» 10-10-2022

La muerte de la metafísica 13-3. El humor.

Sigo en mi persecución de los institutos que eluden la metafísica, en este caso el humor. Así como el amor ha sido escasamente contemplado por la filosofía y por la ciencia (es decir por la racionalidad) el humor ha tentado a muchos autores (Bergson, Ortega…), aunque pocos de ellos lo han practicado. Y hay razones para ello porque el humor no deja títere con cabeza y, muchas veces, esos títeres, fueron los filósofos y los científicos… amén de los políticos. Un juez debe ser antes que justo, serio. El humor en la judicatura no se introdujo hasta “Juzgado de guardia”. En España, no hace mucho, un juez fue cuestionado por aparecer en su juzgado vestido de carnaval. El humor es altamente sospechoso de radical, i-racional, i-reverente y delictivo. Los delitos de odio acogieron en España -en este siglo- a titiriteros, cómicos, raperos, actores, humoristas, etc. Los detentadores del poder aguantan mal a estos “disidentes” que ridiculizan su sacrosanta seriedad. Aznar suprimió el programa “Spitting image” y CQC de Wayomig fue suspendido en pleno éxito por políticos heridos en su dignidad. En el mundo metafísico, la seriedad es un valor. Platón estaría de acuerdo.

 

El humor es un cajón de sastre en el que caben muchas cosas distintas con tal de que haga reír (aunque sea amargamente). El cine mudo desveló cual sería el humor en ausencia de la palabra: el ridículo, la dignidad herida. Persecuciones delirantes, tartas voladoras, tortazos espeluznantes, caídas estrambóticas, situaciones imposibles. El mal ajeno es el bien propio. Es una ley biológica inexorable. Los animales enseñan los dientes para amedrentar; los humanos lo hacemos para conciliar (la risa). Cómo se produjo la inversión no lo sabemos pero quizás fue un rasgo de humor: “con esta mierda de dientes no tienes nada que temer: soy amigo”. Buster Keaton se reía de la seriedad: la de la incapacidad del humano para estar a la altura. Chaplin tampoco sonreía mucho. No tenía razones, era un mendigo. Los dibujos animados llevan el mal ajeno hasta el paroxismo: el coyote es reiteradamente machacado por la que debería ser su víctima: el correcaminos. Al ridículo de la inversión añade el ingenio de las mil muertes. Solo era una continuación de Tom y Jerry o Silvestre y Piolindo. En todos los casos la violencia era objetivamente atroz.

 

El lenguaje abre mil posibilidades al humor. En primer lugar los juegos de palabras que van desde los juegos de letras hasta los sentídos equívocos. Pero la ridiculización vuelve a hacer acto de presencia: las chirigotas, los carnavales, las fallas, los chistes, son el turno de los oprimidos de reírse de los opresores. Un quid pro quo pírrico y efímero que no arregla las injusticias pero que da voz a los desfavorecidos. Durante siglos la escritura (epigramas, sátiras…) fueron el ajuste cuentas favorito de los intelectuales y en el que el pueblo solo participaba por identificación. Los cómicos repetían las bromas para regocijo de los que no sabían leer. Los chistes surgieron así. El pueblo repetía las diatribas que inventaban los intelectuales. Siempre existía la opción de tomar partido.

 

No enumeraré todos los tipos de humor que existen (porque no soy un experto) pero el humor siempre tiene una rasgo que lo identifica: la ruptura de la racionalidad, sea esta la propia razón, el lenguaje, la compostura, la jerarquía, la seriedad, etc. Cualquier institución que se pueda quebrantar será quebrantada para regocijo de los que están excluidos de ellas. El humor es anti-racionalidad, es el cuestionamiento de la metafísica por parte de los que la sufren. En una sociedad como la nuestra en la que el entretenimiento se ha convertido en el opio del pueblo, el humor parece haber perdido su original virulencia. Pero no es así: no hay humor sin crítica por más que la televisión trate de minimizar el latigazo. Decía Guy Dabord que toda ideología que fracasa es convertida en espectáculo, pero si el espectáculo es humorístico no hace falta que no haya fracasado todavía. Podemos anticiparlo.

 

Quizás deberíamos analizar la dignidad, la liturgia, el protocolo, el boato, la seriedad, para darnos cuenta que esos intentos de alcanzar la impronta a través de la presencia, son tan ridículas que casi no necesitan el humor para ridiculizarlas. El frac, la mitra, el solideo, los ujieres mamporreros, la corona real y el cetro, los pasos de las procesiones, las esclavinas de tafilete rojo de esa reinona que todavía ejerce de papa emérito, todo eso no necesita ridiculización accesoria. Son rasgos que se bastan y se sobran para que nos riamos a mandíbula batiente. Pero en otra vuelta de tuerca, todavía puede añadirse alguna risa. Quizás el poder se reviste de esas majadería para evitar la crítica (¿cómo ridiculizar lo ridículo?). Ahora los políticos van a la TV a hacer el ridículo. Eso los humaniza: bailan, cuentas chistes, se muestran espontáneos… hacen el ridículo. Y los ciudadanos en vez de reírnos, empatizamos: ¡pobres. Son unos hijos de crápula… pero son humanos!.

 

Como el amor, el humor se lo ha apropiado el poder para darnos una compensación pírrica de una vida insoportable. Por eso la metafísica no tiene necesidad de fagocitarlo o de integrarlo. Cumple con su función de pacificar la sociedad. Y contra menos comprensible sea, mejor. Cuando la razón está al servicio de la política empiezan todos los males. Pero consolémonos. ¡Siempre nos quedará la risa!

 

El desgarrado. Octubre 2022.

 

 




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