» 04-12-2023 |
El mayor activo de un político es su credibilidad y ésta se asienta sobre su veracidad. La política es una instancia de acción, de realización de proyectos. Los políticos desde los orígenes como representantes de los ciudadanos con dificultades para viajar hasta la sede del poder o para expresarse de forma adecuada, han sido siempre gestores de los ciudadanos, actores de sus mandatos, ejecutores de sus designios. Si, ya se que no se lo cree nadie, pero lo que sí tendréis que concederme es que su misión no es hablar sino actuar, conseguir, mediatizar, obtener. Eso que resumimos como mejorar el nivel de vida de los ciudadanos. Y no lo hacen a pecho descubierto sino que para ello gestionan nuestros impuestos, nuestro dinero, (aunque acaben creyendo que es suyo) que desde mediados del SXX son cuantiosos. Pero antes de actuar deben convencer a los representados de que les otorguen la representación, y ahí interviene el discurso, las promesas. Ahí empeñan su palabra, hablada en los mítines y en los medios audiovisuales y escrita en los periódicos. Pero no lo olvidemos: su discurso no es su trabajo; es el medio para poder conseguir el encargo del trabajo de representación en que consiste su cometido. El discurso es para conseguir los votos. No es lo mismo mentir gobernando que mentir cazando votos, aunque no deja de ser el mismo individuo.
La política se pensó como una labor eventual, como una vocación de servicio en la que los nobles corazones de ciudadanos privilegiados, les impelían a representar voluntariamente a los ciudadanos, frente a los soberanos absolutos, en defensa de sus derechos. Aunque el carma sigue vivo, la realidad es que la política es hoy una profesión a tiempo completo, un medio de vida, incluso privilegiado. La profesión política no es reconocida como una profesión por lo menos por la legislación laboral. Se mantiene en un limbo que se beneficia de todo lo bueno de ambos lados (los que mandan y los que obedecen), no en vano son los políticos los que hacen las leyes. Ellos mismos se fijan el sueldo, las dietas, los ingresos complementarios, las pensiones, los despidos o ceses laborales, incluso las puertas giratorias y los consejos de administración que esperan a los privilegiados que han sabido hacer amigos durante su vida laboral. Sin olvidar el uso de información privilegiada o el tráfico de influencias.
El turno de partidos clásico del bi-partidismo (que no ha desaparecido sino que se ha convertido en bi-bloquismo) hace necesarias ingentes cantidades de puestos de trabajo para mantener en “stand by” a los políticos que no han ganado las elecciones. No solo pagamos a los políticos en activo sino también a los de la oposición, huérfanos de poltrona por su derrota electoral. Para ello se crean puestos de trabajo”ad hoc”: Senado, diputaciones, cámaras de comercio, industria y navegación, Consejos consultivos y comarcales, administración gremial, asesores, etc. cientos de miles de puestos de trabajo inútiles o sobrevalorados como la oficina del español madrileña o la defensa del patriotismo murciana, los famosos “chiringuitos”. Como Parkinson predijo en su libro (“la ley de Parkinson”) todo funcionario genera como mínimo dos puestos de trabajo hasta crear una pirámide invertida en que unos pocos sustentan a la gran mayoría. La política (su financiación) es hoy en día un “dos por uno”.
De esta conjunción de profesionalización, inestabilidad laboral (dependiente del discurso y del voto de los ciudadanos) se desprende que los políticos están más interesados en no cagarla (lo que supondría pérdida de votos) que en acertarla, mucho más difícil de demostrar ante la pasión por desacreditar y ningunear los logros obtenidos por parte de la oposición. Los políticos son inoperantes, verborreicos, poltronistas y cazavotos. Como los perros falderos ladran pero no muerden y su misión en la vida es obtener el sustento y el alimento de sus dueños. A esto debemos añadir el papel de los periodistas: los medios de comunicación. Los periodistas se debaten (en un mundo capitalista como el nuestro) entre informar de la verdad o informar de lo que vende diarios (o noticieros). Ellos mismos acuñaron aquello de que “no es noticia que un perro muerda a un ser humano, sino lo contrario” y así es más importante lo que es noticia que lo que es verdad. Un buen periodista es el que concordia ambas opciones, pero eso requiere tomar riesgos y no todos entienden el periodismo como una profesión de riesgo. En resumen: los periodistas tienen en la palabra dada del político un filón. La noticia es simplemente que cambie de discurso , que donde dijo, dije diga Diego. Solo hay que recurrir a la hemeroteca. En vez de periodismo de investigación, periodismo de arcón. El periodista político es hoy un perseguidor de contradicciones, del cambio de parecer, quizás (pero no siempre) de la mentira (la mentira requiere intención y eso es muy difícil de probar).
Decía Sócrates que de sabios es cambiar de opinión, Si no de sabios es humano, demasiado humano. Aquí se enfrentan dos posiciones: conservadores y progresistas (por no decir, evolucionistas): los que que creen que lo mejor es “mantenella y no enmendalla” y los que creen que la verdad les hará libres.Tal como se plantean las cosas en la política -donde no se puede perder ni un voto- la única opción posible es nunca reconocer un error, y mucho menos, que necesite reparación. Porque el error sería magnificado por la oposición y la prensa hasta que a través de él, se podría obtener la auténtica noticia, en el sentido de vender la dimisión por contradicciones. En la actualidad -con el asunto de la amnistía nos encontramos con esta situación. El felón Sánchez dio su palabra de que no habría amnistía y lo apuntaló con razones como que no cabía en la Constitución (que por lo visto es de piedra). Posteriormente necesitó de los votos de los independentistas para gobernar. La contradicción estaba servida y los periodistas se frotaron las manos: o conseguían la dimisión de Sánchez o la repetición de elecciones. Como se dice en el mundo del juego: “estaban cubiertos”; de ambas maneras conseguían (casi diría “fabricaban”) la noticia. La disyuntiva era clara: o mantener la palabra dada y repetir elecciones (o dar el poder a la (ultra)derecha) o pactar con los que le podían hacer presidente a cambio de la amnistía, como habían hecho los conservadores con la ultraderecha para poder gobernar en tantas autonomías… incluso en contra de la lista más votada.
No entraré en la dialéctica de que es peor, si venderse a la ultraderecha por un puñado de votos o hacerlo con los independentistas rompespañas; con los herederos de la ilegal dictadura franquista, de sus crímenes y sus fosas comunes, o bien con quienes legítimamente aspiran a la autonomía aunque hayan aplicado los medios equivocados (ilegales, para ser preciso). No olvidemos que en el pasado reciente, estos independentistas componían el “ejército de liberación vasco” a decir de aquel Aznar que necesitaba sus votos para gobernar, mientras se pactaba una tregua con aquellos otros terroristas rompeespañas. Cambian los interlocutores pero el hecho es el mismo: venderse por un puñado de votos. Igual que en el caso de la amnistía tiene el fácil recurso de promover su desaparición general de la Constitución (junto al indulto y el aforamiento, plis), el intercambio de votos por concesiones más o menos inconfesables también tiene solución drástica: llegar a un pacto de Estado entre los dos grandes para prohibirlo. Pero si no se ha llegado a ese pacto en el caso del transfuguismo (que tan beneficioso ha resultado para el PP en el caso de Madrid y de Murcia) no parece que pueda solucionarse en este otro caso. En ambos casos está en la mano del PP solucionarlo.
En una situación de bi-bloquismo en el que los pactos son imprescindibles deberemos acostumbrarnos a que el cumplimiento de la palabra dada esté condicionada a obtener el Gobierno. Sabemos que será así en uno y otro caso. ¡Más extraños compañeros de cama hemos visto en tiempos de bi-partidismo! Hace tiempo que ningún partido cumple sus programas electorales. ante la pasividad de los media que deberían hacer balance cada vez que se acaba una legislatura. Pero -al revés que la contradicción flagrante de un político- un documento farragoso no es noticia. Las promesas electorales son como los delincuentes: presunta/os, hasta que se demuestre lo contrario. Decía un tertuliano ayer que estamos aplicando las recetas políticas del SXX en el SXXI. Y lo hacemos porque los periodistas también se han quedado desfasados de siglo. En una próxima entrega hablaré de la verdad absoluta y la posverdad, pero vaya por delante que deberemos ir cambiando el chip porque los tiempos han cambiado.
¿Mintió Sánchez? Si, si mentir es adaptarse a situaciones absolutamente otras de las que le impulsaron a decir que no habría amnistía. Hay aquí una cuestión metafísica de anteponer el ser, el estatismo, la fijeza a cualquier evolución, progreso o devenir. También hablaremos en breve de la metafísica en la política pero asuntémonos que vivimos en tiempos líquidos (Baumann) y que la metafísica hace tiempo que fue declarada obsoleta por la modernidad (Derrida). ¿Se venden los políticos por un puñado de votos? Si, si es el único medio para gobernar. Pero para aplicar un programa, para cambiar la sociedad (o dejarla igual en el caso del PP) hace falta gobernar, y es obligación del político gobernar, si está en su mano, para responder al mandato electoral ¿A cualquier precio? No, pero eso deberá determinarse en un debate serio sobre la ética política de la cual -como no- también hablaré en próximas entregas. La palabra dada no puede ser de piedra pero tampoco insustancial.
Vivimos en tiempos revueltos y sobre todo cambiantes, que requieren improvisar para afrontarlos. E improvisar es reorientar el camino previsto. La palabra dada tiene hoy una vigencia muy corta, tiene tan sólo la presunción de vigencia. Este equilibrio entre lo prometido y lo que se puede cumplir (ante situaciones cambiantes) es delicado y difícil, pero es insoslayable afrontarlo seriamente y no sobre la marcha como parece que siempre afrontamos los problemas: en caliente. Y los periodistas deberían buscar la noticia (quizás la verdad) fuera de la hemeroteca (el arcón) o en la dimisión del político, aunque también se trata de un delicado equilibrio.
El desgarrado. Diciembre 2023.