» 22-09-2023

La 14-173 Legislatura. La incoherencia partidista. El PP llama al transfuguismo

Hace ya mucho tiempo que el mundo político (podríamos decir, partidista) es un sainete (es decir que no contiene ni la más mínima seriedad bajo la apariencia de ella). Una pantomima. Ahora el tema es la amnistía de los seudogolpistas catalanes. Este tema viene de otro recurrente para la (ultra)derecha que es la integridad de España como nación. El tema debería tener varios puntos de vista pero la (ultra)derecha solo quiere un pensamiento único: la necesidad y obligatoriedad de las nacionalidades españolas de pertenecer al imperio por razones históricas. La Constitución es un acuerdo entre pares (iguales) pero no es así entendida por los desigualistas, los que quieren un país divido entre los que mandan y los que obedecen, entre los poderosos y los sometidos. Y un acuerdo (un contrato social) no es obligatorio para las partes, Votar la Constitución es como firmar la letra pequeña de una hipoteca: es imposible comprenderla, prever sus implicaciones futuras y ni tan siquiera leérsela. Por eso los españoles (y por el ruido de sables que acompañó su plebiscito) dieron su sí a aquello de “una unidad de destinos en lo universal”: formulada como la integridad territorial. Las razones geográficas, históricas, lingüísticas, idiosincrásicas sirven lo mismo para defender la integridad, como para defender la secesión. La Constitución podría no afirmar la unidad española pero eso dificultaría enormemente delimitar el campo de aplicación. En una palabra: la integridad de España es un concepto “operativo” que puede ser cambiado por un nuevo contrato social entre los españoles (los que queden) por los mecanismos dispuestos en la propia Constituciónº. Nada diferente de Checoslovaquia, Yugoslavia y UK, conducidos a la secesión por sus políticos.

 

Este problema no debería serlo si se sometiera la cuestión al dictamen de los expertos (los jueces constitucionales) y estos fueran ecuánimes. Porque no lo son. La judicatura está politizada (sesgada) porque los partidos políticos (bajo los que se desarrolla inconstitucionalmente el circo político) así lo han querido. La separación de poderes (recogida en la Constitución) es conculcada continuamente por los partidos políticos (la no renovación de los cargos vacantes de la cúpula judicial, la injerencia de los partidos en las cuestiones de gobierno, la guerra sucia, la pervaricación), en defensa de sus intereses pretendidamente ideológicos aunque más seguramente económicos, que para eso estamos en un sistema capitalista. Nuestra democracia (por así llamarla) es una democracia de partidos (aunque no se trata igual a todos ellos: la desigualdad se reproduce a todos los niveles) en el sentido de que se canaliza (el voto, la representación) a su través. Sin embargo los partidos no son democráticos internamente lo que origina la fórmula: España es una democracia de partidos en la que los partidos no son democráticos. Es evidente por qué se mantiene esta anomalía pues los llamados a corregirla son los propios partidos políticos a través de los Parlamentos. Este bicefalismo constitucional:  la Constitución habla de individuos y la realidad solo acepta los partidos) origina el fenómeno del transfuguismo que es la discrepancia entre un individuo político y su partido de pertenencia.

 

Los fines de los individuos son relativamente simples y (si la honradez se les supone) coincide con su carácter, su manera de pensar. Ni siquiera la continuidad en el cargo es primordial pues el trabajo político no se entiende como profesión sino como aportación a la sociedad. Los fines de los partidos son más complejos. Para un partido lo más importante es ganar las elecciones pues sin ello sus posibilidades de ejercer el poder, desaparecen. Los partidos son profesionales y por tanto profesionalizan a sus afiliados. Es el mismo caso que el de los periodistas que a nivel individual (y dentro de la honradez) solo sirven a la verdad y encuadrados en un grupo mediático, su prioridad se convierte en vender periódicos (o el éxito, para decirlo más finamente). Pues bien, esta “pequeña”diferencia marca una brecha abismal. Los políticos son empleados de los partidos y se someten al régimen de sometimiento, jerarquía, lealtad, pensamiento único, etc. de cualquier empresa. Y por supuesto al régimen capitalista (todo por la pasta) como cualquier otra empresa. ¿Qué queda de la ideología tras esta empresarización de la política? Nada. Una referencia lejana en las siglas y raramente en el pensamiento y en la acción. Los partidos son empresas y se comportan como tales. Para nuestra desgracia nosotros somos los clientes de esas empresas Que les damos nuestro “like” en las urnas, consumimos sus productos: las políticas cotidianas y les pagamos por sus servicios a través de los presupuestos del estado. Juzgamos a los políticos como individuos (veracidad, honradez, don de gentes, ingenio, prudencia, etc.) pero en realidad son empresas (maximización de beneficios, intoxicación publicitaria, competencia desleal, explotación de los trabajadores, desprecio por el medio ambiente, etc.) Todas esas lindezas:; corrupción, intoxicación, engaño, crispación, inutilidad, maximización de beneficios, etc. son los caracteres de los políticos. Y ¡como no! el resultado es la incoherencia: un político no dice lo que piensa o lo que dicta su ideología, sino lo que conviene para conservar la poltrona, para no perder ni un voto, para ganar las elecciones. Evidentemente esto es para todos los políticos pues todos están enclavados en un partido. Regenerar la política pasa por la desaparición de los partidos (no a la manera de los regímenes totalitarios de izquierdas y de derechas) sino despojándolos de todos los rasgos capitalistas (hablo de economía) que les adornan.

 

Esta mescolanza de características individuales y empresariales, hace que la política sea incomprensible, pues adjudicamos a personas rasgos de empresas. Sobre todo la coherencia. Ningún político -de ningún partido-es coherente. Todos dicen lo que conviene en el momento que conviene. Que los ciudadanos cometamos ese error me parece disculpable, pero que los medios de comunicación estén siempre hurgando en la herida de la incoherencia me parece de mal periodista. Una vez se dispone de la hemeroteca denunciar y demostrar la incoherencia es cosa de niños. Pero el trabajo fácil oculta realidades mucho más difíciles de explicar pero mucho más importantes. Aquí se alían los que solo adquieren votos con los que solo venden periódicos. Ninguno cumple con su cometido.  Así las cosas parecería que -habida cuenta de que la incoherencia no es un rasgo diferencial- deberíamos obviarla… como arma electoral. Simple y llanamente todos los políticos son incoherentes. Nos evitaríamos ese bochornoso espectáculo de la denuncia perpetua de la incoherencia ajena “olvidando” la propia: el ojo-viguismo. No tiene sentido que el partido que acude a las elecciones dopado, el más corrupto (judicialmente) de Europa, que no renueva la cúpula del tribunal constitucional por intereses particulares, destruye pruebas a martillazos espía a sus opositores, legisla interesadamente, paga tránsfugas, despilfarra recursos de todos, se contubernia con la clase empresarial, y ha pactado, pacta y pactará con terroristas, y separatistas, etc. se lamente y acuse a sus opositores de incumplir la Constitución, y de hacer lo que él mismo hace, como si fuera un hecho diferencial.

 

Desengañémonos los políticos mienten, intoxican dicen y hacen incoherencias, crispan, embaucan, y lo seguirán haciendo mientras la política esté en manos de los partidos, mientras la apariencia sea de personas cuando el alma es de empresa. Sánchez no es más incoherente que Núñez. En todo caso, empatan. Tratar de continuar con la farsa de que solo es incoherente el otro, es estafar a los ciudadanos haciéndoles creer lo que no es cierto. Y que los periodistas se agarren a la incoherencia como un perro a un hueso, lo que demuestra es que -aparte de faltos de ideas y de recursos- están tan sesgados como los jueces, en una sociedad maniquea que trata de darnos gato (empresa) por liebre (político). Quizás eso explica por qué los políticos que reclamaron la lealtad y la adhesión a ultranza hacia las siglas, incluso acuñando aquella inmortal frase de “El que se mueva no sale en la foto” sean ahora extremadamente desleales y desafectos con sus compañeros actualmente en el poder, dando lugar a la llamada al transfuguismo de Nüñez dirigida los “desencantados” del PSOE. Simplemente ya no son empresa, ya no están en nómina: si el partido ya no confía en ellos, ¿por qué habría de ser a la inversa? Pero no es a esta manera de acabar con los partidos a la que hacía referencia. Aunque me alegro de que haya sido causa de su reconciliación.

 

El desgarrado. Septiembre 2023.

 

 




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