» 02-10-2024 |
El humano se origina en la superadaptación, la posibilidad de adaptarse a cualquier entorno y sobrevivir. Esta superadaptación no puede ser cuestión evolutiva por cuanto la presteza es esencial. Para ello hace falta desarrollar un nueva forma de pensar superior (o por lo menos posterior) al instinto, capaz de reaccionar al medio con enorme celeridad. El sistema nervioso ya había provisto al humano de un mecanismo de reacción (basado en la percepción) inmediato: el sistema de huida/lucha que velaba por la supervivencia. Se trataba ahora de reconducirlo hacia otro cometido: relacionar percepciones del mundo para establecer estrategias de acción diferentes de la supervivencia inmediata (pero sí a largo plazo). En este proceso las armas tradicionales (activas y pasivas; materiales y funcionales): pezuñas, cuernos, garras, armaduras, olores, venenos, simulaciones, etc. Ya no sirven pues los enemigos pueden cambiar en lapsos de tiempo muy inferiores al necesario para desarrollarlas o adaptarlas. La nueva arma de la superadaptación es el pensamiento: la capacidad de analizar la situación y decidir cual es la mejor respuesta. Requiere dos elementos: la relación y la decisión poco o nada presentes en el sistema instintual y por otra parte que ya estuvieran presentes para otras cuestiones de las que pudieran ser reorientados.
Un cambio así (del instinto al pensamiento) no solo requiere la formación de todo un nuevo y complejo sistema de relación con el entorno sino también un largo periodo de coexistencia pues no se puede abandonar el instinto antes que el pensamiento esté plenamente desarrollado. La solución fue la coexistencia continuada de modo que ambos sistemas: instinto y pensamiento coincidieron durante millones de años (… y sigue). Durante ese periodo no solo se forman (adaptan) los mecanismos de relación y decisión sino que también se reducen las armas naturales a medida que se hacen innecesarias. A partir de este momento el humano fiará su supervivencia al pensamiento, aunque los cerebros antiguos del instinto (tallo, cerebelo, hipófisis, amígdala, hipocampo, hipotálamo, etc.) estarán siempre atentos a intervenir en caso de inoperancia del pensamiento racional (lóbulo frontal). El resultado es la evolución “on line” pues la decisión puede resolver problemas evolutivos (como tratar situaciones nuevas, no contempladas antes) en el momento de producirse, gracias a la relación y a la decisión.
En el momento de iniciarse el proceso lo “primero” a hacer fue unificar los cerebros antiguos (desarrollados independientemente para funciones específicas) en un cerebro social mediante la corteza cingulada anterior (CCA). A partir de aquí el cerebro evolucionará integralmente. El cerebro social ya existía en los grandes simios, lo que varía es que asume funciones de coordinación de los cerebros anteriores que unifican su funcionamiento. Por lo tanto se inicia el desarrollo (humano) de un lóbulo frontal que asumirá las nuevas funciones. Para la evolución esta función de decisión supone la libertad -del férreo instinto- de decidir las mejores opciones en tiempo real, con dos desviaciones comunes. En primer lugar confundir la opción de decidir entre acciones alternativas para mejor sobrevivir, con la de hacer lo que te de la gana. La decisión no pretende que todo sea decidible sino que apunta a la supervivencia. La interferencia con el deseo (otros tipos de apetencias no supervivenciales) es evidente e inevitable. Probablemente es esta situación de amplitud -no buscada por la decisión- la que impulsa el desarrollo de la voluntad (en primer lugar) y de la justicia/moral (en segundo). En segundo lugar lo que podríamos llamar la pasión de la relación, es decir, olvidar que la relación tiene como fin la mejor reacción al entorno y a largo plazo la pervivencia de la especie. Utilizarla para fines individuales (el pensamiento individual o con otros fines) es contrario a dicho fin social.
La superadaptación supone cambios en la conducta social del humano que le separan de las conductas de los grandes simios. La elección humana de la familia nuclear (con la consiguiente colaboración y especialización de género) marcará la diferencia. El celo perpetuo (el sexo no reproductivo), el acceso de todos los individuos a la reproducción (la democracia sexual), el acortamiento de los plazos entre alumbramientos (¡a poco más de un año, de los cinco de los simios) son las consecuencias de la elección de la familia nuclear… y el inicio de la colonización de todo el planeta (por el momento) debido a la superadaptación. Pero no todo son beneficios. A la especialización biológica (armas, sexo, destino) sucede la especialización socio-cultural, es decir, las debidas al nuevo desarrollo social (la familia nuclear) y al pensamiento de la conciencia individual: el género. La cultura se convierte -al poder almacenar en la memoria las buenas soluciones al entorno (en vez de en los genes)- en el nuevo instinto, el nuevo depósito de la experiencia inmediata. La cultura supone una contracción del tiempo exponencial que inicia una nueva evolución en tiempo real. La especialización cultural pronto se convertirá en instrumento de dominación, pues en todo este proceso de racionalización del instinto, la dominación sigue estando omno`presente.
Veamos más detenidamente la relación y la decisión. La primera consiste en encontrar atracciones (afinidades) entre presencias reales o representaciones mentales, suficientes como para establecer un vínculo estable (no pasajero). El espacio y el tiempo (como escenario en el que se representa la vida) son idóneos para ello. El tempo relaciona el presente con el pasado y los pasados entre sí. Con la facultad de prever ambos se proyectan sobre el futuro: la capacidad de prever. Esta “adivinación” del futuro, es la principal arma específica de la superadaptación. Saber lo que el opositor va a hacer es -sin duda- un arma. La cronología ordena (clasifica) los sucesos en el tiempo los fija en un nicho temporal inamovible. Lo posterior no puede originar lo anterior. Es la causalidad, el primer ejercicio de afinidad que proporciona el tiempo. Las causas no solo preceden a los efectos sino que las deteminan necesariamente (sin alternativa). Los animales también aprenden la causalidad (asocian sucesos anteriores con posteriores) pero lo hacen por repetición. El humano -además- añade la inducción, traspone de situaciones parecidas (pero no iguales) resultados previsibles. No es un gran método (con innumerables fracasos) pero ante un mundo enormemente complejo al que hay que enfrentarse es un recurso simplificador. El desarrollo histórico se convertirá en modelo del devenir como el desarrollo físico lo hará del crecimiento.
El espacio también permite establecer vínculos entre las cosas del mundo y entre las representaciones mentales: la similitud. Hay cosas que se parecen, que parece que están indicando un parentesco, una relación. Las plantas hepáticas se parecen al hígado ¿Cómo no pensar que están ofreciendo un remedio? La similitud (la simetría) se convertirá -con el tiempo- en clave del pensamiento científico. La topología será la ciencia de estas afinidades, estos vínculos que relacionan unas cosas con otras. En sus dos variantes: espacial: la roca fálica asociada a la fertilidad, y temporal: el conocimiento acumulado en los ancianos (senado, consejo de ancianos) por la experiencia. La topología será una de las primeras lógicas (sistemas de conocimiento) de que hará uso la humanidad. El modelo de estas afinidades o atracciones es lo que -tras la llegada del logos- serán las artes. Ritmo, melodía, acento, armonía, simetría, equilibrio, composición, colores complementarios, está en el origen de la poesía, la música, la pintura, la arquitectura, etc. En su origen no fueron artes sino formas de conocimiento (lógicas). Su conversión en artes será el efecto de la llegada de la razón en su grado sumo: el logos. Pero a estas relaciones lineales (causalidad y similitud) sucederán las vinculaciones complejas. Para ello hubo de establecerse la distinción entre forma y sustancia (que tanto gustaron a Platon y Aristóteles)
C. Alexander —autor de la frase: “La ciudad no es un árbol”- en su ”Notas sobre la síntesis de la forma” relacionaba un melón, una pelota de rugby, una naranja y una pelota de tenis, señalando que se pueden establecer distintas relaciones según reparemos en la forma (esférica, oblonga) o en la sustancia (pelotas, frutas). De hecho si alternamos forma y sustancia podemos iniciar una deriva que nos conduzca a los dos elementos que no tienen relación ni en la forma ni en la sustancia. La naranja se relaciona (por la forma) con la pelota de tenis, que se relaciona (por la sustancia) con balón de rugby, Todas las relaciones están bien establecidas y sin embargo naranja y balón de rugby no parecen tener relación (formal/aparente, sustancial/esencial) alguna. ¡En eso consiste pensar (relacionar)! Tanto en alcanzar relaciones funcionales impensadas como en alcanzar no-relaciones aparentemente arbitrarias. ¡La caja de Pandora estaba abierta! Para evitar este desmadre se articuló una cláusula de cierre que es la verificación en lo real (la experiencia/experimento). De esta manera la razón y la experimentación nacieron unidas aunque idealistas (racionalistas) y materialistas (empiristas) se empeñaran en separarlas.
Estos desplazamientos entre forma y contenido ya existían en la poesía como recursos al servicio de las afinidades y vínculaciones: metáfora y metonimia, por lo que podemos asociar la poesía y la ciencia en una vinculación, hoy, impensable (aunque citada reiteradamente), quizás a modo de una simetría rota, perdida como la de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza. Razón de más para ver en las proto-artes sistemas de conocimiento. Si el instinto es el mecanismo de la acción eficaz, procurado por la evolución, el pensamiento (la razón) es lo mismo… por otros medios: la relación y la decisión, que si bien también se originan en la evolución, constituyen su propio espacio evolutivo en lo social-cultural. Un nuevo cerebro, nuevos medios, pero el mismo fin: la supervivencia de la especie. ¡Qué no se nos olvide!
El desgarrado. Octubre 2024.