» 03-05-2020 |
Nos creemos homogéneos en nuestro pensamiento. Tendemos a creer que evolucionamos, progresamos, que todo avanza en una determinada dirección. No es así. Nuestro pensamiento fluctúa entre las distintas oposiciones que nos propone la metafísica: espiritual/material, sensible/inteligible, apariencia esencia, etc. La cerrazón mental (adherirse incondicionalmente a una idea) creo que es la marca del fascismo. Odiamos la vacilación. Heredamos de nuestro pasado biológico el tomar decisiones irrevocables (lo que entonces tenía una lógica aplastante) y sin embargo las decisiones irrevocables son lo peor que se puede ejercer en una situación social, cambiante, vacilante y, a ratos timorata. Las mujeres se aferran menos a su homogeneidad que los hombres. Nuestra mayor decepción en nuestro trato con ellas es que hayan cambiado de opinión (de religión, de ideología… o de pareja). Lo pensamos como su debilidad, pero quizás es su fortaleza. Siempre juzgamos a las mujeres desde el punto de vista de los hombres (hay otros sesgos que ya irán apareciendo) y eso no es justo.
En este panfleto les mostraré que no somos homogéneos, por lo que no tenemos derecho a culpar a las mujeres de que tampoco lo sean. Por el contrario ellas tienen un nivel mínimo biológico (la maternidad biológica) que les confiere un sentido práctico del que nosotros, desgraciadamente, estamos exentos. Una no puede especular (analizar) cuando su hijo se ahoga, tiene que actuar, tiene que sintetizar lo que sabe para salvar la vida de su hijo. Ellas tienen un suelo que nosotros no tenemos. Y ese suelo biológico funciona tanto si son madres como si han decidido no serlo. La cumbre del autoconocimiento (ese hito de la inteligencia) es llegar a desconfiar de la propia mente. Si no nos podemos fiar ni de nuestra propia mente ¿Cómo podemos ser homogéneos? Nuestro destino es dudar, pero no como dudaba Descartes (que solucionó el tema anudando la mente (pienso) al ser (existo)), sino dudando de nuestra propia mente y de nuestro propio ser. Todo esto es de lo que quiero hablaros.
Cada vez que clasificamos a un individuo y al poco esa clasificación se muestra errónea, lo que ha fallado no es el sujeto. Lo que ha fallado es la clasificación. Lo hemos visto con Tamames, con Sánchez Dragó, con Jimenez Losantos, con Racionero. En todos los casos nuestra clasificación era Derecha/izquierda y falló estrepitosamente. Nuestra división de lo sensible (Rancière), la forma en que dividimos el mundo para determinar sus categorías, no era la adecuada. En los casos citados no se trataba de dividir entre derechas e izquierdas sino entre radicales y moderados. El Mayo del 68 nos había advertido que la división derecha/izquierda ya no era viable, pero no le hicimos caso. Estos cuatro sujetos eran radicales y no de izquierdas, por eso cuando la izquierda les falló se pasaron a otra radicalidad que no podía ser otra que de derechas. De hecho si podía haber sido otra, pero hacía falta una imaginación que no poseían. No hay mucha homogeneidad en cambiar radicalmente de chaqueta, por lo tanto la homogeneidad es sospechosa de no ser un criterio válido.
La guerra de los sexos es otra muestra de que los seres humanos no somos homogéneos. ¿Cómo es posible que dos géneros de la misma especie estemos en una situación de incomprensión total, cuando no de beligerancia expresa? ¿Cómo es posible que la lucha feminista entre en su tercer siglo? ¿Tenía razón Lorentz cuando dijo que toda agresión es intraespecífica, que entre especies la relación es de convivencia supervivencial. La propia Haraway (poco sospechosa de componendas con el género masculino) reconoce que la muerte entre especies es una forma de relación. La muerte en la naturaleza es la vida. Como decía el conde de Lampedusa: “Algo debe cambiar para que todo pueda seguir igual” Lo que cambia es que unos mueren para que otros puedan vivir. La ñoña institución de la muerte como absoluto, nos ha comido el seso. La muerte es la regla de la vida, y desde que apareció en la naturaleza la reproducción sexual, la muerte es el peaje que debemos pagar para que la especie evolucione.
Porque la lógica, el sentido común, no tiene nada que ver con la naturaleza, con el mundo. La lógica es el pensamiento de Dios. Una estúpida idea que nos hacemos los humanos de que existe la justicia, la igualdad, la libertad y en una palabra, la misericordia. Ahora nos toca conceder derechos a los animales antes que concedérselos a los niños del tercer mundo. Aquella magnífica filmación de un reportero que seguía a un buitre mientras este acechaba a un niño (sin intervenir) demuestra hasta que punto los anímales han pasado por delante de los humanos (del tercer mundo)… en consideración de derechos y cómo la información ha pasado por encima de la vida de un niño. De todo esto es de lo que os quiero hablar y lo haré repasando mis propios vaivenes intelectuales, mi propia inhomogeneidad. Como una ola mi pensamiento ha pasado de lo mítico a lo racional para volver a lo ideal y retornar a lo racional, una y otra vez. En ningún caso mi forma de razonar fue mejor o más eficiente o más práctica o más verdad. Simplemente fluctuó. Esa palabra tan magnífica que sirve lo mismo para los devaneos de mi mente, para los movimientos del significante en lingüística o para las posiciones de los electrones en el átomo.
El desgarrado. Mayo 2020.