» 12-04-2021 |
Ahora resulta que si los tribunales niegan la inclusión, en las listas, de Cantó y Conde, no tiene importancia. Los fascistas no tienen reveses y por supuesto no admiten las derrotas. Lo que esconde ese conformismo con las resoluciones de los jueces es que lo que ellos ha intentado ha sido engañar a la ley. Sabían que la inclusión de Canto y de Conde estaba fuera de plazo pero los postularon. ¿Esperaban que “sus” jueces les dieran la razón como se la dieron en la impugnación in-formal de las elecciones anunciadas por Diaz, antes de las mociones de censura, pero después de su promulgación? No me cabe ninguna duda. Como diría Rancière, lo normal, lo de siempre, es que los títulos para gobernar sean el nacimiento, la riqueza y la fuerza y la pretensión de los desheredados de gobernar, es simplemente, locura. Lo que está en juego no es un revés judicial sino el caciquismo de un partido que, cuando gobierna, lo hace por derecho: de nacimiento, de riqueza, de fuerza y por eso se cabrea tanto cuando los desheredados se encaraman al poder. Para ellos lo normal, lo correcto, es que mande la derecha (en ese contubernio de oligarquía, fascismo, conservadurismo y sobre todo soberbia). Y eso es lo que está en juego. Los malos modos que exhiben en la oposición hace pensar que hay algo más que oposición: hay rencor, impotencia, indignación ante una intrusión inaceptable.
Nadie es demócrata de cuello para abajo. Lo que llevamos en el vientre es la dominación, es nuestra herencia biológica. La evolución nos condujo primero a ser sociales (finalmente por decisión, pero previamente por biología) y posteriormente la racionalidad estableció esas cosas tan raras como la libertad, la igualdad y la solidaridad. Todos llevamos un fascista en el vientre, la cuestión es si somos capaces de reprimirlo o nos basta con disimularlo. Esto no va con la política. Ha habido demócratas de derechas y dictadores de izquierdas (aunque lo contrario es más habitual). Lo que pasa en el vientre no siempre se manifiesta en la cabeza (afortunadamente), más difícil es que no trasciende a la política. Esas contradicciones entre vientre (la dominación) y cabeza (la razón), quizás también con el corazón (la solidaridad) son la esencia de nuestra forma de ser, esculpida por la evolución. Lo que nos diferencia es la escala de valores. Conservadurismo quiere decir que nada cambie y sobre todo la jerarquía social. Progresismo (por más que ahora los fascistas quieran apropiarse del término) quiere decir que el cambio es inevitable porque no estamos anclados en la ontología (la fijeza del ser) sino en el proceso, en el devenir. En este proceso la ciencia se alió con el progresismo, pero éste ha conseguido oponerse mediante el negacionismo.
Porque la inteligencia siempre ha estado del lado de los progresistas. Ser intelectual, ha sido durante siglos, sinónimo de radical y revolucionario (los liberales de antaño de los que los liberales actuales no son los herederos) porque el cambio siempre atenta contra los conservadores, contra sus derechos ancestrales de nacimiento, riqueza y fuerza. Hoy parece trasnochado hablar de lucha de clases. Quizás de lucha, sí, pero de clases, todavía tenemos mucho que hablar. Decía Derrida que le llamamos democracia pero es oligarquía. El liberalismo defiende que la soberanía del pueblo es un ideal que no tiene aplicación práctica, en la que el pragmatismo es fundamental. Hasta aquí normal. Pero es que la izquierda parlamentaria también apoya esa tesis. El bipartidismo ha hecho que la izquierda se derechice mientras que la derecha… también. La deriva hacia la derecha no es ni más ni menos que la deriva hacia el dominio de las oligarquías y en eso están de acuerdo ambas tendencias. Es más rentable gobernar con el vientre que con la cabeza o el corazón. Y al pueblo le queda un título vacío en nombre del cual se traga todas las mentiras y sufre todas las humillaciones. Ese titulo se llama soberanía. ¡Ja!
El desgarrado. Abril 2021.