» 02-05-2024

Lecciones de política alternativa 102-21. “Las virtudes de lo inexplicable sobre los chalecos amarillos” Rancière. “Los treinta ingloriosos”.

Texto de 2019 en el que recoge las manifestaciones -en la línea de las ocupaciones de plazas: en este caso las rotondas- de los llamados chalecos amarillos -único modo de clasificar a estos ciudadanos, extraídos de las mayorías silenciosas, asfixiados por las medidas del gobierno (la subida de la gasolina) y que generalmente no acceden nunca a la protesta. En España tuvieron su correlato en las huelgas de- camioneros, 2022 -por el mismo motivo, y recientemente por  la presión que sufre el campo por las políticas medioambientales, aunque se presentó como un conflicto de importaciones. He comnentado ya este tema desde el punto de vista de la política: (Lecciones de política alternativa 86), desde la reflexión sociológica (Reflexiones tipográficas 357) y desde la cuestión laboral: La 14-152 Legislatura. “El paro patronal de los transportistas”. En España se les otorgó un sesgo político (más que sociológico) al situar a la ultraderecha detrás de estos movimientos. De una o de otra manera La estética de los chalecos amarillos ha venido para quedarse. De nuevo aparece una figuración de lo que significa la ocupación. 

 

¿Cómo se explica algo que no nos esperábamos? Siempre es posible encontrar una explicación y en el caso de los chalecos amarillos aparecen a espuertas: “la vida en las zonas periféricas abandonadas por el transporte y los servicios públicos, así como por los comercios de proximidad; el agotamiento que provocan los largos desplazamientos cotidianos; la precariedad del empleo; los salarios insuficientes o las pensiones indecentes; tener que vivir a crédito; el fin de mes complicado” (Rancière 2023, 219)… en definitiva: individuos sometidos a condiciones inhumanas de existencia, y que normalmente no disponen ni del tiempo ni de la energía para rebelarse. Los mismos motivos que explican la rebelión, explican la inmovilidad. El argumento consiste en demostrar que no ha pasado nada que no se supiera ya, y se llega a la conclusión de que el movimiento no tiene razón de ser (si se analiza desde la derecha) o que está todo totalmente justificado, pero que se ha realizado en el momento erróneo y por parte de las personas equivocadas (si se analiza desde la izquierda). Quizás no es cuestión de preguntarse por los motivos (inoperantes), “si no por lo que nos dice este desorden del orden dominante de las cosas y del orden de las explicaciones que suelen acompañarlo”.

 

“En mayor medida que otros movimientos de año recientes, los chalecos amarillos lo forman personas que normalmente no se mueven: no son representantes de clases sociales concretas ni sectores conocidos por su tradición de lucha. Hombres y mujeres de mediana edad, parecidos a los que nos cruzamos todos los días por la calle o por la carretera, en las obras o en los aparcamientos, que como únicos distintivo llevan un accesorio que todo automovilista está obligado a llevar:” (Rancière 2023, 220): el chaleco reflectante. Mayoría silenciosa compuesta por individuos desperdigados, sin una forma de expresión colectiva, sin otra voz que la que ofrecen periódicamente las encuestas de opinión y los resultados electorales… se ha puesto en marcha por el precio de la gasolina. 

 

“Las revueltas no tienen motivos. En cambio tienen una lógica: romper los marcos en cuyo seno se suelen interpretar los motivos del orden y del desorden, así como las personas apropiadas para participar en ellos. Esos marcos son en primer lugar los usos del espacio y del tiempo. De forma significativa, estos  “apolíticos", de quienes hemos señalado su extrema diversidad ideológica, han copiado la forma de actuar de los jóvenes indignados de los movimientos de las plazas, una forma que los estudiantes rebelados habían tomado a su vez de los obreros en huelga: la ocupación” (Rancière 2023, 221). 

 

“Ocupar es elegir un lugar ordinario en el que manifestarse como colectivo en lucha, cuyo uso se desvía de su uso normal: producción, circulación u otro. Los chalecos amarillos han elegido las rotondas” . “Ocupar es también crear un tiempo específico: un tiempo que transcurre más despacio respecto de la actividad habitual, un tiempo que se distancia del orden habitual de las cosas”. Alteración del tiempo que cambia las velocidades normales del pensamiento y de la acción, transforma la visibilidad de las cosas y el sentido de lo posible. Lo que era motivo de sufrimiento adquiere otra visibilidad, la de la injusticia. El sufrimiento se transforma en injusticia local (fiscal), y ésta en injusticia global de un orden mundial. Cuando se interrumpe la marcha normal del tiempo y se magnífica una situación particular (impuesto de carburante, acceso a la universidad, reforma de las pensiones…) “empieza a desarrollarse todo un tejido que está repleto de las desigualdades que estructuran el orden global de un mundo gobernado por la ley del beneficio”. 

 

Ya no se trata de una demanda que exige ser satisfecha, sino de dos mundos enfrentados y esta oposición de mundos impide la negociación. La presunta sensibilidad al populismo de estas mayorías silenciosas se opone a la horizontalidad radical (asamblearia) propia de los movimientos Occuy o del ZAD (movimientos comunales de defensa.) Entre los igualitaristas (los manifestantes) y el poder oligárquico (el gobierno) no existe posible negociación: si la reivindicación triunfa es por el miedo, pero también hace que el triunfo sea irrisorio respecto a los fines globales que la revuelta “quiere”. Esta voluntad puede tomar la forma de una reivindicación razonable, pero, en definitiva, esconde la oposición radical entre dos ideas de la democracia: por un lado la concepción oligárquica hegemónica: el recuento de las voces a favor y las voces contra, en respuesta a una pregunta planteada. Por otro, su concepción democrática: la acción colectiva que afirma y garantiza la capacidad de cualquiera para formular las propias preguntas. Porque la democracia no consiste en elegir, mediante mayorías, a los representantes. Es la acción que pone en marcha la capacidad de cualquiera, la capacidad de quienes no tienen ninguna “competencia” para legislar y gobernar. 

 

Entre el poder de los iguales y el de las personas aptas para gobernar, siempre puede haber enfrentamientos, negociaciones y compromisos que, simplemente, ocultan la relación innegociable entre la lógica de la igualdad y la de la desigualdad. Por eso la revuelta se queda siempre a medio camino, para disgusto o satisfacción de los expertos, que denuncian la falta de estrategia. La realidad es que nadie nos enseña a superar el abismo entre ambos mundos. La consigna “llegaremos hasta el final” nunca se materialista en objetivos concretos. Quizás esta sea la explicación del eslogan de 1968: “solo es el principio, sigamos la lucha”. Los comienzos no alcanzan su fin, se quedan en el camino. Lo que también implica su eterno retorno… aunque con otros actores. Lo posible ya nos ha sido arrebatado. Solo nos queda lo imposible. Es la propia fórmula del poder: “no alternative”.

 

El desgarrado. Mayo 2024.




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