias transversales como el género, las altersexualidades, el anticolonialismo, la ecología (los verdes), los animalistas, las minorías airadas o indignadas, etc. hasta hacer tambalearse el claro esquema de derechas e izquierdas vigente. Es el inicio del fin del bipartidismo. Por otra parte se acaban las dictaduras militares de Europa: España (1975) y Portugal (1974), pero a las que relevan las americanas de Uruguay (1973), Chile (1973) y Argentina (1976) que morirán en la siguiente década. La clase militar se reinventa modernizándose de forma espectacular y lavando su imagen. Renunciando (o mejor, enmascarando), en suma, al control militar directo (transparente) de la sociedad. 

 

En 1972 URSS y USA firman el acuerdo SALT-1 de disminución de las armas nucleares y establecimiento del teléfono rojo como consecuencia de la crisis de los misiles de Cuba de diez años antes. La década de los 70 discurre en lo más tenso de la guerra fría: guerra de disuasión. En 1975 acaba la guerra de Vietnam que supone el fin de los afanes extensivos de USA y la consolidación de las guerras intensivas (económico-monetarias, socio-coloniales, clienterales, propagandistas, comerciales, etc.). En el mismo año Marruecos inicia la marcha por la paz para reivindicar el ex-Sahara español como territorio marroquí, compuesta de una masa miserable, desarmada de ciudadanos, dando a entender que la guerra es una cuestión ecológica entre civiles en la que los militares no tienen nada que decir. Es la guerra popular en la que los modelos de supervivencia en los campos de batalla son un modo de existencia. En 1976 Mario Soares, tras perder las elecciones generales portuguesas afirma: “No necesito gobernar con políticos, bien puedo hacerlo con militares y especialistas”. El mismo año Poniatowsky (ministro del interior galo) afirma: “la seguridad no se divide” lo que Giscard d’Estaing (presidente de la república) amartillará “al lado de los medios supremos de nuestra seguridad necesitamos una suerte de presencia de seguridad, o sea, tener un cuerpo social organizado en función de esa necesidad de seguridad” (Virilio 2006, 109). En 1977 Berliguer (secretario general del PCI) reivindica la austeridad para construir un nuevo modelo de desarrollo. Empezará por el sistema de transportes (a través del cual pretende reformar los mecanismos del Estado) cuestionando el vehículo individual. En todas partes se reduce el poder vehicular de la masa móvil en la velocidad, el consumo de carburante, llegando a su supresión absoluta. El mismo año el muro de Berlín es dotado de los últimos adelantos en materia de minas y medios audiovisuales. La siguiente década verá el ascenso del ultraliberalismo de Thatcher y Reagan, el contubernio del capital con los poderes de gestión (políticos y financieros) y la práctica desaparición de los sindicatos.

 

Virilio parte de estos hechos para entronizar la velocidad en el centro de la sociedad. La velocidad es el poder mismo y el poder es la oportunidad de dominar. Equivalente universal de la guerra (y por tanto de las relaciones sociales en general): todas “… las revoluciones de Occidente no fueron producto del pueblo sino de la institución militar”. “La revolución va más rápido que el pueblo” (Costa-Gomes). “El liberalismo económico no fue más que un pluralismo liberal del orden de las velocidades de penetración” (Virilio, 2006, 107). Tres premisas que cambian radicalmente nuestra visión de la participación del ejército en la sociedad: 1) como autor de todas las revoluciones supuestamente populares; 2) estableciendo la velocidad como el equivalente del poder, de la guerra y de las relaciones sociales, 3) conceptuando el liberalismo político como un conjunto de libertades resultado de la velocidad de penetración (invasión, asalto) y por tanto de la guerra y del ejército. Occidente vivía una ilusión social (en el marco de la guerra fría) que consistía en subordinar al modelo de la burguesía enclavada (asentada física e ideológicamente), al esquema único de la mobil-machung  marxista (movilización general marxista, es decir el control planificado ostensible del movimiento de los bienes, las personas, las ideas), a la diversidad de su jerarquía logística, a la utopía de una riqueza nacional (invertida en el automóvil, los viajes, el cine, etc.) y, a un capitalismo convertido en el de los jet-sets y los bancos de informaciones instantáneas (bases de datos). Las democracias militar/industriales supieron construir -indiferentemente de todas las categorías sociales- los soldados desconocidos del orden de las velocidades, velocidades cuya jerarquía el Estado (Estado Mayor) cada día controla más. La velocidad se convierte en el equivalente universal del éxito y proporciona la sensación de escapar a la unanimidad del adiestramiento cívico. Tras la guerra total (ubicua) las guerras extranjeras, exteriores, desaparecen en favor de las fronteras interiores instaladas en las calles de la propia ciudad. El estado de sitio (del espacio) cede la primacía al estado de urgencia (del tiempo).

 

La seguridad se convierte en la nueva faz del ejército, pero indivisa, compartida con la clase civil. Aparece la protección civil (y social) realizada por civiles pero dirigida (y muchas veces subvencionada) por los militares. De hecho se trata de la manipulación de la necesidad de seguridad por el poder (burgués-militar) y -para Virilio- consecuencia de la estrategia nuclear (fuente de inseguridad inacabable). Se crea un sentimiento común de inseguridad que conduce a un nuevo tipo de consumo, el consumo de la protección, el consumo de la seguridad integral. Luego de la guerra del mercado doméstico la guerra del mercado militar. “Ya no se trata de de una alianza democrática a través del sistema de consumo/producción, sino que, a través del sistema de los objetos, se trata de plebiscitar directamente la clase militar o, más precisamente, un desarrollo tecnológico e industrial  en materia de armamento. El mercado doméstico de armas en USA y el auge de los sistemas de alarmas en los hogares europeos, así lo certifican.

 

La guerra había puesto sobre el tapete el problema de los cuerpos inválidos, su reutilización en funciones específicas. Este trabajador militar disminuido accede a una dimensión social a través de la reivindicación de sus derechos y se establece “la asistencia” (ya presente en el tratado de Paz de Versalles). La acción social planificada se convierte en parte de la defensa general. Pero esta asistencia social no es neutral; se establece, se financia y se organiza desde el ejército. Las tareas del trabajador social se multiplican. Cumpliendo la profecía de M.I.S. Bloch la guerra tiende a convertirse en una especie de empate en el que los dos ejércitos se quedan frente a frente sin poder moverse y donde el hambre y la ruina sustituyen al combate: la seguridad es asimilable a la ausencia de movimiento. A los disminuidos se añaden los mayores y las campañas de propaganda para le seguridad de unos y otros se masifican. Pero la manipulación de la necesidad de seguridad adopta otras manifestaciones. Se actúa sobre el patrón oro (valor refugio) como valor base del sistema monetario de forma disuasoria para los pequeños inversores. Se trata de centra la seguridad, exclusivamente en el amparo de la máquina de defensa militar.  

 

Todo este tinglado se dirige a la eliminación aparente del ejército tal como lo hemos conocido históricamente, su lavado de cara. O alternativamente, a una militarización de la sociedad. “Es la realización de un sueño estratégico que descansa únicamente en la especulación científica y tecnológica, naciones militarizadas que en adelante se abstienen de ejércitos (la fuerza del mínimo vital del general Gallois)” (Virilio 2006, 115).  “Con Bonaparte (general/jefe de Estado) la guerra era ‘conducida’ sin perder un minuto y los contragolpes se sucedían casi sin remisión. Para Clausewitz, el Estado político es ya un medio ‘no conductor’ que impide la descarga completa”(Virilio 2006, 115). Lo que ha cambiado es la apariencia de la conducción del ejército. Los generales ya no dirigen la guerra y por consiguiente no son responsables de sus últimas consecuencias (la descarga completa). El ejército es el garante de la seguridad, sujeto privilegiado de acciones humanitarias, misiones de paz, la protección civil, la UME (Unidad militar de emergencia). Ver: “La 14-166 Legislatura. Elecciones 28M-3. Fascismo y elecciones 1” para una caracterización más intensa de la militarización de la sociedad y la civilización del ejército. ¡Es lo que hay!

 

El desgarrado. Julio 2023

 

 

 

 




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