» 19-08-2021 |
La intriga es la parte del relato que mantiene la atención del escuchante, lo que es esencial para poder “colocar” el relato en su integridad. La intriga es el anzuelo con el que se captura la atención de la escucha. La curiosidad mató al gato y en esta ocasión atrapa al narratario. La intriga nos sustrae información remitiéndola al final del relato, a la resolución. Aunque la intriga se remite muchas veces a la resolución de la trama: el desenlace (el “qué” de la historia) también puede afectar a otros muchos extremos: quién, cómo, donde, cuando, etc. El quién, es típico de las historias detectivescas al modo de Agatha Christie, en las que la intriga reside en quién lo hizo, cómo lo hizo, o ambos. Las historias de ladrones se centran en el cómo se realizará el robo, y las de policías en dónde y cuándo estallará la bomba o actuará el asesino. En todos los casos el espectador tiene la misma información que los personajes.
Pero hubo un autor (director de cine) que revolucionó la intriga, a la que dio incluso un nuevo nombre: el suspense. Fue Hitchcock, que supo centrarse en el “cuándo”, a lo que añade una peculiaridad: el espectador está informado de todo… menos del cuándo, y aveces, del cómo. En cualquier caso está más informado que los personajes. El espectador sabe donde está el veneno, el asesino, la bomba, lo que no sabe es cuando (como) se activará. La natural expectación sobre el qué, quién, cómo, por qué, se centra en la dilatación del tiempo, en la suspensión del lapso. El suspense no es cualitativo ni identitario. Es temporal. Lo que se suspende en el suspense es el momento de la resolución. El tiempo se deforma, se estira, se alarga, la expectación cualitativa se transforma en cuantitativa. No apela a la curiosidad sino a la imperativa necesidad de resolución es decir: es de características orgásmicas.
Otras veces he hablado de esa peculiar estructura del orgasmo que se comprime para expandirse violentamente: como un muelle, como un resorte, como un arco, como una pistola, como una bomba. En una palabra como un arma. Un arma concentra toda la energía disponible en un momento temporal y en un punto espacial. El suspense imita el orgasmo: acumula tiempo tensionándolo para hacerlo explotar en una resolución que produce la satisfacción de aliviar la tensión. Y ahí reside el placer. Pasar miedo, en una situación de seguridad, es drogarse con adrenalina. Resolver la tensión contenida… es orgásmico.
Poco antes de estrenarse “Cortina rasgada” Hitchcock había sido designado para un premio por su excelente moralidad en su trayectoria. Precisamente esta película se abre con una escena de cama que malogró el proyecto de aquellos puritanos premiantes. Pero pensar que Hitchcock era un puritano es no entender sus películas. Su relación con las rubias que pueblan sus filmes es legendaria. Las rubias son angelicales (y por tanto dignas de confianza) y la morenas son demoníacas (y por tanto poco dignas de confianza). Le gusta pervertir esa imagen de pureza virginal mostrando el lado oscuro de las rubias. Pero como buen reprimido sabía el valor de la contención para la explosión y su suspense orgásmico es todo un ejercicio de lascivia… absolutamente oculto. De hecho odiaba a las rubias (que por otra parte adoraba) y las puteaba dentro y fuera del escenario. Como mínimo las retrataba como frígidas. Probablemente las deseaba pero su posición de reprimido le impedía poseerlas. Menos quizás a Grace Kelly, pues la legendaria sexualidad desbocada de la futura princesa no hace descabellado pensar que algo ocurriera entre ellos. ¡Tranquilos! Solo es un relato.
Pero no era de eso de lo que os quería hablar sino del relato y de la intriga. Pero hablar de Hitchcock siempre es fascinante. Hasta que fue descubierto por Troufaut era una autor de películas de serie B, comerciales pero sin valor artístico. Desde entonces fue un genio… siempre difícil de comprender. Las claves de su genio están ocultas y bien ocultas.
El desgarrado. Agosto 2021.