» 09-12-2019 |
Leo “La pluralidad del mundo. Antología”de Hannah Arendt. Taurus, 2019. Entre otras cosas uno de los artículos está dedicado a M. Heidegger: “Martin Heidegger cumple ochenta años” Arendt fue discípula (y amante) de Heidegger en Friburgo cuando tenía 18 años. Siempre lo admiró aunque no comulgó con sus coqueteos con el Nazismo. Una vez exiliada retomó su contacto (a distancia) con él, que se plasmó en la publicación de su correspondencia. Esta es la transcripción de una conferencia radiofónica dictada desde EUA a Alemania en 1969. Es particularmente reveladora por cuanto resume el espíritu del pensamiento de Heidegger con gran concisión lo que lo autoriza como una magnífica introducción al mismo.
El rumor: Quizás se pueda aprender a pensar.
En 1919 Heidegger inicia su docencia en Friburgo. Pronto cobra fama que se extiende como un rumor que trasciende entre los aspirantes a filósofos rebeldes, que habían renunciado a saber del mundo y de la vida real y a la cómoda formación que la universidad les ofrecía. A su cabeza “Husserl y su llamada “a las cosas mismas” -es decir “basta de teorías, basta de libros”- y su intento de refundar la filosofía como una ciencia rigurosa que pudiera figurar entre otras disciplinas académicas” (Arendt 2019, 457). Lo que tenían en común es que “podían distinguir “entre un objeto intelectual y una cosa pensada”, y el objeto intelectual les era bastante indiferente… y solo estaban dispuestos a resignarse a la disciplina académica en interés de “la cosa pensada” o, como hoy diría Heidegger, “la cosa del pensar” (Arendt 2019, 458). “El rumor… hablaba de la existencia de alguien que había hecho realidad las cosas que Husserl había proclamado, que sabía que estas no eran asuntos académicos, sino aspiraciones de seres humanos pensantes, y no de ayer o de hoy sino de siempre” (Arendt 2019, 458).
Precisamente “porque para él, el hilo de la tradición estaba roto, redescubría el pasado… que por ejemplo no se hablara sobre Platón ni se expusiera su teoría de las ideas, sino que durante todo un semestre se mantuviera paso a paso un diálogo con preguntas hasta que ya no hubiera tradición milenaria, sino solo una problemática del todo actual”. “El rumor lo decía llanamente: el pensamiento a vuelto a ser algo vivo; a los tesoros de la cultura del pasado, que se creían muertos, se les hace hablar, y resulta que se dicen cosas muy distintas de las que desconfiadamente se presumían. Había un profesor; quizás se pueda empezar a pensar” (Arendt 2019, 458). No se trata de la filosofía de Heidegger sino del pensamiento de Heidegger, que se caracteriza por el uso transitivo del verbo pensar. Heidegger nunca piensa “sobre” algo; él piensa algo. Penetra en las profundidades, no para descubrir un fundamento último y seguro, sino para, permaneciendo en esa profundidad, abrir caminos y dejar marcas en ellos. Este pensamiento no puede decirse que tenga una meta.
Heidegger ha creado una gran red de estos senderos de pensamiento y el único resultado es que derribó el edificio de la metafísica tradicional. Hay que agradecerle que este derribo se produjera de una manera respetuosa con el pasado; que la metafísica haya sido pensada hasta el final y no simplemente arrollada por todo lo que vino después. Se propagó el rumor de que era posible aprender a pensar como pura actividad no movida por el ansia de saber ni por el deseo de conocer. “un pensamiento apasionado en el que pensar y estar vivo son una misma cosa” (Arendt 2019, 461). Lo que expresó con la frase: “Aristóteles nació, trabajó y murió” que abre la condición de posibilidad de la filosofía en general. Este pensar como pasión no puede tener -como no lo tiene la vida misma- un fin último (los conocimientos o el saber) y no piensa con miras a determinados resultados (útiles), puesto que es un ser pensante, es decir, meditativo.
El pensar puede tornarse destructivo o crítico con sus propios resultados. Incluso construir sistemas puede enmascarar el pensamiento del filósofo constructor. Si queremos medir el pensar vivo, inmediato y pasional a partir de sus resultados deberemos tejer y destejer el velo de Penélope. Cada uno de los textos de Heidegger se lee como si empezara desde el principio y solo retomara el lenguaje acuñado por él, donde los conceptos son los hitos por los que se orientará un nuevo pensamiento. Todo pensador, cuando alcanza la madurez, tiene que invalidar los resultados de lo que ha pensado, pensándolo de nuevo. Las peculiaridades de la persona, el carácter, no resiste el asalto de la pasión que sufre el hombre como persona. El yo pensante es todo menos el yo de la conciencia.
El asombro, la morada y la risa.
El único filósofo que habló del pensar como un pathos (un padecer) fue Platón que en Teeteto dice que la filosofía comienza con el asombro, que no es la sorpresa por lo extraño, sino por lo cotidiano, lo sobreentendido, lo conocido y familiar. Heidegger retoma la idea platónica cuando enuncia la facultad de asombrarse de lo sencillo pero a diferencia de él añade que hay que tomar el asombro como morada, apartada del lugar donde residen los hombres, donde tienen lugar los asuntos humanos, comparado con los cuales es un lugar de calma. Es el asombro el que irradia calma. “Para que el pensar se acerque a una cosa o a una persona, estas deben hallarse lejos de la percepción directa. El pensar dice Heidegger, es acercarse a lo lejano” (Arendt 2019, 464). Esta inversión de las condiciones y las relaciones es fundamental si queremos tener una idea clara de la morada del pensar. Si el recuerdo ha desempeñado un eminente papel en la historia del pensamiento es porque nos garantiza que lo cercano y lo lejano, son por lo general susceptibles de inversión.
Si la facultad de asombrase ante lo sencillo (y de pensar de la forma más apropiada a partir de este asombro) es universal, otra cosa es la facultad de tomar este asombro como morada. Platón advirtió del peligro de esta morada. Incluso quiso prohibir la risa a los ciudadanos pues temía las carcajadas de estos, más que la hostilidad de las opiniones contra la pretensión de poseer la verdad absoluta. La anécdota de la campesina que se ríe de un avergonzado Tales cuando este -mirando al cielo- cae en un pozo, nos muestra lo raro que es habitar dicha morada. La morada del pensador se asemeja a los mundos ridículos que festejaba Aristófanes. Cuando el pensar quiere ser llevado a las plazas es incapaz de defenderse de las risas ajenas. Platón cambió de morada cuando decidió asistir y aconsejar al tirano de Siracusa. Seguramente esto le hubiera resulta aún más gracioso que el episodio de Tales a la campesina. También Heidegger cedió a la tentación de cambiar de morada e intervenir en los asuntos humanos, solo que el tirano y sus víctimas se encontraban en su propio país. De lo cual resultó el descubrimiento de la voluntad como voluntad de voluntad y por ende, voluntad de poder.
Mucho se escrito sobre la voluntad, pero poco se ha pensado (a pesar de Kant y Nietzsche) sobre su esencia. Lo propio del pensar es la serenidad, y visto desde la voluntad, el pensador vendría a decir paradójicamente: “quiero no querer”, pues solo cuando nos deshacemos de la voluntad, podemos acceder a la esencia buscada del pensar, que no es un querer. Respecto a la tendencia hacia a los tiranos no podemos olvidar que la inclinación hacia lo tiránico es habitual en los grandes pensadores (aunque solo sea la tiranía de las ideas) y cuando no la detectamos es simplemente porque muy pocos estuvieron dispuestos a tomar el asombro por lo sencillo, como morada. Humanos, Demasiado humanos.
El desgarrado. Diciembre 2019.