» 04-12-2023 |
La verdad es uno de los pilares de la filosofía, de la ciencia, y -por supuesto- de la metafísica. La verdad es la coincidencia entre el mundo exterior y el pensamiento interior y su dificultad insoslayable dimana de que son instancias heterogéneas las que hay que igualar. No se pueden comparar cosas heterogéneas (cosas e ideas) si no aplicamos previamente una conversión en una moneda común, tal que la imagen. Tanto en la correlación (correspondencia) como en la representación equivalencia) deberemos recurrir a esta conversión. Además los parámetros que hemos de aplicar tienen que ser universales y objetivos. Aplicados por un sujeto a objetos particulares. El defecto en mediación, universalidad y objetividad hará que nuestra verdad sea siempre defectuosa, pero ese es un estigma con el que deberemos lidiar. El consenso ayudará pues obtendrá la universalidad y, si no más, ayudará a consensuar lo que entendemos por objetividad.
Llamar verdad absoluta e este manojo de aproximaciones es una osadía, por lo que entenderemos por verdad absoluta, no la que no se hace por comparación sino por definición (dogma). A partir de aquí cada filósofo y cada escuela, cuando no cada individuo, han establecido sus premisas de como acceder a la verdad. La palabra certeza es más directa, al soslayar una verdad grandilocuente que nos viene de fuera, pero añade un toque de subjetividad, pues la certeza se produce en cada individuo particular. Quede claro que utilizamos la palabra “conocimiento” - muchas veces- en el sentido de conocimiento de verdades.
Para Platon la verdad era inaccesible por la sensibilidad, pues la apariencia contaminasba nuestro conocimiento y solo en las ideas se podía encontrar la verdad o esencia de las cosas. Así se instaura la distinción sensible/inteligible y material/espiritual y, de paso, el idealismo: el conocimiento (verdadero) esta en el entendimiento. Tanto lo sensible (datos) como lo empírico (experiencial) eran inhábiles para obtener la verdad del mundo. Aristóteles le bajó los humos a su maestro reduciendo todo a lo material (separando lo espiritual de lo intangible) y aceptando el empirismo, pues la realidad del mundo era, para él, incuestionable. Fue pues materialista frente a su maestro idealista. De todas formas estas clasificaciones no dejan de ser esquemas pedagógicos con difícil ajuste a la realidad. Las religiones adjudicaron la verdad a Dios(es) -.seres extraordinarios que rigen el mundo- de manera que la verdad era accesible a los humanos por revelación, lo que dio lugar al mito del “libro sagrado”.
Para Kant los datos sensibles (intuiciones) se unían con el entendimiento (conceptos) merced a la imaginación, en una síntesis de lo empírico y lo racional. Pero descartó que pudiéramos conocer el mundo en su esencia (nouménico). El giro lingüístico (Wittgenstein) añadió el lenguaje como intermediario entre el mundo y nuestra mente, puesto que el mundo se describe con el lenguaje y el pensamiento se estructura como un lenguaje. También la lógica sirvió de intermediaria mediante el recurso de considerar al mundo como un objeto lógico (Rusell). El programa logicista intentó así m ismo, reducir las matemáticas a lógica (Frege) con, digamos, un éxito relativo. La verdad filosófica es absoluta, solo presenta dos posiciones: verdad y falsedad. Hasta Reichembach nadie afirmó que la verdad pudiera ser probabilística (fraccionaria). La física cuántica instaló la probabilidad en el alma de la materia.
El ajuste entre realidad y entendimiento se plasma a lo largo de la historia en el “arco del conocimiento” (Platón) formalizado por Turbayn y divulgado por Oldroid. De una o de otra manera todos los filósofos han contemplado este camino a la verdad con dos ramas: una ascendente desde los fenómenos y la realidad hasta alcanzar los principios generales (el algoritmo) y otro descendente de aplicación del algoritmo al caso concreto, volviendo a la realidad fenoménica. Ha sido también habitual conocer los dos caminos como inducción (de lo particular a lo general) y deducción (de lo general a lo particular). Pero también puede caracterizarse una rama como analítica (que no añade nuevo conocimiento) y actúa por descomposición y la otra sintética (que añade conocimiento) y que actúa por adición. La no coincidencia epistemológica de ambos arcos ha creado mucha confusión histórica entre cual de los dos corresponde al ascenso y cual al descenso. De hecho no son dos vías sino un solo arco en el que ambas vías son necesarias: el sistema analítico sintético.
La descomposición de la realidad en “tiempos líquidos” por Bauman y del pensamiento en el “pensamiento débil” de Vattimo, así como la posmodernidad y su deconstrucción de la metafísica (uno de cuyos pilares es la verdad lógica) acabaron de complicar el panorama dando lugar a la posverdad, una verdad líquida, débil o deconstruída que hizo que el suelo se moviera bajo nuestros pies. Tampoco ayudó que la física cuántica considerara la materia (ese baluarte del ser) como una cuestión probabilística (verdad fraccionaria), aunque era un tema que ya había planteado la termodinámica. En el fondo era la irrupción del devenir en un mundo ontológico/metafísico centrado en el ser. La teoría de la evolución de las especies cobraba un nuevo sentido (ya no era la excepción sino la norma). Aún así la verdad absoluta sigue siendo la protagonista de la filosofía aunque solo sea un caso particular de la verdad fraccionaria. Nuestra mente no estaba preparada.
Pero quienes necesitaban una verdad líquida como agua de mayo, eran los políticos. La verdad absoluta era un corsé rígido que los constreñía como una bota malaya. Si la verdad fluía, la mentira desaparecía. ¡Era la liberación! Y no es que la mentira no hubiera logrado conquistar ciertas posiciones. La mentira piadosa recurría al humanismo; la mentira antipánica se justificaba como un mal menor; la mentira judicial era un privilegio de los acusados y la mentira educativa, pautaba el acceso al conocimiento, al ritmo del desarrollo de la mente infantil. Tambiénl arte es mentira en cuanto la representación es una traición a la verdad… con buenas intenciones, por supuesto. La humanidad se había zafado del corsé de la verdad absoluta en múltiples variantes pero el juramento, la promesa, el compromiso seguían poniendo la verdad en el corazón de la ética y la ética era el fundamento de la política. Éticamente hablando los políticos persiguen la irresponsabilidad total de sus actos (intangibiblidad, inviolabilidad) como si con el gran esfuerzo hecho en redimirnos de nuestras miserias fuera suficiente esfuerzo. Y esa irresponsabilidad se aviene divinamente con la negación de sus actos: la mentira. Se hacía necesario entronizar la mentira y la posverdad era una oportunidad irrepetible.
Por otra parte el pensamiento utilitarista (pragmatismo) - tan capitalista él- prescinde de la verdad como fin, instalando en su lugar la utilidad, lo práctico, lo rentable. Prescindir de la verdad es prescindir de la ideología que ha sido históricamente el motor de la verdad (las verdades) política, y así aparece el fascismo, una acción sin reflexión (sin ideología) que centra su credo en la yuxtaposición de ideas heterogéneas sin ninguna ilación, pero con un fin: el poder absoluto. Un presunto estricto análisis de la situación conduce a un veredicto: todo debe cambiar, pero ese cambio en vez de homogeneizarse en una ideología se basa en cuatro ideas aisladas; el patriotismo. la patria como casa común y la raza como lazo cohesionador; la violencia: lo que debe cambiarse, debe cambiarse por cualquier medio; el pragmatismo: solo la utilidad determina el cambio; y el coraje: la entrega total a la nueva causa, frente a todos y frente a todo. Así lo caracterizó Habermas. Las ideas aisladas no eran nuevas. Lo nuevo fue prescindir de cualquier ideología y centrase en los sentimientos más básicos (animales, podríamos decir) como motor. Sin alcanzar el fascismo, todas las políticas participan -de una manera u otra- del utilitarismo político: ¡el fin justifica los medios!
El análisis que hace Bauman de la sociedad en la que nos ha tocado vivir, dibuja un nuevo escenario mundial: 1) el paso de la fase sólida a la fase líquida de la sociedad (las instituciones, las estructuras y los modelos de comportamiento no se sostienen en su forma sólida y se derriten incapaces de desempeñar su cometido); 2) el divorcio entre poder y política (el poder se desplaza del Estado-nación al espacio global. La política se circunscribe al espacio local); 3) la gradual pero sistemática reducción de los seguros públicos (que cubrían el fracaso y la mala suerte individual) socava los fundamentos de la solidaridad; 4) la desaparición de la planificación y la acción a largo plazo a manos del cortoplacismo; 5) la individualización de las responsabilidades (flexibilidad, oportunismo, deslealtad, como actitud de vida). La consecuencia es la incertidumbre generalizada.
Vattimo ve, precisamente a la desaparición de la metafísica (y la imposibilidad de lo objetivo), como la debilidad del pensamiento actual. A ello le añade la caracterización de la democracia como lo que en vez de buscar la verdad busca la utilidad (el gobierno de las mayorías). El pensamiento liberal, el naturalismo y el cristianismo son vistos como procedimientos de imposición de la violencia, violencia que excluye, de principio, del pensamiento débil. Se alinea con los pensadores que no supeditan la filosofía a la ciencia como Heidegger, Husserl, Gadamer, Rorty, supeditación que identifica con el pensamiento europeo frente al pensamiento norteamericano. De ello deduce que solo un pensamiento de izquierdas es posible convirtiendo su pensamiento débil en un pensamiento fuerte e incluso dogmático. Esa contradicción no afecta al relato que, por no proponerse como forma fuerte de conocimiento, no entra en contradicción ni con la verdad-lógica, ni con la ciencia-cantidad-matemática, ni con la igualdad-justicia, ni con la metafísica-concepto-lenguaje.
A lo que hay que añadir la aparición de la posmodernidad y la impugnación de la metafísica que es la impugnación de sus principios rectores: la existencia de un sujeto soberano que es capaz de comprender el mundo -no solo como es, sino también como separado del sujeto-, la verdad como esencia oculta tras la apariencia, y el ser estático como compendio de todo lo que hay. Por otra parte la dsaparición del bipartidismo con la aparición de las transversalidades obliga a pacta los programas de gobierno en coaliciones más o menos coherentes. Pero el pactismo invade el espacio de la ideología. Si a eso le sumamos la aparición de ciertas corrientes de pensamiento (el pensamiento débil de Vattimo y los tiempos líquidos de Bauman) que aplican la desaparición de la metafísica al pensamiento filosófico o sociológico en lo que, desde aquí entendemos que es simplemente una ampliación del relato, nos encontramos con un campo abonado para -no solo la aparición- sino el triunfo del fascismo. Y a ello concurren -y no en poca medida- las maniobras de los políticos para zafarse del corsé de la verdad y obtener la irresponsabilidad total que les dejaría con las manos libres para cualquier cometido.
Porque hacer un análisis catastrofista de la actualidad es, más que nunca, sencillo. La justicia es una cuestión planetaria. 1) Por las autopistas de la información. Nada permanece en un afuera intelectual; 2) por la interconectividad. Nada permanece en un afuera material. Todas las sociedades se hallan abiertas (sin afueras). Esta apertura casi siempre se asocia con la globalización negativa (altamente selectiva del comercio y el capital, la vigilancia y la información, la coacción y el armamento, y la delincuencia y el terrorismo). Lejos de ser una sociedad autodeterminada es una sociedad desventurada, vulnerable y abrumada por fuerzas que ni controla ni entiende. Y, como no, la imposibilidad de conseguir la seguridad de un país al margen del resto. Y así es imposible conseguir la justicia. Y todo ello desemboca en el miedo. Un miedo que se realimenta a sí mismo: contra más miedo más parafernalia para combatirlo, cuya escenificación produce más miedo. Este círculo vicioso extrae su energía de los estremecimientos existenciales (que siempre existieron pues ningún escenario social fue nunca garantía contra el destino… pero que ahora se agravan). El progreso se ha convertido en distopía fatalista. Incapaces de combatir los miedos, tratamos de focalizarlos, buscamos blancos sustitutivos (humo de tabaco, grasas saturadas, bacterias malas) contra los que fortificarnos, lo que acrecienta la sensación de mundo temible.
La posverdad está hoy asociada a las mentiras que dicen los políticos y los empresarios (y el clero) para defender su sistema de dominación. Para ser ecuánimes, cualquiera de las mentiras que dice un grupo dominador (incluidos los hombres sobre las mujeres, los altersexuales y los colonizados-emigrantes). Los filósofos son más generosos. Analizan la posverdad como una manifestación de la cognitividad contemporánea. Así: “Posverdad y otros enigmas”, Maurizio Ferrarys, Alianza, 2019 (2017).“… si observamos aunque sea el debate en torno de la posverdad que he propuesto hasta ahora, no parece que haya sino dos soluciones. La primera sería abrazar la posverdad como la condición de nuestra época: lo que hay está inextricablemente conectado con lo que sabemos; pretender describir un mundo independiente de nuestros esquemas conceptuales es una ilusión, luego atengámonos a la posverdad… La segunda solución, en cambio, consiste en decir que la posverdad es el resultado de los errores de los posmodernos pero que no tiene que ver con la filosofía…” (Ferraris, 2019, 112) “La posverdad no es una habladuría mediática sino, más bien, el síntoma de los aspectos fundamentales de nuestra época” (Ferraris, 2019, 146).
He hablado de la posverdad en otros casos (“La verdad hoy”) y a ellos me remito. En esas entregas he incidido en una voluntad decidida de cambiar la realidad, de dar gato por liebre, de enmascarar la verdad con burdas mentiras. Y he señalado a los políticos como los grandes artífices. Ferraris no piensa que la posverdad sea un arma de la dominación (o no exclusivamente). Piensa que es simplemente la verdad de nuestro tiempo. Porque los sujetos de nuestro tiempo han sido educados para apreciar mucho más su subjetividad que cualquier sutileza axiológica. Como diría Foucault es la dominación de cada uno frente a las antiguas dominaciones de unos pocos: el micropoder. La solución para acabar con la dominación ha sido que todos seamos dominadores, como la solución para acabar con el capitalismo fue capitalizar a los trabajadores. Mal de muchos consuelo de tontos. Pero en esta generalización de la dominación creo que hay unos sujetos tremendamente favorecidos: los políticos, los capitalistas de gestión, que curiosamente también salieron favorecidos de la transición capitalista hacia el contubernio de la gestión. Es evidente que los políticos siempre salen a flote. ¿Serán de corcho?
El desgarrado. Diciembre 2023.