» 31-05-2024 |
Es este blog una trasliteración del libro de Rancière por lo que no hago referencia a los párrafos que transcribo dado que no hay nada mío añadido al texto (si ello es posible) limitándome a aligerarlo para -tratar- de simplificar su comprensión. Todo es pues de Rancière excepto los errores que son míos. Algunos conceptos como el pastor divino, la filiación, la tradición, la división del pueblo, la policía, el consenso o el populismo -dispersos por el texto- necesitarían de una cierta sistematización que realizaré al final. Esta forma de obrar es discutible… a no ser que pensemos en una actitud didáctica, de ayuda, pues la concisión en el lenguaje del autor es tan alta que es imposible escapar a su dicción… en el bien entendido que la lectura del original es inexcusable.
Cap 2. La política o el pastor perdido.
2.1 La genealogía del crimen.
El crimen democrático viene de lejos, el olvido del pastor ancestral (la organización de una comunidad humana sin vínculos con el dios padre) y de los griegos (Platon). El crimen democrático es un crimen político. Los antiguos cortaron lazos con el pastor divino en lo que llamaron filosofía y política. El asesinato del pastor se encuentra en los libros de Platón (El político. Las leyes) profusamente. Y se realiza mediante una fábula distinta, según la cual el dios se aseguró del buen orden de la comunidad poniendo oro en el alma de los gobernantes, plata en la de los guerreros y hierro en la de los artesanos. Así, la política se define por la separación respecto del modelo del pastor, aunque ciertamente, uno, puede negarse a tal separación, aunque al precio de reducir la democracia al “imperio de la nada”. Y también sería posible, al contrario, preguntarse por qué la vuelta hacia el pastor perdido viene a imponerse como la consecuencia última de cierto análisis de la democracia en tanto sociedad de individuos consumidores. Lo que nos llevaría a lo que es reprimido de la política por ese análisis que la considera el estado de desmesura y de desamparo del que solo un dios puede salvarnos. Con esta lectura -la conservación nostálgica del pastor- redundaría la diferencia entre el buen gobierno y el gobierno democrático.
Platón hacía a la democracia dos reproches. Por el primero la democracia es el reinado de la ley abstracta (opuesta a la solicitud del médico, del pastor que se expresa por oposición al tirano, en exclusivo beneficio de sus patrocinados, pero también opuesto a las leyes de la ciudad democrática, pues se adaptan a cada caso propuesto). Por el segundo, las leyes de la democracia pretenden valer para todos los casos, siendo esta universalidad engañosa, pues lo que el hombre democrático realmente valora es que sirva de instrumento a su capricho. Ahí se muestra el individuo egoísta de la sociedad democrática. Según esta interpretación -que Platón inaugura- la ley democrática no es sino el capricho de los pueblos, indiferente a cualquier orden colectivo. “Así pues, la palabra democracia no significa simplemente una mala forma de gobierno y de vida política. Significa propiamente un estilo de vida opuesto a cualquier gobierno ordenado de la comunidad”. La democracia es un régimen político que no es tal. No solo el reinado de individuos caprichosos sino la inversión de toda la relaciones que estructuran la sociedad humana. Gobernante = gobernado; mujeres = hombres; el padre = al hijo; el extranjero = al ciudadano; los jóvenes = los viejos y los animales = a las personas.
Como se ve, el triunfo de la igualdad democrática significa una colección completa de males, en nada diferentes a sus homólogos de la modernidad. Lo que resulta asombroso dada la diferencia entre ambas épocas. Y más que asombroso, una paradoja para la que Rancière plantea una hipótesis: el retrato imperecedero del hombre democrático apunta conjurar cierta impropiedad inherente al principio mismo de la política: la democracia no es una forma de sociedad sino al principio de la política, el principio que instaura a la política fundando el “buen” gobierno en su propia ausencia de fundamento.
Para comprenderlo repasemos la lista de males: la igualdad de los desiguales revela que todas son de la misma naturaleza, una misma alteración del orden natural. Pero entonces resulta que este orden existe y que la política participa de su misma naturaleza. La desigualdad implica el orden. Al invertir las relaciones la democracia asegura, al contrario, qué la relación es perfectamente homogénea, un principio que asegura el orden de la sociedad y el orden del gobierno porque asegura primero la continuidad (el que viene antes y el que viene después) entre el orden de la convención humana y el de la naturaleza. Designamos a este principio de orden prelacional como Arché. El Arché es el mandato de lo que comienza, de lo que viene primero. Así se define el ideal de un gobierno: “son propios para gobernar quienes tienen las disposiciones que los hacen aptos para este papel, y propios para ser gobernados, quienes tienen las disposiciones complementarias de las primeras como la realización del principio por el cual comienza el poder de gobernar”. Una vez establecido que en todo Estado hay gobernantes y gobernados, hombres que ejercen el arte y hombres que obedecen el poder de estos, Platón pasa en numerar los títulos requeridos para ocupar una posición o la otra.
2.2 Los títulos para gobernar .
Estos títulos son siete. Cuatro de ellos se presentan como diferencias vinculadas al nacimiento: aquellos que nacieron antes o de mejor cuna: los padres sobre los hijos, los viejos sobre los jóvenes, los amo sobre los esclavos, los nobles sobre los villanos. Siguen otros dos principios que también atañen a la naturaleza pero no al nacimiento. En quinto lugar el poder de los más fuertes sobre los débiles, y sexto el poder de los sabios sobre los ignorantes. Todos estos títulos cumplen las condiciones exigidas: definen una jerarquía de posiciones y la definen en continuidad con la naturaleza. Los cuatro primeros fundan el orden del Estado en la ley de la filiación, los otros recurre a un principio superior: la excelencia, el que sea mejor. Y aquí es donde empieza la política cuando se añade un séptimo título (que no es tal), el más justo, la elección del azar, la elección de los dioses: El sorteo, qué es el procedimiento democrático por el cual un pueblo de iguales decide la distribución de lugares, lo que supone un doble escándalo.
Para las personas de bien que no pueden admitir que su nacimiento, antigüedad o ciencia tengan que inclinarse ante la ley de la suerte, y para los hombres de dios, para los que la democracia está condicionada a que reconozcamos su fundamento en la muerte del padre o el pastor, reos de una deuda inexpiable con respecto al padre. El escándalo es en definitiva que el séptimo título es la ausencia de título. Ahí radica la profunda perturbación que la palabra democracia entraña. La democracia no es el capricho de los hombres o de los animales, es el capricho de dios, del azar, de una naturaleza que se expulsa así misma como principio de legitimidad. Un título enteramente disociado de toda analogía entre la convención humana y el orden de la naturaleza. La superioridad asentada sobre la ausencia de superioridad.
2.3. Democracia.
Democracia quiere decir, ante todo, esto: un gobierno arcaico fundado nada más que en la inexistencia de título alguno para gobernar. Hay varias maneras de considerar esta paradoja: podemos excluir el título, por contradictorio y también podemos negar que el azar sea el principio de la democracia, separando democracia de sorteo. El sorteo, nos dicen, era adecuado para aquellos tiempos antiguos y para aquellas pequeñas aldeas. Pero ahora tenemos medios más apropiados: la representación del pueblo soberano por sus elegidos, la simbiosis entre la élite de los elegidos por el pueblo de los expertos formados en el conocimiento del funcionamiento social. Pero no son esos los problemas, que si se suscitan, es porque hemos olvidado lo que significaba democracia y el tipo de naturaleza que el sorteo pretendía contrariar: el acceso al poder de los que solo presentan la habilidad de acceder a él mediante artimañas. Y ello porque estamos dispuestos a considerar -como primer título para seleccionar a quienes son dignos de ocupar el poder- el hecho de que deseen ejercerlo, su postulación.
Platón sabe que el sorteo no se deja desechar fácilmente. En principio porque es considerado en Atenas como amado por los dioses y supremamente justo. Después porque concuerda con el principio del poder de los sabios en un aspecto esencial: es el gobierno de aquellos que no desean gobernar. La condición para que un gobierno sea político es que esté fundado en la ausencia de título para gobernar. Y por último el título que no es título produce un efecto de retorno sobre los otros, una duda sobre el tipo de legitimidad que establecen y sobre el gobierno que fundan. Platón sabe lo que Aristóteles enunciará en "La política”: los llamados los mejores son simplemente los más ricos. La aristocracia no es otra cosa que una oligarquía, el poder de los propietarios. Clístenes había instaurado la democracia en Atenas mediante una reforma en la qué las circunscripciones territoriales (demos) destruyeron el poder hereditario de los aristócratas propietarios herederos del dios del lugar. Lo que la democracia significaba exactamente era la ruptura en el orden de la filiación, una separación radical entre el principio de gobierno y el principio de sociedad. La limitación primera del poder de las formas de autoridad que rige el cuerpo social, pues la democracia no es ilimitación.
Aunque los títulos para gobernar sean incontestables siempre restará el problema de saber qué tipo de gobierno puede deducirse de ellos. Puede ser el poder de los mayores sobre los más jóvenes -al modo de las familias- al que llamamos gerontocracia; puede ser el poder de los sabios sobre los ignorantes -al modo de las escuelas-al que llamamos tecnocracia; etc. pero en esta lista siempre nos faltará el gobierno político, un gobierno que venga del cielo. Pero del cielo nunca vinieron sino dos tipos de gobiernos: el gobierno de los tiempos míticos, el reinado directo del pastor divino, y el gobierno del azar divino el sorteo de los gobernantes o sea la democracia. El filósofo querría suprimir el desorden democrático para fundar la verdadera política pero no puede hacerlo sino sobre la base de este desorden mismo. Tal es el fondo del problema. Hay un orden natural de las cosas según el cual los hombres reunidos son gobernados por quienes poseen los títulos para gobernarlos. Hay dos grandes títulos: el de la filiación humana o divina y el de la organización de las actividades productivas y reproductivas es decir el poder de la riqueza. La sociedades son gobernadas habitualmente por una combinación de estos dos poderes a los que ciencia y fuerza aportan su refuerzo. Pero sí el gobierno debe ser generalista, para los sabios y los ignorantes, para los ricos y los pobres, si ha de hacerse entender por los ignorantes y ser obedecido por las fuertes, aquí falta un título suplementario común a los que poseen esos títulos, pero también común a quienes no los poseen. Ese título es el título anárquico, el título propio de aquellos que no tienen más título para gobernar que para ser gobernados.
Esto es lo primero que quiere decir democracia. La democracia no es ni un tipo de constitución ni una forma de sociedad. El poder del pueblo no es el de la población reunida, el de su mayoría o el de las clases trabajadoras. Es simplemente el poder propio de los que no tienen más título para gobernar que para ser gobernados. Desembarazarse de este poder es desembarazarse de la política misma. “El escándalo de la democracia, y del sorteo, qué es su esencia, es revelar que ese título no puede ser sino la ausencia de título; que, en última instancia, el gobierno de la sociedades no puede descansar más que en su propia contingencia. “Hay hombres que gobiernan porque son los más ancianos, los de mejor cuna, los más ricos o los más sabios. Hay modelos de gobierno y de prácticas de autoridad basados en tal o cual distribución de lugares y competencias. Esta es la lógica que, por mi parte, he propuesto pensar bajo el término policía”. Pero si el poder ha de ser entendido por todos y obedecido por todos, debe descansar sobre un título suplementario: el poder de los que no tienen ninguna propiedad que los predisponga más para gobernar que para ser gobernados. “Debe convertirse en un poder político. Y un poder político significa, en última instancia, el de quienes no tienen razón natural para gobernar sobre quienes no tienen razón natural para ser gobernados. En definitiva el poder de los mejores se legitima solo por el poder de los iguales”.
2.4. Igualdad
La igualdad no es una ficción. No hay fuerza que se imponga sin tener que legitimarse, es decir, sin tener que reconocer una igualdad irreductible para que la desigualdad pueda funcionar. Desde el momento en que lo obediencia debe pasar por un principio de legitimidad; desde el momento en que tiene que haber leyes que se impongan como leyes, e instituciones que encarguen lo común de la comunidad, el mandato debe suponer una igualdad entre el que manda y el que es mandado. No hay servicio que se preste sin que tenga que hablar, por poco que sea, de igual a igual con aquel a quien él manda o instruye. Las sociedades igualitaria no pueden funcionar sino gracias a una multitud de relaciones igualitarias. El escándalo democrático viene a poner de manifiesto esta intrincación de la igualdad en la desigualdad, y la convierte en el fundamento del poder común. No es que la desigualdad de la ley este destinada corregir la desigualdad natural ,sino que la naturaleza misma se desdobla, Y la desigualdad natural no se ejerce más que presuponiendo una igualdad natural que la secunda y la contradice: De otro modo es imposible que los alumnos comprendan a los maestros y que los ignorantes obedezcan al gobierno de los sabios. Pero además es preciso que éstos comprendan las órdenes de los sabios y la importancia de obedecerlas, y así sucesivamente.
Esto es lo que la política requiere y lo que la democracia le aporta. Para que haya política se necesita un título de excepción un título que se agregue a aquellos por los cuales se rigen normalmente la sociedades pequeñas y grandes y que se reducen, en última instancia, al nacimiento y a la riqueza. Pero ni la riqueza puede excederse a si misma ni el nacimiento pretende hacerlo (mediante la fundación del gobierno de los pastores que salta de la filiación humana a la filiación divina). Solo nos queda la excepción ordinaria, el poder del pueblo, que no es el de la población o su mayoría, sino el poder de cualquiera, con independencia de su capacidad para ocupar las posiciones de gobernante y de gobernado. El gobierno político tiene, por tanto, un fundamento, qué da lugar a una contradicción: la política es el fundamento del poder de gobernar en ausencia de fundamento. El gobierno de los estados es legítimo solo por ser político. Y no es político más que descansando en su propia ausencia de fundamento. “Las tan corrientes quejas sobre la ingobernabilidad de la democracia remiten, en última instancia, a esto: la democracia no es ni una sociedad por gobernar ni un gobierno de la sociedad. Es propiamente, esa ingobernabilidad sobre la cual todo gobierno debe definitiva descubrirse fundado”.
El desgarrado. Mayo 2024.