» 17-02-2020

Estética 7-4. La transcendencia de la contradicción. El principio de no contradicción.

Como habréis notado me estoy dilatando mucho antes de entrar en el régimen estético (posmoderno o antimetafísico) del arte moderno. No es suspense. El arte moderno no es fácil de explicar. Mi plan es introduciros primero en la posmodernidad (o como se le quiera llamar, pero que corresponde a la superación de la metafísica) y una vez allí hablaros de arte. En los capítulos anteriores he introducido la posmodernidad. Ya he insinuado que la clave de esa posmodernidad es la disolución del principio de no contradicción de Aristóteles. ¿qué dice? Una cosa no puede ser ella misma y la contraria a la vez. Las cosas no se contradicen y si lo hacen una de las dos es falsa. No hace falta escarbar mucho para darse cuenta de que es un principio metodológico, un principio de exclusión. En el marco de la metafísica: con la cantidad-matemática, la lógica-verdad, la lengua-concepto y la igualdad-matemático/ético/política como armaduras del entramado metafísico, es razonable. Pero es razonable dentro de ese paradigma orquestado por esos principios. Pero resulta que esos principios no son capaces de garantizar la “verdad”. Ese entramado no es fiable. Ni los conceptos “definen” con exactitud las cosas Gadamer), ni las cantidades garantizan las verdades del sistema desde el interior (Godël), ni la lógica es capaz de absorber la inducción (Bacon), ni la igualdad es otra cosa que la dominación estandarizada (Rancière).

 

Estamos por tanto, comparando dos opciones cognitivas, de entre las cuales ninguna es superior a la otra, o para decirlo más claro, ninguna esta suficientemente fundada. Resumiendo: no estamos demoliendo nada sino comparando dos sistemas con las mismas fugas. No es David contra Goliat sino David contra David. Quizás David contra sí mismo. Sería maravilloso que os dijera que el sistema que os ofrezco es superior al existente (la metafísica). Pero no es cierto. Solo en vuestra mente se podrá resolver la contradicción. Solo a vosotros corresponde la solución. Esta fue la posición de Derrida que más de una vez (aunque su corazón hubiera decido) aclaró que no había una opción ganadora. Él optó por la indefinición (es decir la contradicción -la diferencia- no resuelta), aun cuando la indefinición no es una opción humana. Quizás ese es el gran fallo de la posmodernidad; es inhumana (en el sentido de que solo la metafísica es humana). Pero quizás ese concepto de humanidad, como lo que basa su consistencia en la no contradicción, es simplemente un concepto metodológico.

 

Una opción tan radical como levantar la vigencia del principios de no contradicción de Aristóteles (pues estamos aceptado la coexistencia de dos opciones contradictorias), es difícil de aceptar. Por eso he buscado otros  casos en que sucedió lo  mismo y los he encontrado en la teoría cuántica. Esta teoría es la que estudia lo más pequeño. No lo microscópico sino lo que no se puede observar, lo que se conoce por sus manifestaciones: el nivel atómico. No perdamos de vista que no estamos en la situación de que la física clásica es cierta y la cuantica “rara”. No. La física cuántica es cierta (lo muestran los experimentos) por lo tanto es más fácil que la física clásica sea una parte de la física cuántica. Las contradicciones entre la física clásica (metafísica) y la física cuántica (contra-metafísica) fueron tan irreductibles que Bohr decidió no dar explicaciones sobre ello: montó un dogma y ¡adelante!: la interpretación de Copenhague. Pero las contradicciones no eran tan radicales (que lo eran aparentemente) pero podían ser reducidas a un solo problema: El principio de no contradicción. Parece ridículo que toda la oposición entre la física cuántica y la física clásica radique en un solo principio. Vamos a analizarlo. Antes de ello digamos una cosa evidente: que un principio nos ayude a pensar no quiere decir que se avenga con el universo. No hay ninguna razón para pensar que lo que conviene a nuestro pensamiento sea lo que conviene a una razón universal (independiente). Parte de esa filosofía “metafísica” es precisamente la que tratamos de deconstruir.

 

1) La primera inconsistencia de la cuántica con la clásica es la dualidad onda-corpúsculo. Las partículas atómicas se manifiestan, según los casos, como ondas (campos) o como curpúsculos (condensaciones de esos campos). En una palabra no cumplen el principio de no contradicción que impide que una cosa sea dos cosas distintas a la vez.

 

2) La segunda es la localidad. En determinados casos una partícula parece estar en dos sitios distintos a la vez. Ocurre con el experimento de las rendijas y lo electrones o fotones que parecen haber pasado por las dos a la vez provocando interferencias. Pero hay más casos en los que la no localidad de las partículas se manifiesta. Estar en dos sitios a la vez es como ser dos partículas cuando solo puedes ser una… según el principio de no contradicción.

 

3) La tercera es la cualidad probabilística de la materia. No se trata del desconocimiento que provoca la probabilidad en el mundo clásico (de un dado o una moneda perfectos siempre podríamos saber el resultado de la tirada usando los cálculos precisos). Pero no es así. La certeza no existe (solo existe la probabilidad matemática o la posibilidad aristotélica) y certeza es lo que nos proporciona el principio de no contradicción.

 

4) La existencia de las antipartículas también contradice este principio porque más allá de que el vacío (que sabemos que cuánticamente no está vacío) se descomponga en una partícula y su antipartícula, resulta que algunas partículas son su propia antipartícula (los neutrinos), con lo cual, son partícula y antipartícula a la vez.

 

Podemos enunciar que el principio de no contradicción (que no deja de ser un axioma de sentido común) no es válido en el micro-mundo cuántico. Pero es posible que tampoco sea válido en el mundo clásico y simplemente lo parezca.  Con esta apreciación del principio de no contradicción (su no cumplimiento) lo que estoy avalando es la muerte de la metafísica (que lo abraza) y la consistencia de la posmodernidad. Pero la convergencia de la posmodernidad (la deconstrucción: el análisis al margen de la metafísica y la diferenzia: aquello que se oye igual pero se escribe diferente, derridiana o la ausencia de grandes relatos: de las grandes posibilidades frente a las pequeñas y humildes, lyotardiana) con la física cuántica no deja de ser sorprendente. Ya tenemos la base para hablar del arte contemporáneo, el que Rancière caracterizó como aquel que no cumple con los pares de oposiciones metafísicas: material/espiritual, apariencia/realidad, forma/materia, actividad/pasividad, entendimiento/sensibilidad. Aquel que escapa a la metafísica.

 

El desgarrado. Febrero 2020.




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