» 11-08-2020

Estética 13-3. La estética de Agamben. El significante excedente.

Hemos visto la estética (junto al amor y la filosofía) como una anomalía de los pares de oposiciones metafísicas, en especial sensible-inteligible aunque también verdad-belleza, conocimiento-placer. En vez de ser los dos polos de la oposición excluyentes, aparecen posiciones intermedias que rompen el sencillo esquema metafísico. Y ello debido a diferentes explicaciones : un saber que no sabe porque el sujeto no puede dar razón de él, un sentido que falta o que es excesivo, una situación intermedia entre el conocimiento y el placer cuya falta o cuyo exceso define el estatuto de la ciencia (el saber que se sabe) y el estatuto del placer (un tener sobre el que no puede fundarse un placer), etc. Este saber que el sujeto no sabe es designado como belleza (apariencia) del cual no es posible la ciencia pero si el amor. La experiencia de esa imposibilidad llevó a Platón a “salvar las apariencias” configurando el conocimiento no como saber sino como deseo de saber: filo-sofía. La teoría del Eros platónica se dirige a hacer que se comuniquen estos dos sujetos divididos: un saber que el sujeto no sabe, que solo puede desear y un sujeto del deseo que no puede saber.

 

Platón pidió asimilar el sujeto del amor a la adivinación (saber oculto en los signos que no puede ser sabido sino únicamente reconocido), sin que haya sujeto alguno de este saber, ni otro significado que el reconocimiento de que hay significación. Lo que el adivinador sabe es que existe un saber que él no sabe, saber que Sócrates parafraseará como “solo sé que no sé nada”, un saber cuyo contenido es un no saber y del que el sujeto es un otro. Así las cosas la pregunta última a la que remite lo bello es ¿Quién sabe, quién es el sujeto del saber? La expresión “significante excedente”, que ha salido ya varias veces, proviene de la antropología (“Introducción a la obra de Marcel Mauss de Lévi-Strauss, 1950). Postula una inadecuación fundamental entre la significación y el conocimiento que se traduce en un irreducible exceso de significante respecto del significado entendido como causa estructural del Homo Sapiens.

 

El origen del pensamiento se sitúa en el momento en que se decide que el mundo tiene un significado (hipótesis de la comprensión del mundo por la mente humana). Pero esta institución de significante para el mundo no se corresponde con el correlativo conocimiento (que solo se desarrollará progresivamente), es decir el significado. El universo se vuelve significante pero no por ello mejor conocido. Existe una oposición entre simbolismo (la relación entre significante y significado), discontinuo y el conocimiento marcado por la continuidad. Es decir, en vez de igualarse significante y significado, como propone la metafísica, el significante se constituyó de golpe en una sola vez y el significado (conocimiento) se desarrolló progresiva y continuamente como ciencia del universo. Existe un excedente de significante sobre el significado como si fuera un problema (ya completamente enunciado) que debe ser colmado con una solución que se desarrolla paulatinamente. Las nociones tipo Maná representan con exactitud ese significante fluctuante que constituye una servidumbre de todo pensamiento pero también una garantía de cualquier arte, invención mítica o estética. De acuerdo con el siguiente esquema:

                     SIGNIFICADO                                         EXCESO DE SIGNIFICANTE                    

                       CIENCIA                                                            ADIVINACIÓN

                   CONTENIDO                                                          APARIENCIA

              SABER QUE SE SABE                                       SABER QUE NO SE SABE

              —————————————————————————————---------

                                                           SIGNIFICANTE

Podemos extender las consideraciones del significante excedente a la historia. 1) Antigüedad. Platón decía que la astronomía no puede agotar en su explicación los fenómenos aparentes (no explica la belleza de los cielos). Es como decir que la astronomía deja libre el exceso de significante que sobrepasa la ciencia, abriendo un espacio que podía ser ocupado por la astrología (adivinación). La ciencia “salva las apariencias” al no explicar las apariencias (la belleza del cielo) y “salva el fenómeno” dejando un exceso de significante libre para la astrología. Hay en la antigüedad dos especies de saber: un saber que se sabe: la ciencia (adecuación entre significante y significado), y un saber que no se sabe: la adivinación (que se funda en el significante excedente). En la formulación de Benveniste, la ciencia es el saber de lo semántico (que tiene un sujeto y del que se puede dar razón) y la adivinación es el saber de lo semiótico (que no tiene sujeto y que solo se puede reconocer). Entre estos dos saberes Platón coloca la filosofía que, por una parte se emparienta (como manía) con la adivinación y por otra, percibiendo el fenómeno como belleza, salva el significante excedente en la idea gracias a la mediación de Eros (el amor).

 

2) A partir del SXVII la ciencia amplía su territorio a expensas de las ciencias adivinatorias, planteando el sujeto de la ciencia como único sujeto del conocimiento y negando la posibilidad de un saber sin sujeto. Pero ello no hace desaparecer el saber que no se sabe, que se refugia en: a) La estética como saber del significante excedente (lo bello), b) la filología funda su saber y su método en un círculo hermenéutico de tipo adivinatorio, c) la economía política, en afinidad con la estética, se muestra como el placer que no se goza. Marx, al colocar su análisis en la forma-valor y el fetichismo de la mercancía, desplaza el valor de uso (lo útil, el placer gozado) al valor de cambio (lo que en el objeto no puede ser gozado ni aprehendido, el placer que no se tiene). La forma-valor (como el maná) “es un valor simbólico cero, puro significante (sin significado) que indica simplemente la necesidad de un contenido simbólico suplementario y un placer suplementario, cuyo cálculo constituye el objeto de las ciencias económicas” (Agamben, 2017, 50). Estética y economía política son las dos fracciones (el saber que no se sabe y el placer que no se goza) que el gusto había intentado mantener unidas en la experiencia de un saber que goza y un placer que sabe, d) el sicoanálisis vino a anunciar que hay un saber que no se sabe, un saber que se sustenta en el significante, que huye del conocimiento al habla (el inconsciente se estructura como un lenguaje: Lacan). Revela así su proximidad con la estética pero no menos que con la economía política puesto que el Ello, que el sicoanálisis plantea como sujeto del saber que no se sabe, es también el sujeto de un placer que no se goza. El inconsciente es el lugar de la economía del placer.

 

Paralelamente al extraordinario desarrollo de las ciencias de la naturaleza se desarrollan nuevas ciencias de lo semiótico que toman como objeto el saber que no se sabe y el placer que no se goza (ciencias de posiciones antimetafísicas). El resto de significante excedente (el saber que no se sabe) se amplía. Ciencias de lo semiótico y ciencias de lo semántico, advinación y ciencia, estrechan lazos en una relación de complementariedad en la que se retroalimentan. La fractura entre significación y conocimiento, semiótica y semántica no es algo que se ha producido fuera del hombre (homo sapiens) sino que es una fractura que le es propia. Como ser hablante y cognoscente se mantiene al mismo tiempo en la significación y en el conocimiento. El sujeto del saber se ha desplazado de la Idea de la filosofía antigua al Yo en la filosofía moderna y al Otro en el sicoanálisis, el estructuralismo y la lingüística. No es sorprendente que el ser humano moderno, cada vez menos llegue a dominar un saber y un placer que, en creciente medida no le pertenecen. Entre el saber del sujeto y el saber sin sujeto, entre el Yo y el Otro se abre un abismo.

 

Y el significante excedente, la inadecuación entre significante y significado opera también la imposibilidad de la semiología, la ciencia general de los signos (aclarando, por fin la divergencia de Saussure) en una nueva ruptura de la metafísica. La imposibilidad de reducir el significante excedente y suturar la escisión entre saber que no se sabe y saber que se sabe. “Un saber que no fuera saber de lo semiótico ni saber de lo semántico -o que fuera ambos al mismo tiempo- no podría situarse más que en aquella fractura entre el significante y el significado que hasta ahora la semiología ha apartado y ocultado. Tal vez ahora se vuelva visible el sentido del proyecto griego de una filo-sofía, del amor del saber y del saber del amor, que no es ni saber del significante ni saber del significado, ni adivinación ni ciencia, ni conocimiento ni placer, y del cual el concepto de gusto constituye su extrema, tardía, encarnación” (Agamben 2017, 56). Tal vez ahora se haga patente la imposibilidad (o insuficiencia) de la metafísica. “Porque solo un saber que ya no perteneciera al sujeto ni al Otro, pero que se situara en la fractura que los divide, podría decir que de veras ha salvado los fenómenos en su puro aparecer, sin restituirlos al ser y a la verdad invisible, ni abandonarlos como significante excedente, a la adivinación” (Ibidem).

 

Es este saber en el que la verdad y la belleza se comunican y que Platón había fijado en la figura de Eros. Finalmente la ciencia goza y el placer sabe. Más allá de la descomposición metafísica, alude a una salvación integral de los fenómenos,. Saber de amor, filosofía, significa: la belleza debe salvar a la verdad y la verdad debe de salvar a la belleza. En esta doble salvación se realiza el conocimiento.

 

El desgarrado. Agosto 2020.




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