» 02-02-2021 |
Nunca el poder contempló que el título de ser pueblo fuera un poder efectivo. Lo legítimo, lo que tradicionalmente había legitimado al poder eran los títulos de la antigüedad, el nacimiento, la fuerza, el conocimiento/saber que daban lugar a los seis primeros títulos platónicos y a los dos primeros aristotélicos. Se echó mano del demos, de esa legitimimación “extraña”, para poder desplazar a títulos legítimos tradicionales o racionales. Pero los filósofos analizaron esa legitimación apócrifa y le dieron carta de naturaleza, tal como dice Rancière: la cuenta de los que no cuentan, el dominio de los que no tienen dominio, el título de los que no tienen título, la parte de los que no tienen parte. Y efectivamente (en lo práctico) lo que se produce es ese vaciamiento de: título, dominio, la cuenta o la parte. Y esa estrategia pasaba por convertir la soberanía del pueblo en un título nominal, es decir, que figuraba en los textos, pero no se aplicaba en la práctica: un derecho vacío de contenido.
En su artículo 1 la Constitución española consagra la soberanía del pueblo como origen de la legitimidad de todos los poderes. Lo mismo hacen todas las constituciones modernas. En el caso de la española ese título debería desarrollarse mediante las instituciones de democracia directa (o democracia representativa eficaces) pero no es así (ni tan solo el referéndum es vinculante para el poder). En su lugar se establece una democracia representativa que traslada todas las competencias -menos la elección de los representantes… aunque podríamos dudarlo- a la clase política que se adueña de esa representación absolutamente. Y así se crea la ficción de que la soberanía reside en el pueblo. Como se dijo en su día: “Democracia del pueblo pero sin el pueblo” El pueblo pone el nombre (y el culo) y del resto se encargan los políticos. Tras las revoluciones modernas y la alfabetización de la población la cuestión se hace insostenible y las revoluciones se suceden (como se suceden las restauraciones monárquicas) en una alternancia que se institucionaliza. Marx introduce una transversalidad a las instituidas de: monárquicos/republicanos o conservadores/liberales (sí, los liberales empezaron como oposición a los conservadores), pero las “democracias modernas siguen teniendo los mismos problemas que tenían los griegos: trabajadores, mujeres, altersexuales y colonizados/extranjeros, todos excluidos de la democracia a pesar de tener el título habilitante.
El eje derecha/izquierda se convierte en sustancial desplazando la oposición tradicional, a la nueva de liberales (que ya se han instalado en el conservadurismo de derechas) y laboristas (la izquierda). Durante un siglo, desde el Manifiesto comunista a la segunda guerra mundial la oposición derecha/izquierda eclipsa a cualquier reivindicación de un pueblo que es mucho más que la izquierda. Las mujeres empiezan su revolución pacífica, a la que se unen los altersexuales y los colonizados (visibilizados por los estudios literarios). Pero la cosa llega a niveles insostenibles, con la aparición de los totalitarismos: el comunismo y el fascismo, ambos de Estado. Ambos son una respuesta a la inoperancia de los partidos políticos: ¡Todo para el pueblo pero sin el pueblo! Solo tuvieron que borrar la mención nominal a la soberanía del pueblo, puesto que su realidad ya era inexistente. Obviando que el comunismo era de izquierdas y que el fascismo era de derechas los liberales se apoderan de la democracia e identifican el totalitarismo con el comunismo. Con la caída del muro de Berlín (y del comunismo de Estado) en el 89, Fukuyama declara el fin de la historia (de confrontación entre derecha e izquierda) y el triunfo del liberalismo.
Para entonces los ejes transversales: mujeres, altersexuales y colonizados/extranjeros ya están consolidados y se les añaden los ecologistas, los animalistas, los neo-republicanos, los neo-fascistas, etc. Son las nuevas revoluciones del SXX en un mundo en el que la revolución física es imposible. La presión se vuelve insoportable cuando aparece Internet que parece hacer obsoleta la democracia representativa. Los partidos reaccionan con contundencia enrocándose en sus posiciones arqueológicas. En este punto los votantes abandonan las opciones tradicionales ante la evidencia de que la democracia es una pantomima y la rendija electoral (la única forma de democracia directa (pero representativa) existente en el mayoría de los países, está tremendamente mediatizada para favorecer los partidos tradicionales). La reacción de los partidos políticos es el populismo: decir a los votantes lo que quieren oír, lo que supone abandonar la verdad como un lastre. Ese populismo es aprovechado por los neo-fascistas puesto que populismo es algo que estaba en su ADN.
¿Cómo reaccionan los partidos políticos a esta situación? Prácticamente con el populismo citado y la mentira canalla a la que se rebautiza como posverdad (un tercio no excluso entre la verdad y la mentira). Pero a nivel intelectual reaccionan aceptando la evidencia. Existen dos democracias: la teórica de los intelectuales que defienden la soberanía del pueblo y la democracia práctica que no puede aceptar esa soberanía… porque a los ciudadanos hay que defenderlos de sí mismos. De alguna manera tras apearse de la verdad ahora se apean de la razón. No es razonable que el pueblo sea soberano porque eso es negativo para la propia democracia. Se reconoce que la verdad no es imprescindible, la razón no es necesaria y los políticos son irresponsables. En una palabra: la política se ha acabado. Por lo menos como disenso, como división de lo sensible que se opone a sí misma. Pero de esto hablaremos en la próxima. El sueño del mono loco de intervenir en su propio destino era eso, un sueño. Jamás nos libraremos de la dominación de la antigüedad (padres/patriarcalismo y viejos/senado), del nacimiento (amos/esclavizadores y nobles/linaje), de la fuerza, y del saber. Por este camino no llegaremos a ningún sitio. La dominación es la esencia del ser humano.
¿Se ha acabado? ¿Todo era un engaño? ¿Puede el pueblo intervenir en su destino? Políticamente así es. Estamos al cabo de la calle. Para colmo los ciudadanos hemos perdido el impulso. No somos capaces de armar revoluciones (comprados) pero tampoco somos capaces de votar (hastiados). Estamos vencidos y eso quiere decir que ya podemos preparar el culo. En la próxima entrega hablaremos de cómo Rancière entiende la democracia y si es posible la esperanza.
El desgarrado. Febrero 2021.