» 15-04-2024

Lecciones de política alternativa 102-12. Rancière. El odio a la igualdad (entrevista) “Los treinta ingloriosos”.

A estas alturas del texto: “Los treinta ingloriosos”. Jacques Rancière. Editorial Katakrak, 2023 (2022) y tras haber enumerado diversas actuaciones políticas aplicadas a situaciones concretas, los editores insertan una entrevista que pueda darnos una panorámica del pensamiento de Rancière. Y  ese pensamiento político bien puede resumirse en el odio a la igualdad. La igualdad (la libertad, la democracia) no son la norma, son la excepción. En todo caso son una aspiración, una meta, un objetivo, que no se ha alcanzado  (ni se alcanzará en un plazo próximo). Esa es la estrategia del poder (burguesía, élite, clase dominante, gobierno, Estado, partidos políticos…). La división en derecha e izquierda -como fuerzas contrarias en juego- es una ilusión, una añagaza. La izquierda (en cuanto poder), hace tiempo que se alineó con la derecha y la ultraderecha en sus tesis antiigualitarias. Al igual que en el caso de la lucha de género (la igualdad de hombres y mujeres), la lucha política (igualdad de los ciudadanos) está teñida por la ideología dominante: la  de los hombres en el primer caso y la de los dominadores, en el segundo. Hay pues que evitar aplicar esa ideología cuyo fin es la visión segada e interesada del conflicto. Desvelar esa ideología y esas estrategias es el objetivo de Rancière.

 

1.La igualdad de las inteligencias: no existe una forma de inteligencia superior y otra inferior. No existe una jerarquía de las inteligencias que jerarquice la sociedad en capacidades intelectuales. No es una verdad. Es un principio, una hipótesis que hay que esforzarse en comprobar. ¿Por qué parece que esa diferencia existe y es patente? Porque la inteligencia se manifiesta en distintos campos y esos campos han sido previamente jerarquizados: no es igual -dicen- la inteligencia del científico que la del futbolista, la del pensador que la del artesano; las capacidades sensibles de un un disminuido son inferiores (y de otro tipo) a las capacidades cognitivas del común de la población. La visión dominante identifica la jerarquía social con el gobierno de los más capaces (los de mayor inteligencia). Y estos “más capaces” deben guiar, enseñar, mostrar el camino a los menos. La pedagogía del superior, del maestro, es parte de la dominación. La verdad, el conocimiento, está depositada en los más inteligentes, en los más capaces. La igualdad es un principio que debería conformar nuestra ideología, que desde ese planteamiento, es inválida.

 

2.- La construcción del sentimiento de superioridad. El sentimiento de superioridad -más que un convencimiento intuido o conocido- es la premisa de que las cosas funcionen (un principio operacional), es la ideología de los dominantes.  No está ligada a la afirmación de objetivos, más o menos lejanos- sino a la convicción de hacer lo que la realidad objetiva impone, “lo que no puede ser de otra manera” (como tantas veces repiten los políticos). Esto es lo que Rancière llama consenso. La idea de que estamos obligados a consentir: a) por que las cosas son como son y no podemos hacerlas de otra manera, b) porque a los que rechazan esta forma de hacer se les excluye (socialmente) por irracionales e inmaduros, encadenados a sus deseos o sus ideales utópicos.

 

3). La labor pedagógica de gobiernos, medios de comunicación y ciencias sociales. a) Los gobernantes (los dirigentes en general) parten de que son los únicos que ven la realidad objetiva; que la masa de ciudadanos no la ve. Tienen que creer en la desigualdad de las inteligencias, en su tarea (como personas inteligentes) de instruir a quienes no lo son, no comprenden o tienen miedo. b) Los medios de comunicación comparten esta fe en la desigualdad. Contra menos informan, más se necesita esta función pedagógica, enseñarles lo que son incapaces de comprender. c) Las ciencia sociales también participan de la desigualdad. Su especialidad es mostrar porque la gente no piensa y no actúa como debería hacerlo, de acuerdo a una situación objetiva. Esta fe en la desigualdad que alimenta a la clase dominante se ha puesto en evidencia en la gestión de la pandemia. La desconfianza en la comprensión de las medidas y la necesidad de observarlas con precisión. por parte de los ciudadanos. ha conducido a campañas de información delirantes y medidas de convicción infantiles. 

 

4). El papel de la izquierda. a) Ciencias sociales: la izquierda ha estado muy marcada por “la concepción sociológica de la política”: los agentes sociales no saben lo que hacen. “Estaba en el corazón del marxismo la idea de que los trabajadores están engañados por la ideología burguesa que les impide comprender sus intereses y que les conduce a revueltas espontáneas no científicas” (Rancière 2023, 102). b) La sociología universitaria: las clases trabajadoras (la mayoría sociológica) se dejan dominar por la minoría burguesa, porque no hacen la revolución, o porque no votan a la izquierda;  y lo hacen porque no comprenden los intereses propios o la estrategia necesaria para hacer efectiva la lucha. En definitiva la clase obrera debe aprender (y la izquierda lo toma como su misión) las consecuencias de “la concepción sociológica de la política”: primero esta discapacitada debido a su inferior inteligencia. Segundo está engañada por la ideología. Tercero está dominada por la burguesía. Corresponde a la izquierda explicarles a quienes luchan, que no lo hacen de la forma adecuada ni contra el adversario correcto.

 

5) La autonomía de pensamiento de la clase obrera (y de los dominados en general). Autonomía quiere decir que los dominados son capaces de pensar igual que los demás. La tradición progresista moderna a celebrado a la clase obrera: porque producían la riqueza y luchaban contra la explotación. Y no hacía falta más. Cuando se pusieron a pensar, razonar o escribir, contradijeron el pensamiento jerárquico tradicional que situaba abajo a quienes trabajaban con las manos y arriba a quienes pensaban con la cabeza. Esta tradición, los denunció como pequeñoburgueses infiltrados. Es el caso de la lucha de los “chalecos amarillos” a los que hemos querido otorgar una “identidad sociológica simple”: habitantes de zonas periféricas, que protestan por el aumento del precio de los carburantes, y que sin embargo, han mostrado un conocimiento global de la sociedad y de la injusticia social, que ha recurrido a formas de lucha mixtas tomadas de la lucha estudiantil y obrera, que han utilizado una inteligencia inespecífica de una clase social concreta: la inteligencia desarrollada en la lucha contra la desigualdad.

 

6) El odio a la democracia. El odio a la democracia no solo es odio a las instituciones sino también a la igualdad. El no al referendum de 2005 sobre el proyecto de Constitución europea, significó no solo el rechazo, sino un proceso de debate completamente inusual en el que los ciudadanos corrientes se mostraron capaces de reflexionar y argumentar en torno a cuestiones de derecho constitucional propio de expertos. Clase política e ideológos denunciaron la irreflexión y la incapacidad de juzgar de los ciudanos. Pero fue todo lo contrario.  Lo que se mostró -y resultó insoportable- fue la capacidad de cualquiera de reflexionar en torno a cuestiones intelectuales. En el mismo sentido, la pandemia fue la ocasión de reforzar la idea de que solo la inteligencia gubernamental, apoyada en la autoridad de los expertos, es capaz de ocuparse de las cuestiones colectivas. 

 

7) El cordón sanitario (evitar el acceso de la ultraderecha al poder). La llamada de la izquierda a votar al estafador Chirac en vez de al facha Le Pen (2002), en la segunda vuelta de las elecciones francesas, fue algo más que la política del mal menor. Fue el proceso por el que los partidos de izquierdas (republicanos) se volvieron cada vez más parecidos a la extrema derecha con la excusa de enfrentarse a ellos. Tras tomar las mismas medidas racistas que la extrema derecha, la izquierda quería dar una lección de republicanismo: el cordón sanitario.  En España el cordón sanitario fue imposible y la derecha ha introducido a los ultras en el poder. Los valores de la izquierda (formación del pueblo, laicidad, igualdad de género, antisemitismo, antirracismo) se ha decantado del lado de la ultraderecha del modo más prosaico. 

 

8) Las campañas ideológicas de la izquierda. Una vez excluida la visión complotista (… no esconden nada), lo que queda es un movimiento antidemócrata que pretende: a) guetificar la facción más pobre y más frágil de la población (población naturalmente atrasada y entregada al fanatismo y al terrorismo, dicen). b) Criminalizar cualquier lucha social y cualquier acción a favor de los inmigrantes. Es más que la continuación de una política colonial. La denuncia del islamoizquierdismo es la última etapa de una campaña ideológica, aliada de una campaña para criminalizar la desigualdad. En una inversión interesada de las situaciones: la revolución se convierte en el terror; las revoluciones obreras son el gulag soviético;  el antirracismo muda a totalitarismo; el anticolonialismo en racismo antiblanco y el apoyo al pueblo palestino se torna defensa del Islám terrorista.  Y esta larga criminalización de la tradición progresista y revolucionaria no ha surgido de la ultraderecha, sino en el seno de una burguesía liberal y de una intelectualidad republicana venida de la izquierda. Haciendo bueno el eslogan de los dominadores, que achacan cualquier lucha contra la injusticia social, el terminar en el terror sanguinario. Y esta inversión de la ideología  y de la historia, se produce igual en España en donde se ha afirmado recientemente que el hombre está discriminado por el movimiento feminista. 

 

El desgarrado. Abril 2024.

 




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