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» 18-05-2020 |
En anteriores blogs os he hablado de la muerte de la metafísica y también de la imposibilidad de la igualdad que mantiene ésta como fórmula para simplificar y entender el mundo: lo que muchos autores han llamado el excedente de significante (Ver glogs anteriores). Pero siempre he hablado de la congnición, del saber y casi nunca he tocado el tema de la moral, de la ética. Sin embargo este aspecto de la posmodernidad ha sido visitado por el cine de forma asidua y recurrente. Ya otras veces os he hablado de R. Scott y de su particular manera de entender el mundo que narra en sus filmes como un mundo de unos personajes que no son ni buenos ni malos, o mejor dicho, que son las dos cosas a la vez. La posición metafísica, que ante el par de oposiciones bien/mal en vez de privilegiar uno, acepta los dos en su diferencia. Su posición contradice la tradicional posición del cine que se decanta siempre por el final feliz que exige que los personajes estén perfectamente dibujados como héroes o villanos. Spilberg sería el reverso de la moneda con un cine moralista hasta la médula, que indudablemente tiene su público, pero que en un mundo como el nuestro, hiede.
Pero ese desgarro hacia la moral -que ya se apuntaba en la novela negra y el western, pero que era más de sujetos que parecían malos pero que finalmente eran buenos, como el estereotipo de Bogart- ha avanzado mucho tras la estela de Scott y, como no, vengo a referirme a “The blacklist” en donde se alcanza la perfección de los sujetos buenos-malos con Reddington a la cabeza pero no menos que la Rostova y con incursiones de todos los protagonistas, que no se privan de enseñarnos sus lados menos morales (oscuros, dicen). Incluso en Elisabeth la atracción por el mal (el propio Reddington) es ineludible. No pretendo que sean estos los únicos ejemplos de malos-buenos-malos que en el cine han sido. La simpatía por ciertos villanos (sobre todo ladrones) ya era habitual. Pero que la cosa alcanzara a los asesinos ya era más raro, aunque Hanibal hizo estragos en las morales más férreas. Reddington es un asesino de tomo y lomo, implacable y sin piedad pero tiene su lado bueno, como la Rostova, lo que hace que la hija de ambos (mientras no se demuestre lo contrario) la agente Kin sea el bien que ha salido del mal. Si ya no todos los americanos pueden ser presidentes, por lo menos, todos pueden ser buenos, a pesar de su filiación.
Es evidente que si la moral posmoderna ha calado tan claramente en el cine es porque la sociedad estaba madura para este tipo de giro ético. Los políticos han aportado su grano de arena (o quizás un saco) con sus trapacerías sexuales, y sus coqueteos con la corrupción económica y moral hasta sentar la verdad de que un político no puede ser bueno. La fama de los abogados en la sociedad americana es deplorable hasta el punto que se hacen chistes de ellos habitualmente. Qué decir de los financieron y brocquers retratados en el cine con motivo de la última crisis financiera de 2008. El ciudadano tiene sobrados motivos para pensar que la moral no goza de gran salud. Una sociedad brutalmente competitiva que ve en el prójimo un enemigo a batir, armada hasta los dientes y que no duda en usar a la menor ocasión. La cuestión es que, si no los villanos puros, los sujetos de moral dudosa llenan las pantallas. Porque la ambigüedad es también un rasgo de la posmodernidad. Las películas ya no acaban con la palabra FIN porque son conscientes de que lo que narran es un retazo de la realidad que tendrá continuidad en la vida o en un ramake. y qué decir de Trump, el millonario del juego y de las armas que pone lo público al servicio de sus negocios privados, defenestra a quien se le opone, en eterna campaña contra los periodistas, argumentando sin razón contra terceros, acusando sin pruebas, amañando la opinión pública a través de granjas de boots y sobre todo mintiendo en una sociedad de cuáqueros. Y no olvidemos que es una sociedad puritana en la que Bush alcanzó la presidencia gracias a su alianza con los telepredicadores y amaños electorales (en esto último no le ha ganado a Trump).
En una sociedad en la que las guerras son profundamente injustas y las armas de destrucción masiva se les suponen a los enemigos, la simple posesión de petróleo se convierte en inmoral, la desigualdad es lo común, el racismo y la xenofobia campan por sus respetos y se propone levantar una muralla a modo de frontera fáctica, y no precisamente para que no te invadan sino para que no vengan a trabajar. Denunciar (WikiLicks) los chanchullos y los crímenes del Estado se pena con la muerte, se practica el colonialismo económico, se exportan las cárceles inconstitucionales (Guantánamo) donde poder conculcar los derechos humanos, un país en fin que experimentó con sus soldados exponiéndolos a la radioactividad, en un país así la moralidad no tiene cabida y sus nacionales admiten con naturalidad personajes como los de Blacklist. Porque la serie parte ya de una situación anómala: el contubernio del FBI con un asesino público. Claro que si de entrada pones al FBI en la asociación de malhechores, qué no vas a esperar.
Un ambiente generalizado de amoralidad en el cine es el caldo de cultivo de un ambiente de amoralidad en la sociedad del que se aprovechan unos políticos corruptos, unos empresarios despiadados, y unos financieros desalmados. No por casualidad son los campeones del mundo de asesinatos comunes. Lo único nuevo es la ambigüedad, la villanía siempre ha existido. Y mientras en la escuela se sigue enseñando el creacionismo bajo la sombra de la cruz o de Jahvé porque si las cosas son como en Sodoma y Gomorra es porque -como en el Islam- Dios lo quiere. El mal es cosa de Dios como el coranavirus es cosa de los chinos. Gracias a que China es comunista el coronavirus (y por tanto, poco respetuosa con las libertades individuales) no ha infectado (todavía mucho más) todo el planeta. Con la ultraliberalidad de UK, USA, Brasil o Méjico ya estaríamos listos. Porque el virus es intrínsecamente malo, sin ambigüedades ni matices. ¿O, no?
El desgarrado. Mayo 2020