» 07-05-2024

La lógica parda 0. introducción.

Inicio aquí una nueva sección dedicada a las formas de pensamiento alternativas (pero no mejores) que utilizamos habitualmente en nuestro confrontar con el mundo. No existe una sola manera de pensar sino múltiples. el instinto, la intuición, la premonición, la inducción/deducción, el mito, la analogía, el método hipotético-deductivo científico, la(s) causalidad(es), la cibernética, etc. No pretendo que sean equiparables, sino simplemente coexistentes. El sentido común es una de ellas y se basa en dos premisas: cualquiera puede desarrollar un sistema de evaluación y decisión sobre el mundo y es tan bueno como cualquier otro. El mundo está lleno de buenas personas que aplican este método de confrontar el mundo.Es un trabajo de patchwork, de retazos compuesto por afinidad, simpatía o deseo, sin nada que ver con la racionalidad… si entendemos por racionalidad lo que nos diferencia de los otros animales. Somos chatarreros biológicos y racionales, acumulamos retazos de ideas que se avienen con nuestra manera de ser y a eso le llamamos racionalidad.La racionalidad tiene distintas acepciones.

 

Otras veces he comentado que nuestra racionalidad es mucho más una   que una realidad. No solo somos mucho más sociales que individuales; emocionales/sentimentales que racionales, sino que además tenemos un especial empeño en mantener esa ficción -sin ninguna racionalidad- en una omnipotencia de las ideas que nos hace creer que -como en los sortilegios- lo que decimos se hará realidad (la ley del deseo), por el mero hecho de enunciarlo o desearlo. La omnipotencia de las ideas es uno de esos rasgos que achacamos a los primitivos obviando que no es una asignatura aprobada sino una cuestión pendiente y presente. ¿Existe una lógica parda, una forma de pensar alternativa a la que desarrollaron las mentes preclaras de nuestra evolución? Es evidente que existe una literatura (presuntamente humorística que nos la propone: la ley de Parquinson, la ley de Peters, la ley de Murphy, nos proponen otra lógica descriptiva que -si más no- nos deja intranquilos. La cantidad de tópicos (lugares comunes) entre los que nos movemos es abrumadora. Pero es el saber popular (refranes, adagios, proverbios el que nos provee de esa gramática parda que acabamos aplicando como si de verdades absolutas se tratara. ¿Somos animales racionales (Aristóteles) o máquinas deseantes (Deleuze)? O quizás otras opciones alternativas.

 

Nuestra cultura intelectual es axiomática. Aplicamos reglas de pensamiento precisas sobre premisas supuestas o inventadas. Evidentemente si estas fallan también falla nuestro raciocinio (al menos de forma utilitaria). De los principios de la lógica hay tres que son inamovibles (identidad, tercio excluso y no contradicción). Sin embargo, la física cuántica los cuestiona. La probabilidad (o verdad fraccionaria) -que la ciencia oficial solo acepta como falta de conocimiento- está excluido de nuestro sistema de verdades absolutas… aunque tanto la física cuántica como  las disciplinas estadísticas (termodinámica, evolución, política…) la integran en su estructura. La causalidad (y por tanto la inducción) tiene naturaleza científica, pero está excluida de la lógica, lo que ha dado lugar a distintos tipos de causalidad: simple (lineal), en red (grafos), retroalimentada (feed back), inducción matemática, etc. De hecho sin ella no existiría el método científico. Y no le va mejor a la deducción (fundadora del silogismo, máximo exponente de la verdad racional y necesaria) al que se le acusa de tautología o circularidad. Porque pensar tiene un único fin biológico (supervivencial): adivinar el futuro. Un animal como el ser humano que sacrificó la especialización (las armas intrínsecas defensivas y ofensivas) a la adaptabilidad a entornos cambiantes y hostiles, necesitaba un mecanismo de adaptación formidable: la razón, el logos. Y la supervivencia pasa por la información: saber lo que el enemigo no sabe, saber lo que va a hacer: conocer el futuro. Una vez descartadas la omnipotencia de las ideas, la magia, el determinismo (el destino), la revelación divina o la kábala, lo que quedaba era nuestro sistema nervioso (al que reducimos al cerebro como principal representante) y su función específica: el raciocinio. Esa era nuestra arma. La simple cuestión de que un sistema físico produzca ideas ya es atrevida… y productora de la trascendencia.

 

Pero ese sistema de producción de pensamiento es el resultado de la evolución y adolece de numerosos fallos (entre otros que la evolución crea pero no desecha. Como máximo recicla) por lo que vamos acumulando errores de diseño que influyen en el malfuncionamiento de nuestra sistema armamentístico. Pero el principal fallo es la identidad: poseemos diferentes cerebros históricos amontonados en nuestro cráneo y no siempre bien conectados. Poseemos varias identidades -correspondientes a nuestros distintos cerebros- no siempre bien avenidas. Nuestra divergencia entre razón y deseo, o de consciente e inconsciente es patente.  El cerebro produce razones, no hechos por lo que nuestra realidad está hecha de humo, de razones no siempre adecuadas y nunca sólidas, fácilmente influenciables y manipulables, hasta el punto que determinados colectivos se han especializado en el engaño (desde el perceptivo hasta el lógico). Tomar decisiones con varios cerebros en liza, con colectivos externos depredadores, con procesos deficientes por antigüedad o malfunción, se convierte en misión imposible. Ante esa tarea imposible el individuo se refugia en un sistema simplificado de realidad y decisión que llamamos sentido común y que funciona al margen de la ciencia. Es ahí donde surge nuestra lógica parda mucho más interesada en autoengañarnos que en hallar el mejor camino. Los gurús (maestros) del comportamiento nos ayudan en ese difícil camino: ética, moral, religión, autoayuda, civismo. Las vías de la ejecución de lo correcto son innumerables.

 

Nuestras formas elementales de pensamiento son formales, como medio de defensa ante un mundo que a la lógica ha añadido las normas socio-religiosas de convivencia. Lo formal no tiene contenido, se estructura exclusivamente en la forma y esa formalidad es muchas veces escandalosamente simple. Nuestra primera herramienta formal es la negación, pero una negación que añade un contenido a lo negado: lo contrario de lo que no funciona… funciona; lo contrario de lo malo… es lo bueno; lo contrario de lo equivocado es lo cierto; el que no está conmigo está contra mí; lo que no está prohibido está permitido. La complementariadad es otro formalismo omnipresente: El mundo es un sistema de suma cero es decir, los pares de oposiciones son excluyentes, todo lo que gana uno (o unos) lo pierde el otro (u otros) como en los juegos de apuestas (comisiones excluidas). Se parece al anterior -pero no es igual, pues lo contrario no lo es respecto a un a totalidad- porque la única complementariedad perfecta es la negación… respecto a la totalidad. El complementario de lo perfecto es lo no perfecto (imperfecto). Pero no siempre oponemos dos objetos complementarios (respecto a la totalidad). A veces queda un resto. A la oposición presencia/ausencia debemos añadir lo impresentable, entre lo bueno y lo malo está lo indiferente. 

 

Otro mecanismo formal es el del mal menor. No se trata de escoger entre dos opciones en la que una es buena y otra mala (o exacta e inexacta para no entrar en lo moral) porque ambas son malas (buenas). La diferencia es de grado. Como diría el catecismo: “dentro de la misma gravedad unos pecados son más graves que otros”. Se trata de minimizar pérdidas no de elegir la opción buena o exacta. “La menos mala”. Otra variedad es la que se formula como: “de perdidos al río”. Es contraria a minimizar pérdidas pues una vez que una opción es moderadamente (en grado) mala, se equipara a cualquier otra que sea catastrófica. Si no nos llega para pagar el alquiler podemos optar por pagar lo que tenemos o no pagar nada en absoluto. Este sistema formal es uno de reducción a lo absoluto. Nos extrae de la gradualidad para entrar en las posiciones extremas. Todas estas cuestiones son las que pretendo analizar, pero hay más: el malfuncionamiento patológico del cerebro (la depresión, la locura), el pensamiento diferencial de género, las cuestiones previas al pensamiento en sí (partición de lo sensible, simplificación, etc.). Espero que -si más no- sea una aventura apasionante. En reve presentaré un plan para desarrollar estas ideas.

 

El desgarrado. Mayo 2024.




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