» 18-02-2024 |
Leyendo “El mono que llevamos dentro” Frans De Waal, Boocket, 2020 (2005) recalo en el capítulo dedicado al poder, en el que hace un paralelo entre la manera de abordarlo de chimpancés, bonobos (chimpancés pigmeos) y humanos. Las tres especies (que a juicio del autor bien podría resumirse en una) presentan diversas estrategias de lidiar con el conflicto entre individuo y sociedad, es decir, con el poder. El chimpancé es patriarcal, violento, dado a resolver los conflictos mediante alianzas y colaboración, oportunista (flexible), de sistema social funcionarial (mérito y capacidad); el bonobo es matriarcal, pacífico pero remiso a pedir disculpas, pues arregla los conflictos con el sexo y la empatía, competitivo, de sistema social parental (más rígido). El humano es más violento (más allá de la ira) que el chimpancé y más empático que el bonobo, más competitivo que ambos, patriarcal, de esfera privada y pública separadas.
Poder. El poder es el primer motor del chimpancé macho. Es una obsesión constante que proporciona grandes beneficios cuando se obtiene y una inmensa amargura cuando se pierde. La muerte es el precio último de intentar llegar a la cúspide. (De Waal, 2020, 55). La muerte es la suerte que pueden correr los que están arriba. Es un coste inevitable del afán de poder. Aparte del riesgo de lesiones o muerte, ejercer el poder es estresante. Las ventajas de acceder a un rango elevado deben ser enormes; de lo contrario, la selección natural nunca habría favorecido esta ambición temeraria. El afán de poder es ubicuo en el reino animal, desde la ranas y las ratas hasta los pollos y los elefantes. Por regla general el rango elevado se traduce en alimento para las hembras y apareamientos para los machos. Toda evolución gira entorno al éxito reproductivo. (De Waal, 2020, 56).
Para los machos esto es un juego de todo o nada, pues el rango determina quien sembrará su semilla por todo el campo y quien no sembrará nada. En consecuencia los machos están hechos para pelear, con una tendencia a sondear a los rivales en busca de puntos débiles y una cierta ceguera para el peligro. Correr riesgos es una característica masculina igual que esconder la propia vulnerabilidad. (De Waal, 2020, 57). Las coaliciones son clave. Ningún macho puede imponerse al grupo por sí solo, al menos no por mucho tiempo, porque el grupo como totalidad puede derrocar a cualquiera. Los chimpancés son tan inteligentes a la hora de formar bandas, que un líder necesita aliados para fortificar su oposición, tanto como la aceptación de la comunidad. Mantenerse en la cúspide es un acto de equilibrio entre afirmar la propia dominación, tener contentos a los aliados y evitar que la masa se revele. Si esto suena familiar es porque la política humana funcione exactamente igual (De Waal, 2020, 52)
Puesto que los varones no tienen una preferencia especial por las mujeres poderosas, el rango elevado no beneficia a las mujeres en el dominio sexual. Esta diferencia entre los sexos surge pronto. En un estudio, los niños reclamaban juguetes para sí con independencia de cómo afectará esto al resultado del juego. Las niñas competían solo si era necesario, mientras que los niños parecían competir por competir. (De Waal, 2020, 58). Lo que consiguen los chimpancés con sus cargas intimidatorias -con el pelo erizado, golpeando sobre algo que amplifique el sonido, arrancando arbustos-, el macho humano lo consigue de manera más civilizada haciendo picadillo los argumentos de algún otro. Más primitivamente, no dando a los otros, tiempo de abrir la boca. La calificación de la jerarquía es una prioridad absoluta. Echar a un macho de su pedestal suscita la misma reacción que despojar a un bebé de su manto de seguridad. El poder es el mayor afrodisíaco, y además adictivo. La pérdida de poder se ajusta al pie de la letra la hipótesis de la frustración-agresión: cuanto más profunda la amargura, mayor la rabia. (De Waal, 2020, 59).
Me intriga (habla De Waal) el tabú con el que nuestra sociedad envuelve este asunto. La enorme energía invertida en su expresión, el establecimiento de jerarquías entre los niños y la desolación infantil de hombres adultos caídos de su pedestal, La mayoría de los libros de texto de psicología ni siquiera menciona el poder y la dominación, salvo en lo referente al maltrato. Todo el mundo lo niega. Interrogados algunos ejecutivos acerca de su relación con el poder reconocían la existencia de un ansia de poder, pero nunca aplicable asimismo. Ellos disfrutaban más bien de la responsabilidad, el prestigio y la autoridad. Los buscadores de poder siempre eran los otros. “Los políticos son igualmente reacios a reconocer su afán de poder. Se presentan como servidores públicos, que solo quieren el poder para fijar la economía o mejorar la educación. ¿Recuerda lector haber oído a un candidato admitir que anhela el poder? Obviamente, la palabra servidor tiene un doble sentido; ¿alguien cree que es solo por nuestro bien por lo que los políticos se lanzan al ruedo de la democracia moderna? ¿Lo creen así los propios candidatos? ¡Que inusual sería tal sacrificio! Es reconfortante trabajar con chimpancés: son los políticos honestos que todos anhelamos. Cuando el filósofo Thomas Hobbes postuló la existencia de un irreprimible afán de poder, dio en la diana tanto en lo que respecta a los hombres como a los chimpancés. Observando con qué descaro compiten los chimpancés por la posición, es fútil buscar motivación ulteriores” (De Waal, 2020, 61).
Consideramos que el poder era diabólico y la ambición ridícula. Pero mis observaciones de los antropoides me obligaron a abrir mi mente para contemplar las relaciones de poder no como algo malo, Sino como algo profundamente arraigado” (De Waal, 2020, 61). “Quizá la desigualdad no pudiera despacharse como un producto del capitalismo sin más. El tema no acababa aquí. Aunque hoy esto pueda aparecer banal, en la década de los 70 del pasado siglo, el comportamiento humano se veía como algo totalmente flexible: no natural, sino cultural. La gente creía que, si lo deseábamos de veras, podríamos librarnos de tendencias arcaicas como los celos, los roles de género, la propiedad material y, sí, el deseo de dominar.” “Ajenos a este ideario revolucionario, mis chimpancés exhibían las mismas tendencias arcaicas, sin trazas de disonancia cognitiva. Eran celosos, sexistas y posesivos, simple y llanamente. (De Waal, 2020, 62). Simplemente no podríamos sobrevivir sin nuestra sensibilidad a la dinámica del poder. El poder nos rodea y, continuamente confirmado y contestado, es percibido con gran precisión. Pero los sociólogos, los políticos y hasta la gente de la calle lo tratan como una patata caliente. Preferimos esconder las las motivaciones subyacentes. Cualquiera qué, como Maquiavelo llama a las cosas por su nombre pondrá en riesgo su reputación. Nadie quiere ser calificado de maquiavélico aunque la mayoría de nosotros lo es.” (De Waal, 2020, 64).
Rango. Del mismo modo, al observar un grupo de gente, rápidamente advertimos quienes actúan con más confianza, atraen más miradas y asentimientos con la cabeza, son menos reacios a inmiscuirse en la discusión, hablan con voz suave pero esperan que todo el mundo les escuche -y rían sus chistes-, expresan opiniones unilaterales etc. Pero hay indicadores de rango mucho más útiles… la voz… es un instrumento social inconsciente. Es diferente para cada persona, pero en el curso de una conversación tienden a converger en uno solo, y siempre es la persona de rango más bajo la que ajusta su voz. (De Waal, 2020, 65). Por debajo del radar de la conciencia, comunicamos nuestro rango cada vez que hablamos con alguien, en persona o por teléfono. Aparte de esto tenemos otras maneras de explicitar la jerarquía social, desde el tamaño de nuestras oficinas hasta el precio de nuestra vestimenta. (De Waal, 2020, 66). En Japón, la magnitud de la reverencia marca las diferencias de rango, no solo entre varones y mujeres, sino entre mayores y menores, dentro de la familia. La jerarquía más institucionalizada se da en bastiones masculinos como el ejército, con sus estrellas y galones, y la Iglesia Católica, donde el papa viste de blanco los cardenales de rojo los obispos de púrpura y los sacerdotes de negro. (De Waal, 2020, 68) . El esplendor de los edificios y el boato de las ceremonias contribuyen a la exaltación del rango, así como, en la comunicación no verbal, mediante el lenguaje corporal.
Los chimpancés no son menos formales que los japoneses en sus ceremonias de saludo y presentación. El macho alfa hace una alarde impresionante, corriendo de aquí para allá con el pelo erizado y golpeando a cualquiera que no se aparte de su camino a tiempo. Finalizada la actuación el ejecutante se sentaba esperando la aprobación de los presentes Y así lo hacían al principio con reticencia, pero luego de manera colectiva, meciéndose con reverencia, arrastrándose y proclamando su respeto mediante sonoros jadeos (De Waal, 2020, 68).
La armonía requiere estabilidad y esta depende en última instancia de un orden social bien reconocido. Es fácil ver qué pasa si se pierde la estabilidad en una colonia de chimpancés. Los problemas comienzan cuando un macho que acostumbraba rendir pleitesía al jefe se transforma en un desafiante productor de ruido y barullo. Parece aumentar de tamaño y cada día efectúa cargas intimidatorias un poco más cerca del líder al que lanza ramas y piedras para demandar su atención. El momento crítico no es la primera victoria del retador sino la primera vez que el otro se somete. El retador espera que el macho alfa deplore su derrota. El “respeto apropiado” es la clave de una relación relajada. Cuanto más clara está la jerarquía menos necesita reforzarse. Los rituales de rango entre los chimpancés no tienen que ver solo con el poder también con la armonía (De Waal, 2020, 69). La coherencia dentro del grupo se incrementó junto con el refuerzo de normas sociales y el respeto al liderazgo. La estructura jerárquica misma una vez establecida elimina la necesidad de más conflicto. Incluso quienes creen que las personas son más igualitarias que los chimpancés deberán admitir que nuestras sociedades seguramente no podrían funcionar sin un orden reconocido. (De Waal, 2020, 70).
Poder femenino. Las hembras en general tienden a defenderse de manera colectiva. La unidad femenina frente a la adversidad es un rasgo antiguo. Las hembras de chimpancé también se unen para atacar a los machos en especial a los que abusan demasiado. La solidaridad es crucial y más si se suma a la autoridad de una hembra alfa.
En los bonobos apreciamos una relativa igualdad de géneros, más en cautividad que en libertad. Se evidencia un potencial para la solidaridad femenina que pocos habían predicho a partir de las observaciones de campo. Las hembras de Bonobo trabajan en equipo en los bosques donde viven, cuya mayor riqueza permite alimentarse en comunidad (los chimpancés deben separase por la escasez de alimento, insuficiente para más de uno). Los bonobos forman grupos más numerosos que los chimpancés y como resultados las hembras son mucho más sociables. Una larga historia de vinculación femenina, expresada en forma de acicalamiento mutuo y sexo, ha hecho algo más que erosionar la supremacía masculina; de hecho, ha invertido las tornas. El resultado es un orden fundamentalmente distinto, pero al mismo tiempo se percibe una continuidad.
Pues las hembras de Bonobo han perfeccionado la solidaridad femenina latente en todos los grandes monos africanos. (De Waal, 2020, 72). No es inusual que las hembras ahuyenten a los machos para apropiarse de los grandes frutos que luego se reparten como buenas amigas. Nos hemos acostumbrado tanto al orden sexual invertido que ya ni se nos pasa por la imaginación que las cosas pudieran ser de otra manera. Parece enteramente natural. ¿Qué ventajas tienen para el macho de Bonobo la igualdad de sexos’ Las sociedades de bonobos incluyen números iguales de machos y hembras mientras que las sociedades de chimpancé suelen incluir el doble de hembras que de machos. Ellos indica que los machos chimpancés deben sufrir una elevada mortalidad y como resultado los machos de bonobo viven más y mejor que sus homólogos chimpancés.
Durante un tiempo se creyó que los bonobos tenían una estructura familiar semejante a la nuestra: Se observaba que los machos adultos tenían lazos estables con hembras particulares. Luego supimos que en realidad, se trataba de madres e hijos. Un macho plenamente adulto sigue a su madre por el bosque y se beneficia de su atención y protección, sobre todo si ella es de alto rango. De hecho la jerarquía masculina es un asunto materno. En vez de formar coaliciones siempre cambiantes, los bonobos machos compiten por su posición en las faldas de sus madres. (De Waal, 2020, 74).
Al igual que en el caso de los chimpancés el rango ofrece numerosos beneficios. Los machos de alto rango son más tolerados por las hembras a la hora de compartir la comida y tienen más parejas sexuales. La selección natural debe haber favorecido a las madres que asistían activamente a sus hijos en la competencia por el rango. La jerarquía femenina es menos disputada y, en consecuencia, requiere menos imposición. Tradicionalmente las mujeres ejercen su mayor influencia en la familia donde no necesitan pelear, alardear ni escalar, para llegar a la cima: Solo tienen que cumplir años. La personalidad, la educación y el tamaño de la familia sin duda importan. Las mujeres compiten de manera sutiles, pero, si los demás no cambian, la veteranía parece contar de manera decisiva para la posición de una mujer en relación con las otras. (De Waal, 2020, 76).
Tanto en el caso de los chimpancés como bonobos las hembras dejan su comunidad natal en la pubertad para integrarse en otra. Las hembras de chimpancé deben ganarse el rango en el terreno de su nueva comunidad, a menudo en competencia con las hembras residentes. Las hembras de bonobo, con sus lazos más estrechos, buscan el patrocinio de una hembra residente, acicalando y manteniendo relaciones sexuales con ella, después de lo cual la hembra veterana actúa como protectora de la joven,. Con el tiempo la protegida puede convertirse a su vez en protectora de nuevas inmigrantes con lo que el ciclo se repite aunque las jerarquías femeninas nunca están perfectamente escalonadas por edades, la edad es sin duda un componente principal del orden jerárquico. (De Waal, 2020, 76).
Puesto que la dominación masculina chimpancé se basa en la actitud combativa y el apoyo de los amigos, el impacto de la edad en las jerarquías masculinas es muy diferente. Para un macho, hacerse más viejo nunca es una ventaja. Un macho alfa rara vez permanece en el poder más de 4 o 5 años. En un régimen de dominio masculino, como el del chimpancé, los puestos más altos de la jerarquía quedan vacantes regularmente, mientras que en un régimen de dominio femenino como el del bonobo el cambio social es menos frecuente y más gradual. Existe otra razón por la que entre los bonobos hay menos maniobras políticas, y es que sus coaliciones dependen más del parentesco que de las alianzas. Como la edad, el parentesco viene dado, pues los hijos no pueden elegir a sus madres. El bonobo macho debe prestar atención a las oportunidades de subir en la escala social, Y en este sentido no es menos competitivo que el chimpancé macho. (De Waal, 2020, 77).
Pero, puesto que todo depende de la posición de su madre en relación con las otras hembras, el bonobo macho también debe tener paciencia. Gracias a esta situación mucho más flexible, los chimpancés machos se han convertido en estratega oportunistas, dotados por naturaleza de un temperamento apropiadamente agresivo y un físico intimidatorio. Con sus enormes músculos, parecen rudos y amenazadores al lado de los bonobos machos, de cuerpos más fáciles y expresiones más delicadas así pues la vida en una sociedad matrifocal ha creado un tipo diferente de macho. (De Waal, 2020, 77).
Estrategias. las alianzas son determinantes entre los chimpancés (en especial el dos contra uno) para ganar el poder. Las desavenencias entre los miembros de una coalición son tan amenazadoras que estos buscan de manera desesperada la reconciliación, sobre todo quien más tiene que perder que suele ser el de mayor rango. El mismo fenómeno se da entre candidatos rivales dentro de un partido político. Una vez elegido uno de ellos como candidato del partido, el perdedor se apresura ofrecerle su respaldo. Nadie quiere que la oposición piense que el partido está disgregado. Los antiguos contrincantes se dan ahora palmaditas en la espalda y sonríen juntos ante las cámaras. (De Waal, 2020, 79). . En la teoría de las coaliciones la fuerza es debilidad y la debilidad es fuerza (De Waal, 2020, 80). Los resultados contra intuitivos no son inusuales. Piensese en un sistema parlamentario en el que se requiere una mayoría simple, con 100 escaños repartidos entre tres partidos, dos con 49 y un partido pequeño con solo dos escaños. ¿Qué partido es el más poderoso? En estas circunstancias -que, de hecho, se dieron en Alemania durante los años 80 del pasado siglo-, el partido con dos votos ocupará el asiento del conductor. Las coaliciones, rara vez son mayores de lo que necesitan para ganar, de ahí que los dos partidos grandes no tengan interés en gobernar juntos. Ambos cortejarán al partido pequeño y le otorgaránn un poder desproporcionado. La teoría de las coaliciones también considera “las coaliciones vencedoras mínimas”. La idea es que las partes prefieren integrarse en una coalición bastante grande como para imponerse, pero bastante pequeña como para tener peso dentro de ella. Puesto que alinearse con el partido más fuerte diluye la rentabilidad política, ésta, en raras ocasiones constituye la primera elección. (De Waal, 2020, 81).
Igualitarismo: Algunas sociedades tienen aversión al rango (igualitarismo genuino). Hubo un tiempo en que los antropólogos contemplaban el igualitarismo como un acuerdo pasivo e idílico en el que todo el mundo se estimaba y valoraba. El igualitarismo no se basa en el amor mutuo y menor aún en la pasividad. Es una condición mantenida activamente que reconoce el universal anhelo humano de controlar y dominar. Los igualitarios no niegan la voluntad de poder, por el contrario la conocen muy bien. Tratan con ella a diario. En la sociedades igualitarias los hombres que intentan dominar al resto son sistemáticamente reprobados, y la arrogancia masculina está mal vista. Para ello disponen de los llamados mecanismos niveladores. Los líderes que se vuelven bravucones y jactanciosos, no distribuyen los bienes y hacen tratos con extraños para su propio beneficio, pierden rápidamente el respeto y el respaldo de su comunidad. Si las tácticas usuales de ridiculización, murmuración y desobediencia no funciona, los igualitarios no se privan de tomar medidas más drásticas aunque siempre les quedan la solución de irse a otra parte. (De Waal, 2020, 83). Dado que es difícil sobrevivir sin liderazgo de ninguna clase, los igualitarios a menudo permiten que ciertos hombres ejerzan de líderes entre iguales. La palabra clave aquí es “permiten", porque el grupo entero vigilará que no haya abusos de autoridad. Para ello emplean las herramientas sociales típicas de nuestro linaje humano, pero que compartimos con nuestros parientes primates.
A lo largo de los años, mi equipo ha registrado miles de situaciones en las que un tercer bando interviene en una disputa en apoyo de una u otra parte. Hemos comparado monos antropomorfos y no antropomorfos. Los monos no antropomorfos tienden a respaldar a los ganadores en tanto que los chimpancés en cambio, apoyan unas veces al ganador y otras al perdedor. La tendencia de los chimpancés a alinearse con el más débil crea una jerarquía inherentemente inestable en la que el poder es mucho más precario que en la jerarquía de monos no antropomorfos. (De Waal, 2020, 84).. El castigo a los machos pendencieros puede ser severo. Se han comunicado casos de ostracismo en comunidades de chimpancés salvajes, donde los machos se han visto forzados a permanecer en la peligrosa zona fronteriza entre dos territorios; uno de estos informes hablaba de machos “exiliados”.
Instituciones políticas. Si los que están más abajo en la escala social convienen en trazar una línea colectiva en la arena y amenazan con consecuencias graves si los que están en lo alto de la jerarquía la pisan, tenemos el rudimento de lo que en términos legales se denomina Constitución. De nuevo el principio es la resistencia colectiva contra un macho alfa dominante. Si los individuos de alto rango pueden ser tan problemáticos ¿por qué mantenerlos? Una primera respuesta es que pueden encargarse de saldar las disputas. En vez de que todo el mundo tome partido por una u otra de las partes ¿qué mejor manera de manejar la situación que investir de autoridad o una persona, un consejo de ancianos o un gobierno que se encargue de mantener el orden y dar solución a los desacuerdos? Por definición las sociedades igualitaria carecen de una jerarquía social que pueden imponer su voluntad en las disputas, por lo que dependen del arbitraje. La clave es la imparcialidad. Asumido por la judicatura en la sociedad moderna, el arbitraje protege a la sociedad frente a su mayor enemigo: la discordia enconada. (De Waal, 2020, 86).
Los chimpancés dominantes interrumpen las peleas defendiendo al débil del fuerte mediante una intervención imparcial. Pueden situarse con el pelo erizado entre los contendientes hasta que dejen de gritar, dispersarlos con una carga intimidatoria o, literalmente, separarlos con ambos brazos. En todas estas acciones, su principal objetivo parece ser poner fin a las hostilidades antes que favorezca a alguna de las partes. He visto a otros machos hacer lo mismo. Una comunidad no acepta la autoridad del primero que quiera constituirse en árbitro. Esto prueba que el rol de control no tiene porque corresponder al macho alfa, Y que el grupo tiene voz y voto para decidir quien lo lleva a cabo. Si el arbitraje es un paraguas que protege al débil del fuerte, entonces atañe a la comunidad entera. Sus miembros respalda al árbitro más efectivo proporcionando la amplia base necesaria para garantizar la paz y el orden.
Así pues lo que vemos en el chimpancé es un estado intermedio entre la jerarquía rígida de los monos antropomorfos y las tendencia humana a la igualdad. En la medida que se logra, el igualitarismo requiere que los subordinados se unan y miren por sus intereses. Los propios políticos pueden dedicarse a la lucha por el poder, pero el electorado se fija en el servicio que prestan. De ahí que los políticos hablen más de los segundo que de lo primero. Cuando elegimos líderes de hecho les estamos diciendo:" Podéis permanecer arriba siempre que os encontremos útiles ". La demostración satisface así de manera elegante dos tendencias humanas a la vez: la voluntad de poder y el deseo de mantenerlo bajo control (De Waal, 2020, 87).
Si la estabilidad del grupo exige una jerarquía bien definida con unos rangos férreos, su funcionamiento requiere un orden mucho más versátil. No siempre el rango de poder coincide con la posición jerárquica. Es como si el grupo votara a mediadores populares, rindiendo pleitesía, incomodando al macho alfa hasta el punto de que, después de haber sido ignorado una vez tras otra, puede iniciar un espectacular alarde intimidatorio para recordar a sus subordinados que él también cuenta. (De Waal, 2020, 89). De modo consciente o inconsciente, la dominación social está siempre en nuestras mentes. Respetamos las convenciones sociales pero al mismo tiempo, las personas son inherentemente irreverentes. Cuanto más se amplía la base en la que se asienta el poder, mejor. Este es también un buen consejo para los chimpancés: los machos que miran por los oprimidos son los más queridos y respetados. Nos encanta burlarnos de nuestros superiores. Siempre estamos dispuestos a hacerlos caer de su pedestal. Y los poderosos lo saben muy bien. El respaldo de la base estabiliza la cúspide.
¿Se llegó a la democracia a través de un pasado jerárquico? Hay una influyente escuela de pensamiento según la cual partimos de un estado natural hostil y caótico que se regía por la ley de la selva, del cual escapamos acordando normas de conducta y delegando el apremio de su cumplimiento en una autoridad superior. Esta es la justificación usual del gobierno vertical. Ahora bien ¿y si hubiera sido justo al revés. Y si la autoridad superior fue primero y la igualdad hubiera venido después? Esto es lo que parece sugerir la evolución de los primates. Nunca hubo caos alguno: partimos de un orden jerárquico cristalino y luego encontramos maneras de nivelarlo. Nuestra especie tiene una vena subversiva. (De Waal, 2020, 91).
Los primatólogo hablan de distintos estilos de dominancia, lo que significa que los individuos de rango superior son relajados y tolerantes en unas especies y despóticos y punitivos en otras. No obstante, aunque algunos monos pueden ser tolerantes, nunca son igualitarios. Esto requeriría que los subordinados se sublevaran y trazarán líneas en la arena, algo que los monos solo hacen hasta cierto límite.
Los bonobos también son relajado y relativamente pacíficos. Emplean los mismos mecanismos niveladores que los chimpancés, pero llevados al extremo de volver la jerarquía del revés. En vez de agitar desde abajo, el sexo débil ejerce su influencia desde arriba, lo que los convierte en el sexo fuerte de facto. Las hembras de Bonobo son menos poderosas físicamente que los machos, de manera que, como castores que siempre están reparando sus diques, deben trabajar de continuo para mantenerse en la cúspide. Pero, más allá de este logro ciertamente notable, el sistema político de los bonobos es mucho menos fluido que el de los chimpancés. Recordemos que esto es así porque las coaliciones más críticas, las que establecen madres e hijos, son inalterables. A los bonobos les faltan las alianzas oportunistas y siempre cambiantes, capaces de desmantelar el sistema. Es más adecuado describirlos como tolerantes que como igualitarios.
La democracia es un proceso activo: reducir la desigualdad requiere esfuerzo. Que los más agresivos y dominantes de nuestros parientes más cercanos exhiban mejor la tendencia sobre las que se asienta en última instancia democracia no tiene porque sorprender si contemplamos la democracia como nacida de la violencia, Como ciertamente así ha sido una historia humana. Es algo por lo que luchamos: libertad y fraternidad. Los poderosos nunca nos la han regalado; siempre hemos tenido que luchar por ella. La ironía es que probablemente nunca habríamos llegado a este punto, ni desarrollado la necesaria solidaridad de base, no haber sido animales jerárquicos de entrada. (De Waal, 2020, 92).
El desgarrado. Febrero-septiembre 2024