» 02-05-2024

Lecciones de política alternativa 102-22-1. “Más allá del odio a la democracia”. Rancière. “Los treinta ingloriosos”

CRÍTICA

El titulo hace referencia a un texto del autor “El odio a la democracia” en el que analizó -quince años atrás- la evolución que se produjo en los países occidentales tras la caída del muro de Berlín y de la Unión soviética. La desaparición del comunismo fue interpretado por F. Fukuyama como el triunfo definitivo del liberalismo y por tanto del “fin de la historia” como litigio entre distintos pensamientos políticos. La emergencia de los fundamentalismos religiosos y de los nacionalismos demostró lo erróneo de la predicción. En aquel texto Rancière hacía hincapié en la profunda crítica intelectual que se produjo de la democracia por la propia democracia que coligió que no era sino odio a la igualdad. Esta conferencia de 2019 integra en la crítica a la democracia y a la igualdad, los recientes acontecimientos de ocupación  de plazas inciados en 2011. 

 

Las críticas citadas mostraban el bien común: la democracia, amenazado por un peligro que se llamaba exactamente igual:democracia. Parte de la sociedad había confundido la democracia con el desarrollo masivo de un individualismo consumidor narcisista que acarreaba la destrucción de todos los lazos sociales tradicionales, Como la familia, la religión o la escuela, garantizando el triunfo de la ley del mercado, insertando el poder de la mercancía en los valores democráticos. Paradójicamente hacía responsables del poder del mercado a los individuos sometidos a la ley del mercado. Pero en realidad, no aplicaban esta crítica ni a los poderes financieros ni el poder estatal, solo la aplicaban a los individuos democráticos. Afirmaban que la revueltas anti autoritarias que se produjeron en torno al año 1968 habían provocado el debilitamiento de las estructuras sociales y simbólicas tradicionales, las únicas capaces de resistir al imperio del mercado. Así, aquellas revueltas habían contribuido a este nuevo totalitarismo destructor de los lazos sociales. Esta denuncia apoyaba, de hecho, una oligarquía financiera y estatal cada vez más poderosa y cada vez más deseosa de acabar con todas las conquistas de las luchas igualitarias de antaño.

 

El libro “Odio a la democracia” desveló qué lo que se hallaba en el centro de la cuestión era el odio desnudo a la igualdad, en el que coincidían las élites intelectuales con los dirigentes de la economía y del Estado. Investigar el más allá del título de la conferencia supone analizar lo que permite este odio y necesita por otra parte desvelar qué entendemos por democracia. Poner al día las ambigüedades y las contradicciones internas de la idea dominante de la democracia. 

 REPRESENTACIÓN

Comúnmente la democracia se define como el gobierno del pueblo a través de los representantes que éste ha elegido, y ello, a través de dos grandes principios: la libertad (que expresan los individuos con su elección) y la igualdad (que se manifiestan en el hecho de que todos los sufragios valen lo mismo y que solo los números deciden el resultado). Pero esta visión ampliamente compartida plantea dos problemas mayores :1) la noción de Pueblo. Presentar la democracia como la elección que realiza el pueblo es hacer como si el pueblo existiera antes de elegir. No es así. El pueblo no es la población. Un sujeto político no es la realidad sustancial de un grupo. “Es el resultado de una construcción simbólica de la comunidad”. Un pueblo es el efecto de instituciones y prácticas, no su origen. Por tanto existen numerosos tipos de pueblos. El pueblo del sistema representativo no es la población en general, es un tipo de pueblo concreto, el pueblo que forma específicamente este sistema.

 

2) El segundo problema es el de la representación, qué entendemos como la elección por parte del conjunto de una población de un número limitado de representantes. Pero no es eso lo que se entendió originalmente. La esencia del gobierno representativo es la elección, por un gran número de lectores, de un pequeño número de representantes, que representan los intereses generales y los valores fundamentales de la sociedad. En el siglo XVIII los conceptos de democracia y representación eran contradictorios. Las masas -del gobierno democrático- eran incapaces de conocer las leyes que garantizaban el buen funcionamiento de la sociedades. La palabra democracia hace referencia a una sociedad completamente ingobernable. 

 

De hecho la democracia empezó siendo un insulto con el que los aristócratas de la antigua Atenas se burlaban de ese gobierno de los ingobernables. No mejor opinión tenían del sujeto democrático: animal incapaz de gobernar. Los antidemócratas ofrecían dos razones para esta incapacidad: el pueblo es una masa compacta y estúpida y es una colección de individuos egoístas que solamente persiguen su placer individual. Así lo veía Platón: ignorantes, estúpidos y egoístas. Incapaces de elegir bien porque carecen de inteligencia que les permita juzgar. La democracia era el gobierno del azar, aquel en el que los ciudadanos hacen un sorteo para elegir a los magistrados, que por otra parte era dejar la elección en manos de dios. Así democracia y elección son dos conceptos que claramente se entienden como contradictorios. La elección es un principio del gobierno aristocrático opuesto a la democracia del sorteo.

 

En la lógica de este sistema, a los representantes no los elige la masa de la población, sino que se eligen entre ellos, en el seno de una única clase social  (los propietarios ilustrados) capaz de identificar sus intereses con los generales de la sociedad. En la revoluciones de los siglos XVIII y XIX la democracia se ha manifestado bajo la forma de poderes o instituciones alternativas al sistema representativo que ejercían un poder de presión y de control sobre la representación, lo que les convertía en “otro pueblo”. Así, estaban en liza dos tipos de pueblo: el democrático y el pueblo de la representación. Ganó el segundo aunque hubo que ceder a: el aumento de la representación al sufragio universal. 

 

Las nociones de democracia y representación se fundieron la una en la otra. “Así, hemos identificado la democracia con el mecanismo electoral y este se ha visto reinterpretado como el mecanismo según el cual el pueblo, identificado con la población global, delega su poder a los representantes” (Rancière 2023, 231). Con la estabilización del sistema electoral, los representantes se convirtieron en un grupo específico de profesionales del poder, en una parte de la máquina estatal. La idea de control democrático desapareció. “La representación pasó a ser la elección que realizaba la mayoría de los electores a favor de una u otra de las facciones competidoras de dicha clase. Ese es el pueblo concreto que ha inventado el sistema representativo, un pueblo contradictorio. Por un lado es un pueblo sustancial que se identifica con la población existente. Por otro, es un pueblo evanescente cuya existencia solo se sostiene en el gesto mediante el que renuncia a todo poder real en beneficio de la clase de representantes” (Rancière 2023, 231).

 PUEBLO

La visión tradicional inaugurada por Platón del pueblo ignorante ,estúpido y egoísta se renovó en el siglo XIX. 1) La psicología de masas de Gustav Le Bon: masas ávidas y brutales ciegamente guiadas por sus líderes. 2) los análisis de Tockeville insistían en el hedonismo de las masas. 3) La crítica marxista denunció, al revés, la democracia “formal” como la ilusión de la elección libre igualitaria tras la que se sostiene la sólida realidad del interés privado egoísta y del poder de la clase de los propietarios. Confirmaba, a su manera, la visión oficial de la democracia como expresión de una forma de sociedad. A partir de aquí podemos comprender la convergencia que estructura el nuevo odio de la democracia que intentaba analizar y que conjuga las tres formas posibles de crítica a la democracia: 1) la crítica marxista que muestra el poder del mercado tras las ilusiones de la democracia formal, 2) la visión Tocquevilliana de la catástrofe hedonista y 3) la visión de las masas desatadas por líderes destructivos. 

 

Esta identificación (que identifica el ejercicio del poder del pueblo con la elección de representantes) ofrece casi automáticamente una idea falaz de la democracia al mostrar un poder del pueblo que la realidad niega de forma cada vez más radical. Eso es lo que sucede hoy en día en nuestras autodenominadas democracias. Pero al mismo tiempo ese poder del pueblo se niega por todas partes: 1) nos gobierna una clase de profesionales de la política que, por lo general, se selecciona asimismo. 2) Esta clase gobierna en una simbiosis cada vez más estrecha con los poderes financieros que dirigen el mundo. 3) La vida parlamentaria se encuentra cada vez más integrada en el funcionamiento de un Estado que es el que hace las leyes, cuando lo único que debería hacer es ejecutarlas. 4) Este poder del Estado ya no se ve obstaculizado por la acción de los contrapoderes que antes representaban las organizaciones obreras y revolucionarias, gracias a haber domesticado el poder de la opinión. 5) Así, el Estado se ha apropiado del monopolio de la vida pública y ha convertido las elecciones en la situación casi única entorno la cual se define el poder del pueblo, poder de renuncia convertido en la única forma de su existencia.  No existe control sobre lo que hagan los representantes, que son elegidos nada más que por una minoría del electorado.

 

Excluido de la representación el pueblo se sustancializa en la denuncia de los extranjeros y emigrantes al adoptar la figura de una etnia amenazada que hay que preservar. Es el populismo. Pero en verdad es la mecánica representativa la que sustancializa automáticamente a su otro, ese pueblo auténtico, del que la clase profesional de los representantes se autoproclama como verdadera encarnación, hasta la última comedia en la que la representación del pueblo será asumida por el multimillonario. Pero hay que deshacer el equivoco que encierra la noción de populismo. Son simplemente gobiernos autoritarios que quieren encerrar toda la vida pública en la esfera del Estado. Radicalizan una tendencia que hoy está presente en todos nuestros estados, que no cesan de ampliar sus prerrogativas y sus medios de represión. Mediante su invocación se hace que el pueblo fantasmatico de abajo, cargue con el peso del continuo fortalecimiento de los poderes de nuestros Estados. Transforma la radicalización de las formas de dominación en expresión fanática de un deseo profundo de los dominados. 

 

“Por lo tanto ir más allá del odio a la democracia no es oponer sus virtudes frente a las críticas. Es deconstruir el sistema de pruebas consensuales que fundamenta su visión dominante y autoriza todas las ambigüedades y todas las confiscaciones. Este sistema de pruebas consensuales es, en primer lugar, (1) la sustancial actualización del pueblo y de la democracia, la identificación del pueblo político con la población empírica; (2) a continuación es la identificación del poder del pueblo con el mecanismo de la representación; (3) y por último es la visión que identifica el acto democrático con el acto de elegir. Pero no se trata de remitir la apariencia del pueblo una realidad profunda escondida, al estilo marxista. La representación no es la democracia. Pero eso no quiere decir que sea una ilusión que haya que olvidar para encontrar la realidad del pueblo. Las supuestas apariencias son realidad. El sistema representativo es un poder efectivo, crea efectivamente un cierto tipo de pueblo. Si la democracia tiene un sentido, es el de la creación de otro tipo de pueblo un pueblo que precisamente no se considera dado, preexistente, sino que solo existe como resultado del ejercicio de un cierto tipo de poder” (Rancière 2023, 235). Continuará.

 

El desgarrado. Mayo 2024.

 




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