» 28-01-2020 |
Inmanente viene del latín in-manere (permanecer en el interior) del griego meno (quedarse permanecer) y del indoeuropeo men-3 (permanecer). Según el diccionario, hace referencia a lo que es inherente, pertenece a la esencia, define al ser. Tiene pues connotaciones de estatismo, de esencialidad y en resumen ontológicas. Inmanente es lo constituyente, lo que hay sin injerencias del exterior. Trascendente es su antónimo, habla de lo que supera lo interior, la esencia, el ser y se sitúa en el exterior, sobresale, se escapa, coloniza el entorno. Es dinámico pues transita de dentro afuera, supone un diálogo con el exterior en el que se sitúa.
Pero aparte de esta acepción casi exclusivamente topológica existe otra acepción filosófica en la que trascender es escapar de la materialidad (o la determinación) del cuerpo para ingresar en la espiritualidad del mundo, en el bien entendido que la espiritualidad está en el tránsito y no en el destino (el mundo). No hablamos de dominar físicamente al mundo sino de conquistarlo mentalmente, aprehenderlo, ingresarlo en nuestra mente, formarnos una imagen mental que nuestra inmanencia pueda operar, manipular, para decidir, mediante la inteligencia (que la filosofía considera inmanente) y diseñar una acción eficaz. De alguna manera el viaje al exterior (al mundo) es doble, primero para aprehender y posteriormente para operar.
El tránsito se efectúa merced a los sentidos, la percepción, y es espiritual (inmaterial) en el sentido de que el mundo es transformado en imágenes (acústicas, visuales, olfativas…) para ser trasladado al interior, para ser captado, convertido en moneda intelectual. Después vendrá la manipulación interior, la cabilación y finalmente la acción, la intervención en el mundo. Podríamos resumir la trascendencia como la operación de convertir el mundo en pensamientos, de espiritualizarlo, desmaterializarlo, idealizarlo. Las otras operaciones serían la intelección y la acción (política, tecnología, interacción).
La trascendencia se convierte así en una acción compleja que llega más allá de la simple captación del mundo, de la simple percepción sensible y que incluye, además de la sensación, la contextualización, cierta intelección sensible, lo que Husserl (fenomenología) llamo, las cosas mismas, la transformación del mundo en ideas. No solo es salir de la propia mente para cazar cosas del mundo sino colonizar mentalmente el mundo, trascender las propias limitaciones para incluir el mundo en el yo.
Hay más acepciones de la trascendencia. La más común es la de sobrepasar el mundo en el que vivimos para ingresar en otro de orden paradisíaco. Las religiones se nutren de esta acepción. Pocas ofrecen menos que la trascendencia, la vida después de la muerte, el cielo. Es una opción golosa puesto que la muerte es una realidad dolorosa. ¿Cómo renunciar a la inmortalidad? El libro de los muertos egipcio es sobrecogedor. Pero no lo es menos el apocalipsis cristiano. Es una trascendencia prometida como física (la resurrección de los muertos) pero enraizada en lo ideal. El imaginario popular se nutre de la resurrección: Drácula, los muertos vivientes, los zombis, el Golem. El cine da cumplida recepción de todo ese imaginario.
La trascendencia es una construcción metafísica. Exige que el yo y el mundo sean percibidos como separados y una vez asumida la separación la trascendencia es la reunificación, la salida al mundo para conocerlo y dominarlo. Y esa reunificación produce un inmenso placer. El placer del conocimiento y de la dominación. Antes de la metafísica no existe una frontera delimitada entre el yo y el mundo, como no lo existe en el inconsciente.
Y aún podríamos hacer una interpretación antropológica. El ser humano está profundamente condicionado por el conocimiento de la muerte, lo que le obliga a que todo intento de trascendencia de su vida material se deba efectuar a través de la prole, de la memoria o de la obra realizada. La necesidad de dejar huella (trascender) se canaliza a través de la familia, de las obras inperecederas que se puedan realizar y de la memoria. Solo las obras de una excepcional solidez, inmateriales o exentas de uso perpetuarán la memoria por más tiempo y entre estas últimas las obras de arte se convierten en singulares. Entre las primeras destacan las obras de arquitectura e ingeniería y entre las segundas la labor política, legislativa, científica, etc.
La trascendencia esconde el deseo de inmortalidad un deseo que acompaña al ser humano desde que conoció su destino mortal. Sea trascendencia física, síquica, religiosa, artística, por las obras o por la memoria, la trascendencia es un impulso universal que tiene una especial concreción en el arte.
El desgarrado. Enero 2020.