» 08-08-2019

El relato científico 20. Divulgación.

La aspiración a la ciencia en forma de exploración del conocimiento ha existido siempre. Pero el método científico no nace hasta el siglo XVII de la mano de Galileo precisamente cuando el microscopio y el telescopio nos prometen que lo más pequeño y lo más grande pueden ser explorados. Evidentemente hubo conocimiento científico antes pero no absolutamente separado de otras disciplinas como la sensibilidad, la filosofía, la religión, etc, lo que no empece su eficacia. No fue fácil separar la astrología de la astronomía, ni la química de la alquimia. La ciencia no solo aúna las cuatro grandes fórmulas de la abstracción-universalización-ley: matemáticas, lógica, concepto e igualdad sino que propone el experimento como árbitro de todas sus aseveraciones. El método hipotético-deductivo se convertirá en su gran baza (formular hipótesis intuitivas, matemáticas o lógicas y corroborarlas con el experimento). Poincaré defendió en varios libros la fuerza de la intuición. La ciencia se desligará de la filosofía (que no accede al experimento) y por supuesto de la religión (como método pero no como nebulosa) y de otras disciplinas a las que no dudará en tildar de apócrifas.

 

Sin embargo la ciencia tiene su propio relato en el que no faltan las menciones constantes a los premios (en especial el Nobel), el recurso a la divulgación, introduciendo biografías y anécdotas, muchas veces tediosas, la ausencia de fórmulas (que no pocas veces dificultan la lectura), etc. Porque más allá de que una demostración o un libro científico deban estar bien escrito, estructurado en planteamiento, nudo y desenlace y no carecer incluso de intriga, la especialidad de la divulgación los convierte en auténticos relatos con todas sus características. La divulgación es la ciencia convertida en relato y de que así sea, depende que no se convierta en un gueto. Sus enormes éxitos en predicción y en tecnología les hace olvidar, las más de las veces, que los éxitos de la ciencia son siempre provisionales pues si no, de otra manera, la ciencia (en este caso física), como muchas veces se ha anunciado erróneamente, ya se habría acabado. La soberbia de sus autores, que les hace despreciar otras disciplinas, alcanza el caso de Brikney y Sokal publicando “Imposturas intelectuales”, un texto que no duda en ridiculizar  a humanistas de renombre en nombre de “su” planteamiento de la ciencia, olvidando que el geocentrismo tolomeico (que duró mil años), el flogisto, el éter, la irreversibilidad, la afición de Newton por el esoterismo, las disputas por la autoría, y otras majaderías científicas que suelen ocultar en sus textos. Sin olvidar ese último capítulo de todos los libros de divulgación científica en que el autor se permite filosofar sobre lo divino y lo humano. Suicidas y locos hay en todas partes.

 

Como Penrose describe en              las matemáticas (y podemos aplicarlo a la ciencia en general) funcionan estableciendo niveles de inteligibilidad en los que el sustrato queda completamente olvidado. De esa manera se despojan de una rémora que, de tratar de arrastrar, la lastrarían indefectiblemente. En el fondo un mecanismo muy parecido al de la emergencia frente a la reducción, que comentábamos al hablar de la teoría del caos. No podríamos leer si nos fijáramos en cada letra. Incluso con su notación superespecífica el centro de atención se concentra en las ecuaciones y no en la realidad que definen (Es decir: el formalismo manda sobre la descripción, llevando la necesidad hasta el extremo). Luego vendrá la divulgación que tratará de poner imagen a esas ecuaciones, y esos niveles independientes de inteligibilidad.  En este aspecto la ciencia (físico-matemática) rompe el relato al romper la cadena de causalidad y secuencialidad, centrando la verosimilitud en los formalismos notacionales.

 

Cuando Einstein desarrolló las ecuaciones de la relatividad se encontró con que de estas se deducía que el universo se expandía. El “sabía” que no era así, por ello rectificó las ecuaciones para conseguir que reflejaran un universo estático que era lo que intuitivamente le parecía correcto. Creyó por tanto que su intuición (que no solo era suya sino que formaba parte de la tradición científica occidental) era más consistente que un desarrollo matemático complejo y estricto. Posteriormente Huble comprobó que el universo se expandía y que con ello las ecuaciones originales de Einstein eran correctas. “El error más grande que he cometido jamás” afirmó Einstein. La constante cosmológica que introdujo como corrección “ful” a las ecuaciones, no cayó en saco roto pues posteriormente serviría para explicar la deceleración de la expansión del universo por causa de la energía oscura. Los genios cuando se equivocan, aún así aciertan. Sin embargo esta historia encierra una profunda lección sobre como manejamos el conocimiento en este caso científico.

 

Mencionaré otro ejemplo que involucra a Einstein y lo hago porque nadie duda que es el científico más grande de  todos los tiempos. Cuando Minkowsky entendio -mejor que Einstein- lo que significaba el continuo espacio tiempo y propuso la métrica espacio-temporal, Einstein declaró que no reconocía su teoría de la relatividad especial (1905) en aquellas formulas matemáticas. Bien es verdad que Einstein rectificó, tanto aceptando la representación de Minkowsky como reconociendo que necesitaba un formulación matemática más riguros de su teoría (lo que hizo en su relatividad genera de 1915). Los científicos son humanos (tienen ego), pertenecen a su tiempo (el paradigama de su época) y está sometidos a los pre-juicios de sus intuiciones, de la tradición y del entorno.  Probablemente eso los hace aún más grandes.

 

Todo el conocimiento occidental está inmerso en un superpadigma que es la metafísica. Un más allá de la física y por tanto de la ciencia). Solo el nombre ya es sobrecogedor. Reitero que este paradigma se apoya en tres patas: en primer lugar la posibilidad misma del conocimiento: existe un sujeto soberano separado del mundo y capaz de conocerlo; en segundo lugar el idealismo platónico: tras las apariencias se esconde una explicación que es la auténtica verdad del conocimiento; finalmente la ontología, la explicación de lo que hay, de lo que es, del ser del universo. Estas tres verdades tienen tres efectos secundarios: la división del mundo en pares de oposiciones (material/espiritual, activo/pasivo, sujeto/objeto, continuo/discontinuo, verdadero/falso, cualitativo/cuantitativo, igual/desigual, etc.); la identificación de la verdad con algo oculto (y con un paso más: esotérico); y la estatización del ser para su estudio (llámese análisis, paralización, disección, descomposición, muerte, etc.), con una consecuencia general: el principio antrópico: el mundo puede ser conocido y además, precisamente por el ser humano que se erige en la razón última del conocimiento.

 

Este superparadigma es más fuerte que el conocimiento científico, que la lógica o que el concepto, hasta el punto de identificarse con el sentido común que es la expresión natural de nuestra idea intuitiva y tradicional del mundo, totalmente alejada de cualquier desarrollo científico, lógico, conceptual etc. Si ser humanos es ser idiotas (en ese sentido tan comúnmente usado de falibles, débiles, frágiles, emotivos, sensibles) este sentido común nos hace profundamente humanos. Donde mejor se contempla esta paradoja entre ciencia y fe (no solo fe en la verdad revelada, en la superstición, en la magia, en lo sobrenatural, sino también en el superparadigma) es la física cuántica en la que las paradojas que se suscitan entre nuestro conocimiento del mundo macroscópico y el mundo microscópico que ella estudia son debidos a nuestro enraizamiento en el mundo macroscópìco desde el que pretendemos explicarlo todo y, por supuesto, lo desmesuradamente pequeño. ¿O las leyes de lo microscópico son distintas de lo cotidiano?

 

Con todo esto quiero decir que previamente a todo aparato de conocimiento desplegamos dos ideas previas insoslayables: 1) el superpadigma metafísico, 2) el sentido común y tradicional (histórico) como referente al que se somete cualquier herramienta de conocimiento: los pre-juicios. Esta construcción previa puede, sin dificultades, condicionar cualquier aparato de conocimiento de infinitamente mayor coherencia y eficacia como el formalismo notacional y lógico y la separación en niveles de inteligibilidad.

 

El desgarrado Agosto 2019.




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