» 13-02-2021

La resaca del coranavirus. 49. Entre el caciquismo y la picaresca: la democracia plena.

Otras veces he defendido que el micropoder (que identifiqué con la picaresca) es un elemento apaciguador de los excesos del poder (al que es fácil identificar con el caquismo). Y al decir apaciguador quiero decir facilitador de la convivencia, puesto que si de los dominadores dependiera los desheredados de la tierra ya habrían desaparecido. Pero las cosas se complican cuando ese delicado equilibrio se decanta, y no precisamente para que los desheredados accedan al poder, sino porque los poderosos se apuntan a la picaresca. Decía Twain que el socialismo era la situación en la que los pasajeros del tren se subían a la máquina (lo podría haber dicho, también, de la democracia), pero no estamos acostumbrados a lo contrario: a que los poderosos, los dominadores, se apunten a la picaresca, que en su caso no puede ser sistema de supervivencia sino de mayor, aún, dominación. Políticos, gerentes, clérigos, se saltan las listas para vacunarse de extrangis. Y eso quiere decir que no lo quieren hacer abiertamente sino que acuden a la opacidad del raterío, a la oscuridad del delincuente. Pero todo eso lo sabemos… porque siempre ha sido así.

 

De lo que estamos hablando -parafraseando a Twain- es que los maquinistas se bajan a los vagones para que nadie sepa quien ha estrellado el tren. Y eso es lo dramático. El poder no tiene suficiente con sojuzgar. Además envidia la picaresca de los oprimidos, porque todo lo que no sea su total eliminación no le parece eficaz. Eso es lo que nos espera con la robótica: la total desaparición del proletariado. No lo dicen pero es lo que persiguen. Como las ratas y las cucarachas la estrategia del poder es la opacidad, el engaño, la salacidad. El gesto del capitán que es el último en abandonar el barco, hoy suscita sonrisas. Como aquel capitán del “Costa”, son los primeros en abandonar la nave en caso de problemas, causados evidentemente por ellos mismos. Eso son nuestros dirigentes: la ley del embudo: lo ancho para mí y lo estrecho para el mundo. Y por supuesto, en caso de peligro de contagio, sabrán encontrar los medios de vacunarse por delante de los putos ciudadanos cuyo título para ser vacunados, no tiene sentido desde la perspectiva del poder. A los irresponsables ciudadanos se les multa y se les denigra en los medios. A ellos no se plantea otra solución que ponerles la segunda dosis. Y no son mil como dicen los medios. Son cientos de miles porque la opacidad es su medio y saben esconderse, porque es lo que han hecho siempre.

 

Podríamos pensar que el micropoder es una manera de compensar el poder puro y duro y que por tanto es una forma de convivencia. Las mujeres (por citar uno de los grandes colectivos oprimidos ancestralmente) han sobrevivido a un régimen inhumano de opresión gracias a ese micropoder que les proporcionaba un lugar (microlugar) en el que conservar la (mermada) dignidad y la identidad. Lo mismo hicieron los esclavos: el ritmo del trabajo era su micropoder (el antecedente directo de la huelga que los esclavos modernos del trabajo utilizarían después). La mezquindad del poder tildó esas prácticas de micropoder de insanas, de delictivas, de antipatrióticas. Pero ahora se arriman a ellas y se vacunan -fuera de toda lógica civil- aprovechándose de su poder. Dice el refrán que más vale deber a un rico un cerdo, que a un puerco una bellota. No es cierto. El rico quiere el cerdo y la bellota. El rico lo quiere todo. Por eso la desigualdad cada vez es más acentuada -medie o no una crisis- Y al decir rico quiero decir poderoso, dominador, opresor, según la clasificación platónica de los títulos de poder: nacimiento, riqueza, fuerza, saber. El mismo Platón dijo que había un modo más de ejercer el poder: el de los que no tenían título, el pueblo, los desheredados de la tierra: la democracia. Pero la democracia nunca ha sido un título, solo ha sido un subterfugio, una añagaza, un bluff.

 

La democracia (el gobierno del pueblo) es lo que se esgrime contra las fratias caciquistas del nacimiento y la riqueza, para desplazarlas del poder hace xv siglos en Grecia (Clístenes), o el argumento ilustrado contra la monarquía absoluta (que se había legitimado ni más ni menos que en Dios), o contra la metrópolis colonialista, como hicieron los colonos americanos que fundaron esa democracia ejemplar que está a punto de disculpar el golpe de estado. El pueblo siempre hemos sido plato de segunda. Nunca nadie ha querido que el pueblo fuera soberano. La politología del SXX ya se descaró en este sentido afirmando que la democracia teórica, intelectualista y filosófica (la soberanía del pueblo) no era aplicable. Se necesitaba una democracia pragmática (y no olvidemos que el pragmatismo es la principal característica -junto a la fuerza- del fascismo y de otros totalitarismos) y así lo hicieron. ¿Cómo se puede afirmar que una democracia es plena si ha prescindido del pueblo como legitimación de su ejercicio? Volvamos a Platón: si el pueblo no es la legitimación de la democracia ¿qué queda?: el nacimiento, la riqueza, la fuerza, el saber. La dominación pura y dura. Eso es lo que está diciendo el Gobierno (y todos los demás que en eso coinciden). Y lo dicen afirmando que la democracia es plena. ¡Con un par de cojones!

 

Decir que la democracia es plena es decir que los únicos títulos válidos para ejercer el poder son los citados, los que caracterizó el capitalismo desde la tradición a la riqueza, desde la fuerza al saber. Pero de ninguna manera el pueblo, una cuestión meramente topológica, un estar en un lugar pero de ninguna manera detentar un título. El título de los que no lo tienen, la cuenta de los que no cuentan, el poder de los que no tienen poder (Rancière). Y colorín colorado, este cuento/a se ha acabado.

 

El desgarrado. Febrero 2021.




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