» 08-04-2024

Epitafios 4. “Nunca me conocí, pero lo que sospechaba no pintaba bien”.

Conocerse es desdeñar la regla que dice qué lo definido no puede entrar en la definición. Es auto diagnosticarse. Por otra parte la auto-reflexión es una de las características esenciales del ser humano. Más allá de reconocer la propia imagen en un espejo -sea o no sea de azogue -pretende concluir por indicios, diagnosticar por los efectos en esa exaltación de la causalidad, ese intento de Freud de entrar en la mente analizando los comportamientos. Es cierto que estos son hechos pero también es cierto qué la causalidad entre los efectos y las causas es en este caso mucho más que interpretación relativa. Además todo análisis está teñido por la autoestima, lo que lo complica de forma exponencial. Lejos de un análisis austero en el que los términos sean contemplados con absoluta ecuanimidad la introspección se convierte en una fiesta de autoexaltación muy lejos del pensamiento crítico.

 

Autoexplorarse debe partir de qué lo explorado no pretende el hallazgo de la verdad, sino el máximo rendimiento de la interpretación. No se trata de alcanzar un veredicto justo, sino un veredicto útil, que más allá de la verdad se adentre en la autoestima. No sería de recibo una conclusión que en vez de ayudar al conocimiento encontrara una explicación denigrante. En un mundo eminentemente social en el que la estima de los otros es absolutamente esencial para nuestra felicidad, no tendría sentido que la autoestima se viera perjudicada por una magnificación de la verdad. Lo que pretende la indagación no es la verdad si no el hallazgo de la mejor versión de nosotros mismos. No queda otra, pues, que recelar de los resultados y que admitir que somos capaces de autoengañarnos con tal de ser aceptados por nosotros mismos y por los demás. La autoestima no es una cuestión ni de verdad ni de justicia Sino de supervivencia, Y cuando la supervivencia aparece, otras consideraciones quedan al margen. Si el pensamiento crítico es difícil, por cuanto tenemos tendencia a percibir los hechos de forma sesgada, útil, conveniente, amable, qué decir de la autocrítica. Cuando menos que es imposible. 

 

 

La religión nos propone una solución: Como solo dios es la perfección, la bondad extrema, podemos perfectamente admitir que nosotros somos pecadores, que nos situamos muy alejados de la bondad o la perfección. Es el camino de la santidads la extrema humildad de admitir que nuestra lejanía de la perfección es insalvable. En el otro extremo estaría la autoayuda que nos proporcione las herramientas para extraer las mejores conclusiones de las peores premisas. De cierto, vuelve otra vez sobre el tema de la preponderancia de la supervivencia sobre la verdad. También podemos entender que la supervivencia es la verdad última, la explicación definitiva. Así, por lo menos, sería para la evolución de las especies para las que alimentación sexo y territorio tendrían un único fin: pervivir. . Esta introspección crítica construye una idea de nosotros mismos ciertamente alejada de la realidad pero conveniente para la supervivencia. Vivimos en un delirio en el que las fantasías han sustituido a un análisis honrado de la situación. Las fantasías son los relatos épicos de nuestras deficiencias. Y el acento no solo recae sobre las deficiencias, que son muchas, sino también en la necesidad de épica, en la necesidad de que nuestra vida sea plena, increíble, magnífica.

 

Pero un exceso de complacencia en el análisis podría ser contraproducente pues iría en contra de la supervivencia (¡nunca se debe bajar la guardia!). Así, la crítica debe situarse no en el plano de la certeza sino en el plano de la presunción. De esta manera situamos las deficiencias en la posibilidad y no en la certeza y de esa manera salvamos la contradicción. De ahí la sospecha. Sospechar no es conocer,  sospechar es tener indicios de algo que todavía no ha alcanzado la certeza sino que, simplemente indica el camino. La sospecha es el mecanismo que tiene nuestra mente para romper con la interpretación dogmática de la realidad. Abre el camino de interpretaciones alternativas de lo que en principio parecía absolutamente seguro. La sospecha nos instala en la incertidumbre, en la probabilidad en la situación en la qué solo de forma relativa o parcial podemos aceptar la realidad. Nuestra metafísica nos ha acostumbrado a que la verdad sea una cuestión absoluta, o todo o nada, o cierto o falso. La necesidad de apostarlo todo en los juegos de azar -en el fondo corroborar el favor de los dioses, o nuestro destino épico nos hizo admitir la verdad relativa, la verdad fraccionaria, la probabilidad. Posteriormente la ciencia insinuó que esa verdad fraccionaria eran los mimbres de los que estaba construida la realidad. Y la metafísica se tambaleó.

 

La sospecha es parte integrante de la trama policíaca, del relato de intriga. El delincuente, el ser asocial que protagoniza el relato, debe ser plausible… aunque no cierto. Necesitamos un culpable alguien que devuelva la estructura de la realidad a la normalidad que nos es necesaria. Sin varios sospechosos el relato no tiene sentido. Otra cosa es que para mantener la intriga el culpable debe ser, al final, el más insospechado. La novela policíaca, el relato, es uno de los fundamentos del desarrollo de la inteligencia. Cuando las certezas se vendían caras, la verosimilitud era el caballo ganador y esta se obtenía mediante un relato consecuente, causal, necesario y verosímil, es decir que tuviera la estructura de la realidad. Era un "Como sí”, una situación perfectamente creíble. Antes de la lógica y de las matemáticas que nos propusieron las certezas en la verdad y en la cantidad este "Como sí… "era suficiente para alimentar nuestro aplomo. El principal sospechoso, el principal presunto culpable de nuestra vida somos nosotros vivimos. De hecho el único culpable o sospechoso que nos importa. En nuestro caso, en el qué nos jugamos la vida, mientras que en los casos ajenos es simplemente un juego de perspicacia.

 

"El corazón del ángel "es una película de Alan Parker en la que coincide la figura del detective y el sospechoso. Obviamente sin saberlo, pues el conocimiento es lo que persigue la sospecha, y por lo tanto la ignorancia debe estar en el origen de la investigación. Más allá de alcanzar ese “más difícil todavía" que garantiza el espíritu circense, la trama nos sitúa en el juego de certeza-sospecha qué caracteriza la autorreflexión. Más que cualquier otra consideración lo que me interesa de esta trama es como responde el detective al comprobar que el sospechoso es el mismo. ¿cómo se asume la situación de culpabilidad auto descubierta? ¿Es posible sobrellevarla? Más allá de que la situación es esquizofrénica y que el principio de identidad se transgrede de forma flagrante, está el problema de la asunción: no estamos preparados. Quizás el suicidio es la solución lógica de una situación parecida: la disociación del yo. Solo así se permite que asesino y víctima coincidan en la misma persona, una persona que en realidad son dos. Amén.

 

El desgarrado. Abril 2024.

 




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