» 08-12-2022 |
Hemos hablado mucho de cómo el capital defiende sus intereses. Nos encontramos en la fase de explotación desigualitaria. Sin tapujos, sin vergüenza. La dominación se abre paso como la práctica natural en las relaciones humanas. Antaño el capitalismo fue capaz de disimular su ansia de dinero, su necesidad de explotar pero esos tiempos se han acabado. Tal como Marx previó el sistema capitalista es un sistema capado pues necesariamente cae en la merma de los beneficios. Pero eso no quiere decir que ceje en sus afanes. Simplemente busca los beneficios en algo distinto del comercio: Primero la especulación (ganar dinero sin producir nada) y ahora la ilegalidad, el robo organizado, conculcar la sagrada ley del mercado que dice que nadie sale del mercado con más de lo que trajo (¡excepto la plusvalía, of course!). Pero ya no se trata de especulación o plusvalía, se trata de robar, de obtener beneficios a cualquier precio. Las grandes empresas ya no se esconden de evadir impuestos, envenenar a la población, robar, etc. Todo vale si el negocio funciona (hay beneficios) y sin embargo el sistema capìtalista -en sus orígenes- solo aceptaba el plusvalor como ventaja para el capital. Ahora -cuando los beneficios menguan sin parar- vale todo y todo quiere decir, robar, defraudar, engañar, expoliar.
El contubernio entre gestores del capital y gestores del poder -que se dio en llamar ultralberalismo- permitió que los empresarios dispusieran de la voluntad de los servidores públicos: leyes, prebendas, sobornos, concesiones, exacciones… Todo era poco para estos truhanes que solo atendían a la ley del beneficio. Pero lo cierto es que políticos, sindicalistas, grandes gestores de empresas, se entregaron de lleno al pelotazo, a obtener grandes beneficios topológicos (por mor del puesto que ocupaban y las influencias que movían). El cambalache de privilegios empresariales a cambio de puestos en consejos de administración, puertas giratorias, jubilaciones doradas, se convirtió en la ley del comercio, comercio que ya no se avenía a la ley en que se fundó: la equivalencia del valor. El fetichismo de la mercancía (su dominio y su poder sobre los productores) se efectuó en tres pasos (de equivalencia), tres igualdades metafísicas. 1. La mercancía como equivalente universal del comercio, la igualación de la materialidad del valor, 2. El dinero como equivalente universal del valor (la magnitud del valor) y 3. La equivalencia universal de las relaciones entre productores con las relaciones entre los productos (las mercancías). Después vino el fetichismo del derecho, la consagración del capitalismo burgués en una sociedad de propietarios, libres e iguales como consecuencia, únicamente, del comercio capitalista. Democracia y capitalismo se hicieron iguales: el capitalismo se convirtió en el equivalente universal de los derechos humanos (la democracia). Así empezó la cosa.
Pero, aunque el capitalismo ha sabido sortear todos los problemas que en la historia han surgido (mediante la conversión de los trabajadores en consumidores, el capitalismo de gestión: contubernio empresarios/políticos, la especulación financiera improductiva: la deuda, etc.) el problema de la disminución de los beneficios seguía persistiendo. Y entonces “no quedó más remedio” que hacer trampas, delinquir para engrosar la cuenta de resultados y ese papel lo han jugado las grandes empresas. Y el camino fue tan fácil como retorcer la ley del mercado mediante la desigualdad. Pensemos que el capitalismo se basa en la igualdad: de materialidad del valor (mercancía), de magnitud del valor de mercancías (dinero) y productores, de propietarios libres, de capitalismo y democracia. La ley del valor dice (que salvo la plusvalía) cada sujeto sale del mercado con el mismo valor con el que ha entrado. Nunca más será así. La dominación y la explotación se descaran y reclaman lo que siempre han pensado que es suyo: el capital. Los empresarios suben los precios pero bloquean los salarios, los ahorros de los trabajadores se convierten en humo por la reversión de esos capitales a sus “legítimos” dueños, la especulación de los bancos y sociedades financieras enjuaga sus pérdidas adjudicándoselas a los ciudadanos, las leyes permiten a los ricos hacer sociedades patrimoniales libres de impuestos (sicab), viajar a paraísos fiscales y evadir impuestos mediante ingeniería fiscal. Como denuncia Stigltz nos adentramos en el capitalismo de la desigualdad.
Y tras la teoría el caso real. Tratando de cambiar la domiciliación del pago de la luz, un amigo es informado por Endesa que su contrato ha sido cancelado unilateralmente y sin causa (“no pone nada” dice la empleada). Trata de recabar información y se encuentra que no le dicen quién es la comercializadora y quién la distribuidora. Es más le remiten de una a otra para marear la perdiz: Endesa y Energía XXI. Tampoco es posible saber si está en el mercado regulado o en el mercado libre. La solución que le propone la empleada es que se firme un nuevo contrato casi al doble del precio de la luz (de 0,19 a 0,37). En un gesto de magnanimidad le ofrece una rebaja del 25% (es decir un aumento neto del 70%). Pero no solo estas son las argucias para aumentar los beneficios. Iberdrola repercute el tope gubernamental en la factura (es decir en el consumidor). En los casos en que los contratos tienen tarifas del mercado libre no es necesario cancelarlos sino que basta repercutir los aumentos directamente en la factura o hacer juegos de manos con la comercializadora y la distribuidora. Ni que decir tiene que en caso de venta o cesión de un contrato entre empresas del sector no se puede cambiar la tarifa. En resumen: se trata de doblar el precio de la luz obviando que eso dobla los beneficios. ¡Qué mala suerte!
El derecho administrativo exige que las empresas e instituciones administrativas se rijan por el principio de buena fe. Evidentemente las empresas concesionarias de servicios esenciales como la luz, el agua o el gas, deben someterse a la misma disciplina. Las eléctricas no respetan ese principio y por tanto delinquen. ¿A que espera la Admimistración para multar a esas empresas por prácticas fraudulentas? La respuesta es que es inútil por cuanto también las multas son repercutidas en el consumidor. El contubernio capital/política funciona a la perfección. Mientras las puertas giratorias funcionen los servicios públicos no funcionarán… y eso es culpa de los políticos vendidos al pelotazo de los puestos en consejos de administración y las prebendas a cambio de legislación “ad hoc” y permisividad sin cuento. “Así es y así os lo he contado”… como decía aquel mensajero mediático del capitalismo llamado Sáez de Buruaga. ¡País!
El desgarrado. Diciembre 2022.