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» 24-05-2024 |
Empecemos por las referencias a otros textos en los que he tratado el tema. “Urbanismo 15. Sociedad. Comité invisible. A nuestros amigos” 2019. “La condición humana 1-4”, 2024. “Señoras y señores 76. El hecho diferencial de los géneros: analítico/sintético, agresivo/conciliador, individualista/social, destructor/constructor” 2023. “Reflexiones tipográficas 354-4. ¿Por qué el mundo es convulso. O, por qué lo percibimos así? La sociedad” 2022. He repetido hasta la saciedad que somos antes sociales que individuos. Es nuestra herencia primate. Los grandes simios son altamente sociales hasta el punto que nuestra gran diferencia como sociedad es precisamente cómo afrontamos el conflicto Individuo/sociedad. Como comenté en “La condición humana” el hombre escogió la familia nuclear -con el correlato de la fidelidad y la consecuencia de la democratización del sexo para cualquier pareja- lo que le impulsó a un desarrollo exponencial, mientras los bonobos optaban por el sexo como mediador social y el matriarcado, y los chimpancés por la política de alianzas, con cierta promiscuidad y la jerarquía rígida, pero menos que los gorilas cuya opción fue la familia única extendida con un solo macho dominante y reproductor y todas las hembras.
Esos cuatro modelos de sociedad (altamente dependientes del sexo y por tanto del género) muestran lo diverso que pueden ser los grupos de especies, simplemente, por su concepción de sociedad. Porque la sociedad es como una segunda inteligencia que se superpone a la individual, ampliando su existencia a la existencia del otro. Es otra dimensión. Uno de los hitos biológicos de la evolución fueron los organismos pluricelulares, empezando por la célula que caracteriza Margulis como una asociación cooperativa de diversos elementos unicelulares con cometidos especializados: medios de propulsión, fábrica energética, centro de reprodución, individualización respecto al medio, etc. y por supuesto: control unificado. La sociedad repite aquella experiencia, pero con individuos multicelulares, profundamente independientes y -finalmente- autoconscientes. La sociedad evoluciona desde las primeras asociaciones sencillas hasta comunidades cuya vida sería imposible de otro modo: lirreversibles. La sociedad impone el interés de la especie al interés del individuo y ello mediante una serie de instituciones que se van consolidando, primero instintivamente y por último culturalmente.
Morris en su “El mono desnudo” establecía que el mono desnudo hizo una regresión al lobo, para constituir su modo de ser social y ese modo fue la familia nuclear además del profundo espíritu cooperativo supraparental. Hoy la cultura ha desdibujado los orígenes biológicos de las instituciones que constituyen la sociedad humana pero el comportamiento comparado de primates y humanos deja bien a las claras que antes de la cultura el individuo había desarrollado una inteligencia social (el otro como límite) que había cambiado las cosas. Por supuesto que el córtex frontal fue fundamental para el establecimiento de la cultura y ésta de la sociedad, pero el origen ya estaba en la reorganización del cerebro que llevó a cabo la aparición de la corteza cingulada externa (CCE), conectando y envolviendo todos los cerebros entonces existentes. Cuando el cerebro se socializó (fue consciente de que era múltiple y variado… y lo aceptó) nació un nuevo modo de ser vivo: el ser social. Por supuesto esto no fue sino en un lapso de tiempo extensísimo, del cual los primates son el penúltimo capítulo. La sociedad es modo de ser totalmente generalizado pero siempre en aumento hasta llegar a ser determinante: no hay vida fuera de la sociedad. Si Mowgli subsistió (léase Tarzán) fue porque el espíritu social lo adoptó. Lo que mostró Kipling -a contrario- es precisamente eso: no hay vida fuera de la sociedad, sea esta la que sea.
Sin ánimo de rastrear el nacimiento de las instituciones sociales (primero instintivas y posteriormente culturales) y su ulterior desarrollo, me centraré en los rasgos que las caracterizan en nuestra especie: altruismo, solidaridad, generosidad, empatía. En todos estos rasgos la presencia del otro, el próximo, es determinante. En cada uno de ellos vemos la superación del correspondiente instinto individual que garantiza la supervivencia: egoísmo e identidad. Sabemos (De Vaal) que todos ellos existen entre los primates, pero en los seres humanos se han desarrollado exponencialmente debido al refuerzo cultural. El ser humano dispone de una autoconciencia social que se superpone a la autoconciencia individual. Para los primates la sociedad es un medio. Para el humano es un fin. Y no se puede descartar que la familia nuclear sea el origen de esa autoconciencia. Desde luego es el rasgo distintivo social más evidente respecto a los primates. El modelo de empatía, solidaridad, altruismo y generosidad de nuestra especie es -en primer - la madre… sin menospreciar al padre cuya entrega a la defensa y la alimentación de la familia es ejemplar. La madre desarrolla una cultura del cuidado alternativa a la cultura de la competición/lucha/destrucción del hombre. La diferencia de géneros en la especie humana es constitutiva.
Porque el enorme desarrollo demográfico que supuso la democratización del sexo: todos podían fundar una pareja estable porque incluso el líder se debía a una sola hembra, necesitó de una regulación cultural exhaustiva que superara las relaciones de parentesco, y estas fueron las relaciones de ideología. Las relaciones de parentesco supusieron durante muchos milenios el límite del grupo social. Cuando la demografía presionó para superar ese límite -con el horizonte de poder acometer grandes obras en cooperación- la ideología (afinidad por otros medios que el parentesco) tomó el relevo y superó el límite social de la familia nuclear estableciendo el vínculo ideológico. Y aquí surge la regulación cultural del vínculo social. La sociedad tribal solo contempló un Derecho rudimentario (ley del talión, consejo de ancianos) para dirimir conflictos. Con la ideología como vínculo, aquello necesitaba un regulación intensa. La aldea tribal se convierte en ciudad y la familia en sociedad. El aprendizaje se prolonga durante toda la vida (neotenia) y se desliga de la enseñanza directa de la madre, del juego con los hermanos y de la imitación del padre: la cultura. La tradición oral (el relato) es sustituida por la escritura que se convierte en la nueva memoria social, superando los medios biológicos. La sociedad es una nueva inteligencia y la cultura una nueva memoria. Los mecanismos de resolución de conflictos (individuo/sociedad) se convierten en instituciones: derecho, escuela, gobierno, urbanidad, judicatura, legislación, sanidad, trabajo, ocio, etc.
La sociedad no es un conjunto de individuos, como nos propone el análisis masculino, sino una superinstitución holística de la que los individuos son el origen pero no exclusivamente la suma de las piezas constituyentes. La relación supera a los constituyentes tal como los estructuralistas pensaban la estructura: como más que la suma de las partes. Los papeles sociales de género han resultado determinantes: la sociedad, como la agricultura, como la educación, son esencialmente femeninas… lo que no quiere decir que se hubieran podido desarrollar sin la colaboración del hombre. Y es eso lo que el hombre quiere borrar en su soberbia de género. ¿Por qué siendo más fuerte y con una mente analítica especulativa más adaptada a los problemas que el mismo jerarquizaba, debía conformarse con ser igual (pues la mujer nunca pensó su papel como superior jerárquico)? El hombre dio un golpe de mano y borró a la mujer como igual en la ecuación social. Con la llegada del logos se autoproclamó público, racional y maestro instructor relegando a la mujer a un papel doméstico, irracional y de aprendiz perpetua. Pero tal como dice Irigaray el plan hacía aguas pues la mujer era para el niño (futuro hombre) la vía para alcanzar la existencia social pública, la razón de su vida y su instructora primera. El género único es la solución al problema: la madre es el medio material para la vida pero el auténtico hacedor y origen es el hombre que de esa manera se erige en género único. El sicoanálisis lo corroborará: solo existe un género: el fálico del que la mujer sólo es una imperfección, un ser castrado de su esencia masculina. Recordemos que el falo es la idea (la premisa universal) de que todo ser tiene un pene. Para Irigaray el hombre es el ser que no ha sabido resolver su relación con la madre y huye de la evidencia en una orgía de (sin)razón y de destrucción.
El modelo de la dominación masculina, el borrado de la mujer tiñe toda nuestra concepción de la sociedad cuyas relaciones han tomado ese modelo. Hasta que la mujer no restablezca la igualdad y alcance su libertad, la sociedad no podrá -a su vez- alcanzar el modelo igualitario y podrá deshacerse del sistema de la dominación, del imperio de la fuerza, de la guerra como modelo de sociedad. El hombre ultramontano, ultraconservador de los derechos adquiridos históricamente, ultraderechista, pretende cambiar la sociedad sin restituir a la mujer en su fundamental papel. No se puede fundar una sociedad en una mujer expulsada de la maternidad y del género, de la razón y de la justicia laboral, de la sociedad civil, que ni siquiera tiene derecho a su cuerpo ya que el feto no es suyo sino de la sociedad, o lo que es lo mismo: del hombre. El hombre guerrero y destructor se ha redimido de su orgía de sangre defendiendo la vida del feto, robándole a la maternidad su sentido biológico. Sin una mujer plenamente restablecida en su igualdad ancestral nunca tendremos una sociedad justa. Lo que está en juego no son los derechos de la mujer, sino los del ser humano, los del ser social.
El desgarrado. Mayo 2024.