» 02-02-2020 |
El ser humano (¿homínido?) vive en la omnipotencia de las ideas, confunde el mundo y el yo. Eso le lleva a la magia como medio de operar el mundo, de controlarlo. Pero la magia ya es una forma de trascender, de salir del encierro, de colonizar el mundo. Esas huellas de manos que aparecen en el arte rupestre son puro impulso de trascendencia. Gritan a quien lo mira: “Aquí estuve yo”, repetido hasta la saciedad por los grafiteros vandálicos, aficionados o profesionales. Klein, milenios después, repetirá esa huella del cuerpo en el mundo. La pasión por la trascendencia no ha cedido ni un ápice. Hay dos tipos de magia: en presencia y en ausencia; metonímica y metafórica según Jakobsen citado por Trias (Prólogo a “el pensamiento salvaje”). La magia no solo supondrá una manera de entender el mundo (cognición) sino también una manera de operarlo (política). El ser humano está en el proceso de constituirse como ser humano separado del mundo. Un mundo que es patrimonio de los dioses, abanico de su divinidad.
Las pinturas rupestres son exorcismos, invocaciones, magia. Si posees la imagen posees el cuerpo dice la omnipotencia de las ideas y así se afanaron en pintar las escenas de caza que anhelaban. Capturada la imagen, capturada la pieza. Lo que más tarde será arte se origina en la magia y por tanto en la trascendencia. Trascender tiene como base dominar el mundo. Tanto comprenderlo como manipularlo. Salirse del cuerpo y entrar en el mundo. En la fase de prueba y error ambas operaciones coinciden. Se comprende manipulando, como los niños el cubo de Rubik. Después ambas operaciones se separan, el mundo y el cuerpo se escinden y se origina la metafísica, una nueva manera de trascender en la que las imágenes mentales (espirituales) cobran gran importancia y donde la trascendencia cobra nuevas formas.
El ser humano mítico (prerracional, entendiendo por racional lo que inventó el S.V griego) construye relatos para entender y dominar el mundo. Cosmogonias, teogonias, el relato de los orígenes. En la omnipotencia de las ideas relatar es lo mismo que controlar, que vivir. Esos relatos están en el origen del teatro y de la poesía, pero también en el relato mimético de la pintura y la escultura y en el relato del orden en las figuras geométricas de las orlas y las cenefas, de la sucesión rítmica de los sonidos y de las rimas, de la disposición ordenada de las piedras arquitectónicas. Orden y mimesis, creación e imitación articulan el mundo mucho antes que la razón. Porque todo esto no es todavía arte, pero sí es trascendencia. Pone al ser mítico fuera de sí, lo libra de la cárcel de un cuerpo no especialmente preparado para competir en un mundo proceloso. Pero produce placer. El placer de la destreza en la imitación, en la construcción, en la elaboración de adornos. El placer de la elaboración del orden geométrico.
Pero donde la trascendencia se manifiesta en estado puro es en la arquitectura, el arte más abstracto, alejado de la mímesis y enraizado en el orden gravitatorio, en la repetición rítmica de los huecos y de los ornatos, de las columnas y de los muros, de las distintas plantas. Babel es el intento mítico de alcanzar el cielo desde la tierra, de trascender físicamente la condición terrena. Las pirámides y zigurats son el recuerdo que ha perdurado de aquella aventura de elevar un edificio-escalera que permita alcanzar el cielo. En el relato bíblico dios se percata de la osadía de los hombres y les castiga confundiendo sus lenguas. Sin la coordinación del idioma la empresa fracasa. Muestra de la fragilidad de los proyectos humanos que ni siquiera es necesario derribar sino que se descomponen con la desunión que provocarán las lenguas… tal y como sigue ocurriendo hoy mismo. Babel supone el fin de la trascendencia física (y de la magia, que no deja de ser lo mismo). A partir de ese momento la trascendencia se planteará siempre mentalmente, espiritualmente, metafísicamente (mas allá de la física). Sin embargo el sueño de alcanzar el cielo con la arquitectura continúa: los rascacielos, la ingeniería aeroespacial.
Las religiones (monoteístas) propondrán la trascendencia en el otro mundo (con los placeres y la ausencia de dolores de éste). El apocalipsis propone una resurrección de los cuerpos que parece poner el paraíso, si no aquí, por lo menos con los cuerpos de aquí. A cambio de ese paraíso los diversos dioses momoteístas exigen obediencia ciega y sumisión total a través de unos códigos de conducta que son auténticos códigos legislativos. Se inicia así el desencuentro entre religión y ciencia-filosofía que en el caso de los cristianos durará hasta el SXX (el Papa reconoce que Galileo tenía razón) y en el caso del Islam todavía continua la confusión de lo civil y lo religioso.
Toda esta etapa premetafísica del arte es caracterizado por Ranciére como régimen ético del arte, tal como describe en “Políticas de la estética” en el volumen “El malestar de la estética” Clave 2012(2004). Tanto la estética como el arte son dos formas de división de lo sensible, dependientes de un régimen específico de identificación. La división de lo sensible es: cómo compartimentamos (ordenamos) el mundo antes de operar sobre él (entenderlo, actuarlo, verlo). El régimen de identificación del arte es “una relación específica entre prácticas, formas de visibilidad y modos de inteligibilidad que permite identificar sus productos como pertenecientes al arte o a un arte” (Rancière, 2012, 39). Será este régimen de identificación el que determinará qué es arte y cómo ese arte es arte.
Para Rancière en este primer régimen de identificación ético no existe propiamente hablando arte, sino “imágenes que son juzgadas en función de su verdad intrínseca y de sus efectos sobre la manera de ser de los individuos y la colectividad” (Rancière 2012, 39). Al decir verdad intrínseca afirma que su verdad no le viene de fuera atribuida por un ser humano que clasifica el mundo del que se ha separado. La verdad corresponde a la divinidad, es una verdad revelada para nada proveniente de la razón. Al decir de sus efectos nos sitúa en la causalidad mágica. Esos son los dos elementos que configuran estas imágenes que no son propiamente arte: la divinidad y la magia.
El desgarrado. Febrero 2020