» 30-05-2024

Lecciones de política alternativa 104-1. “El odio a la democracia” Jacques Rancière. 1. La democracia criminal.

Como complemento a la serie de artículos sobre “Los treinta ingloriosos” recientemente expuestos (Lecciones de política alternativa 102) en el que se exponía el pensamiento político de Rancière repasamos ahora su texto “El odio a la democracia” Amorrortu, 2000 (2006) en el que se adentra en la democracia como proceso (dinámica) y como generalidad abarcadora, en mucho, de la propia política. La democracia no es una forma de Estado, ni de gobierno, ni de sociedad. Es un título para ejercer el poder en pugna con otros títulos, desde el de pastor divino (o humano) del gobierno pastoral, hasta la oligarquía del gobierno de la economía/riqueza. No vivimos en democracias. Vivimos en estados oligárquicos de derecho en los que la democracia es tolerada, pero odiada. En un proceso de más de treinta siglos la democracia ha evolucionado continuamente con una agilidad pasmosa hasta el punto que su historia es la historia de esos cambios y de las maniobras de sus enemigos. Como tal proceso que es la democracia no se completará nunca, por el contrario se aprecia un decaer de la misma en su confrontación con el capitalismo. Tal como acaba su libro: “La democracia… no se funda en ninguna naturaleza de las cosas ni está garantizada por ninguna forma institucional. No la acarrea ninguna necesidad histórica y ella misma no es vehículo de ninguna. Solo se confía en la constancia de sus propios actos. Hay motivos para que la cosa de miedo, por lo tanto odio, en quienes están habituados ejercer el magisterio del pensamiento. Pero en los que saben compartir con cualquiera el poder igual de la inteligencia puede suscitar, a la inversa, coraje y, por lo tanto, alegría” (Rancière 2006, 138).

 

Capítulo 1. De la democracia victoriosa a la democracia criminal.

 

1.1 Diagnóstico

 

Para los medios de comunicación -con motivo de las elecciones en Irak de 2005- la imposición de la democracia por las armas es un triunfo… a pesar de las protestas de los idealistas que defienden el gobierno del pueblo por el pueblo. Aducen una perspectiva realista: hay que separar los beneficios prácticos de dicho ideal. Pero -añaden- llevarles la democracia supone también llevarles el caos. Llevarles la libertad es también llevarles la  libertad de obrar mal. Responde a la siguiente lógica: "Precisamente porque la democracia no es lo idílico del gobierno del pueblo por el pueblo, porque es desorden de pasiones ávidas de satisfacción, puede, y hasta debe, ser instalada desde afuera, por las armas de una superpotencia…”. Argumentos similares utilizó la conferencia trilateral en 1975: “La democracia surge en la estela de los ejércitos norteamericanos, pese a esos idealistas que protestan en nombre del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos”. Y acusaba a eso idealistas de que “alimentaban una cultura oposicionista y propugnaban un exceso de actividad democrática, fatal para la autoridad de la cosa pública”. Con la democracia surge el desorden. “La democracia significa un aumento irrefrenable de demandas que presionan a los gobiernos, debilitan la autoridad y vuelven a individuos y grupos reacios a la disciplina y a los sacrificios requeridos por el interés común”. La democracia parece tener dos adversarios: El gobierno de la arbitrariedad, el gobierno sin límite (tiranía, dictadura o totalitarismo), Y por otra parte, el buen gobierno democrático capaz de controlar la vida democrática. Lo que provoca la crisis del gobierno democrático no es otra cosa que la intensidad de la vida democrática, bajo un doble aspecto: por un lado se identifica con el principio anárquico que afirmaba la existencia de un poder del pueblo y la consecuencia de una contestación militante (manifestaciones, protestas). Por otra desafiaba todos los principios del buen gobierno: la autoridad de los poderes públicos, el saber de los expertos y la operatividad de los pragmáticos. 

 

El remedio para este exceso de vitalidad democrática consiste en orientar las febriles energías activadas en la escena pública hacia otras metas: la búsqueda de la prosperidad material, de las felicidades privadas y de los lazos de sociedad (Aristóteles). Pero el remedio tenía otra cara: favorecía la vitalidad de una vida privada y de formas de interacción social que multiplicaban las pretensiones y demandas, lo que significaba ciudadanos indiferentes al bien público y la autoridad del gobierno socavada. Afrontar la vitalidad democrática se resumía en un doble exceso: una amplia participación popular en la discusión de los asuntos públicos o una forma de vida social que orientaba las energías hacia las satisfacciones individuales, ambas consecuencias indeseadas. Por contra, la democracia buena, debía ser la que controlara el doble exceso de actividad colectiva o retraimiento individual. Así exponen los expertos la paradoja democrática: forma de vida política y social caracterizada por el exceso, exceso que significa la ruina del gobierno democrático y, por tanto, debe ser reprimido. Que las democracias sean ingobernables justifica la necesidad de someterlas a gobierno y -entienden ellos- es legitimación suficiente para ejercerlo. Este empirismo gubernamental no convence a los intelectuales qué ver en esta paradoja la consecuencia de algún vicio de origen que hay que descubrir. De una o de otra manera la democracia ya no es el nombre común de un mal y del bien que lo cura, sino el único nombre del mal que nos corrompe.

 

1.2 El crimen de la democracia.

 

“Les penchants criminels de l’Europe démocratique” de Jean-Claude Milner, afirma que el crimen actual de la democracia europea es exigir la paz en Oriente medio, es decir, una solución pacífica para el conflicto palestino-israelí. Pero esa paz significaría la destrucción de Israel. La paz se produjo por el exterminio de los judíos de Europa, debido al genocidio nazi. Pero el pueblo judío era precisamente el que entorpecía la realización del sueño europeo: la Europa sin fronteras (sin límites) que representaba la disolución de la política (que siempre tiene que ver con totalidades limitadas). La sociedad europea tiene como principio la ilimitación, el propósito de sobrepasar cualquier límite. La democracia moderna significa la destrucción del límite político por la ley de ilimitación propia de la sociedad moderna. La técnica emblematiza esa ilimitación con las técnicas de manipulación genética e inseminación artificial como las operadoras de la reproducción sexual y la filiación, representadas históricamente por el pueblo judío, el pueblo cuyo principio mismo de existencia es la filiación y la transmisión. Había pues que desembarazarse del pueblo judío. “La Europa democrática nació del genocidio y prosigue su tarea queriendo someter al Estado judío a las condiciones de su paz”. 

 

Este argumento se puede abordar basándose en razones de sentido común, de exactitud histórica, o bien analizando su coherencia interna. Pero el camino que toma Rancière es otro: reconstruir el desplazamiento que la palabra democracia sufrió en la opinión intelectual dominante. Para Milner ese desplazamiento se produce en la conjunción de dos tesis: la oposición radical de los nombres de “judío” y “democracia”, lo que supondría no reconocer a Israel como una democracia… cuándo hasta entonces así había sido, dado que era un Estado que aseguraba, a la vez, la libertad de los individuos y la participación del mayor número de ellos en la vida pública. Esa relación de equilibrio entre el colectivo y el individuo se plasmaba en los derechos del hombre. A lo contrario de la democracia se le llamó entonces totalitarismo: estados que recusaban al mismo tiempo los derechos de los individuos y las formas constitucionales de expresión colectiva: elecciones libres, libertades de expresión y asociación. El Estado total era el que suprimía la dualidad estado y sociedad extendiendo su esfera de ejercicio a la totalidad de la vida colectiva. Fascismo y comunismo eran los representantes paradigmáticos de este totalitarismo, fundados en dos conceptos sociales (convertidos en políticos): la raza y la clase. Para un Estado fundado en la raza el genocidio judío era el cumplimiento de la depuración de la raza. 

 

Esta inversión arranca a Israel del principio democrático, y la explicación que nos da Milner es que las propiedades del totalitarismo pasaron a ser las de la democracia. En su ilimitación la sociedad devora al Estado, cuando la democracia debería ser limitación. Y el pueblo judío, conservador de la tradición y la filiación es lo único que se le opone. El nuevo discurso antidemocrático está hecho de rasgos qué bien poco antes se adjudicaban al totalitarismo, en un proceso de desfiguración y recomposición, en varios pasos: en primer lugar puso en duda la oposición de ambos términos mediante la revisión de la herencia revolucionaria de la democracia. El totalitarismo y la democracia no son dos verdaderos opuestos porque el terror ya estaba anticipado en el terror de la revolución francesa, era inherente a la esencia de la revolución democrática. La denuncia de la democracia terrorista parece conducir pues a la refundación de una democracia liberal y pragmática emancipada por fin, de los fantasmas revolucionarios del cuerpo colectivo. 

 

1.3 El individualismo y el hombre democrático. La igualdad mercantil.

 

Podría integrarse en la clásica oposición entre la democracia parlamentaria, liberal y la democracia radical igualitaria. O no, pues pues la democracia parlamentaria y liberal estuvo subordinada desde el principio a una crítica diferente según la cual los males de la revolución no eran su colectivismo, sino al revés, su individualismo. La revolución francesa fue terrorista no por haber desconocido los derechos de los individuos, sino, al contrario, por haberlos consagrado. Esta lectura contrarrevolucionaria se enuncia en los siguientes términos: el pensamiento ilustrado era individualista y la doctrina protestante aboga por estructuras y creencias colectivas. Pero la revolución protestante disolvió el lazo social (al romper las viejas solidaridades entre la monarquía, la nobleza y la iglesia) y atomizó a los individuos. Así el liberalismo exhibido por los intelectuales franceses contiene una contradicción: tras la aceptación de los derechos del individuo y la democracia liberal angloamericana, se reconoce la denuncia típicamente francesa de la revolución individualista que desgarra al cuerpo social .

 

Esta contradicción permite comprender la inversión del discurso sobre la democracia que se produce tras el derrumbe del imperio soviético. Por un lado la caída fue celebrada como el triunfo de la democracia sobre el totalitarismo, de la libertad individual sobre la opresión estatal. Pero por el otro, la oposición de una buena democracia de derechos del hombre y libertades individuales, a la mala democracia igualitaria y colectivista, caía en el desuso. Por su parte la crítica de los derechos del hombre se fortalece: los derechos del hombre son los derechos de los individuos egoístas de la sociedad burguesa. Queda por identificar a esos individuos egoístas. 

 

Para Marx fueron los poseedores de los medios de producción, es decir la clase dominante. Pero después se piensa de otra manera. Con pequeños retoques los individuos egoístas se identifican con consumidores ávidos, y éstos con el hombre democrático. Así los individuos egoístas son los hombres democráticos. La generalización de la relaciones mercantiles, que tienen los derechos del hombre por emblema, no es otra cosa que la exigencia de igualdad (la relaciones comerciales son relaciones entre iguales) que arruina la búsqueda del bien común, encarnado en el Estado. El egoísmo del hombre democrático conforma nuestro mundo. No era nada nuevo, ya había sido escrito en el manifiesto comunista: la burguesía ha ahogado el fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta, ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y bien adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. Todos se ven afectados por el colapso de la trascendencia colectiva.

 

Si del hombre democrático pasamos al análisis de los fenómenos la descripción es la misma: nuevas interpretaciones para los mismos hechos. La igualdad es mercantil y la libertad es de comercio. El hombre democrático sustituyó al burgués y la igualdad democrática es igual al intercambio de mercancías. Lo que dice más, en definitiva, es que la igualdad de los derechos del hombre, traduce la igualdad de la relación de explotación. La ecuación democracia = ilimitación = sociedad, en la que se basa la denuncia de los crímenes de la democracia, presupone, pues, una operación triple: democracia = sociedad; sociedad = individuo igualitario; y por último sociedad individualista (identificada con la democracia) = búsqueda del crecimiento indefinido (lógica de la economía capitalista). La reducción del análisis de la democracia a la crítica de la sociedad de consumo es fruto de un considerable proceso de aniquilación la figura política de la democracia, apoyado en un regulador trueque entre descripción sociológica y juicio filosófico.

 

1.4 La aniquilación de la figura de la democracia

 

Este proceso de aniquilación pasa por diversas fases. En primer lugar la celebración sociológica de la alianza entre la sociedad democrática y su Estado, a través de nuevas formas de consumo y de comportamiento individuales (Gilles Lipovetsky. En el crecimiento de la cultura de masas, la cultura quedaba dominada por un valor supremo: “la realización de sí”, hedonismo que rompe con la tradición puritana en conflicto con el interés común de la nación democrática. No era así para Lipovetsky que entendía que la expansión del narcisismo consumidor ponía en perfecta armonía la satisfacción individual y la regla colectiva. Esta rehabilitación del individualismo democrático implicaba una doble operación: por una parte enterrar la crítica marxista a la sociedad de consumo de Jean Baudrillard, que ve en las promesas del consumo una falsa igualdad. El consumidor narcisista identificaba positivamente democracia y consumo. La democracia no era otra cosa que el reinado de un consumidor narcisista capaz de cambiar tanto sus preferencias electorales como sus placeres íntimos. Se recordaba que política era el arte de vivir juntos y la búsqueda del bien común y el principio de esa búsqueda era la clara distinción entre el ámbito de los asuntos comunes y el reino egoísta y mezquino de la vida privada y los intereses domésticos. La alegre democracia posmoderna marcaba la ruina de la política sometida a la sola ley del individuo consumista.  Para esta crítica no fue difícil identificar al consumidor hedonista con la figura del asalariado que defendía con egoísmo sus privilegios arcaicos. En definitiva se había operado la reducción de la democracia un Estado de sociedad.

 

Y por la otra parte hay que comprender el segundo momento del proceso, el que hace de la democracia así definida una catástrofe antropológica, una autodestrucción de la humanidad. Se desarrolló en el escenario de la escuela. Se partía del fracaso de la institución escolar en dar iguales posibilidades a los niños provenientes de las clases más modestas. Se trataba de Como debía entenderse la igualdad en la escuela. La tesis llamada sociológica desvelaba las desigualdades sociales ocultas en las formas de la transmisión del saber. Hacer la escuela más igualitaria sacándola de su atrincheramiento y adaptando la enseñanza a los alumnos más desprovistos de herencia cultural. La tesis llamada republicana se sitúa en la posición contraria: Volver la escuela más homogénea con la desigualdad social: distribuir igualmente a todos, sin consideración de origen o de destino social, lo universal de los saberes utilizando para ello la forma de relación desigual entre quien sabe y quien aprende. El debate parecía centrarse en lo que el poder público podía y debía hacer para remediar las desigualdades sociales con sus propios medios. Pero pronto la perspectiva se rectificó. La raíz del mal estaba en el individualismo democrático.  El problema no era que la escuela  debía rescatar al individuo sino que el problema era el propio individuo: inmaduro, consumidor, ebrio de igualdad, que destruye la autoridad del profesor. El individuo se erige el valor absoluto. No cabe lugar a la menor trascendencia. El maestro republicano deviene representante de una humanidad adulta en vías de desaparición en provecho del reino generalizado de la inmadurez. En un mundo condenado al reinado monstruoso de la adolescencia, el maestro es el desengañado espectador de la gran catástrofe civilizacional cuyo sinónimo son consumo, igualdad, democracia, inmadurez.

 

1.5 el individuo democrático.

 

Es inútil recalar en la inagotable literatura acerca del “arrebato democrático” o del “veneno de la fraternidad”, incesantes denuncias del derrumbe democrático. La fatal equivalencia de todas las cosas, producto de un método que conoce una única explicación: el individuo democrático, desafiliado y separado de toda trascendencia y la figura del consumidor democrático ebrio de igualdad podrá identificarse, según el humor y las necesidades de la causa, con el asalariado reivindicativo, con el desempleado o con el inmigrante ilegal. Toda la política entera se ve asignada a una antropología que conoce ahora una única oposición: entre una humanidad adulta y fiel a la tradición que la instituye como tal y una humanidad pueril cuyos sueños engendrarse de nuevo conducen a la autodestrucción (Milner). El tema de la sociedad ilimitada “resume en pocas líneas la doble metamorfosis que asignó a la democracia, al mismo tiempo, la forma de homogeneidad social antes atribuida al totalitarismo y el movimiento ilimitado de incremento de sí, propio de la lógica del capital”. La vida democrática pasa a ser la vida apolítica del consumidor indiferente de mercancías, de derechos de las minorías, de industria cultural y de niños producidos en laboratorio. Se identifica pura y simplemente con la sociedad moderna. No es ocioso que el denunciante más radical del crimen democrático ha sido el abanderado de la escuela republicana y laica. 

 

Es en la escuela donde el sentido de algunas palabras: república, democracia, igualdad, sociedad, ha cambiado por completo. Ayer, de la cuestión de transmitir lo universal del saber y su poder de igualación. Lo que hoy es cuestión de transmitir es simplemente el principio del nacimiento, el principio de la división sexual y de la filiación. El padre de familia puede ocupar el lugar del maestro y el buen gobierno, opuesto a la corrupción democrática, ya no necesita conservar equivocadamente el nombre democracia. Ayer se llamaba república. República desde Platón el nombre del gobierno que asegura la reproducción del rebaño humano protegiéndolo. El buen gobierno recupera hoy el nombre que tenía antes de que se le cruzaran en el camino el nombre democracia. Se llama gobierno pastoral. El crimen democrático encuentra su origen en la supresión del pastor. El desamparo de los individuos democráticos, es el de los hombres que han perdido la medida por la cual lo Uno puede concordar con lo múltiple y los unos unirse en todos. Esta medida únicamente puede fundarse en alguna convención humana si median los oficios del pastor divino, que se ocupa de todos sus corderos y de cada uno de ellos. 

 

Sobre esta base, todo puede explicarse simplemente, desde los males propios del hombre democrático y la división simple entre una humanidad fiel o infiel, hasta la ley de la filiación. El ataque a las leyes de la filiación es, en primer lugar, un ataque al lazo del cordero con su padre y pastor divino. 

 

El desgarrado. Mayo 2024




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