» 18-02-2021

Lecciones de política alternativa 75. La violencia y la reforma del Código Penal (CP).

 

El encarcelamiento de Hasél ha desencadenado la violencia. Podemos se ha negado a condenarla y denuncia actuación desproporcionada y violenta de la policía. Se suscita el debate de la violencia y de los derechos humanos. La reforma del CP está sobre la mesa. La coalición de Gobierno se echan los trastos a la cabeza por cuestiones electoralistas.

 

No somos ciudadanos por voluntad propia. Si bien podemos cambiar de nacionalidad (lo que prácticamente nos obliga a cambiar de domicilio, de trabajo y de familia) no podemos se apátridas, la ley no nos lo permite. Estamos obligados a ser ciudadanos de uno u otro Estado. La apatridia es un castigo no una opción. De la misma manera las nacionalidades parciales que conforman una nación también están obligadas a pertenecer a esta. La independencia individual y colectiva están sometidas a serias trabas. La libertad es un derecho mediado por el Estado. El régimen político también nos viene impuesto por la constitución de nuestra nación. La nuestra admite tanto el liberalismo (economía liberal) como el socialismo (economía dirigida de Estado). No somos demócratas por convicción sino por obligación.

 

El acceso a la violencia nos está vedado como ciudadanos, sin embargo el Estado se reserva para sí el privilegio de la violencia tanto internacional como nacional. Toda nación aspira a convencer más que a vencer pero no renuncia a vencer por cualquier medio. Instituciones como las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado o la justicia penal aplican la violencia con diversas matizaciones, pero unilateralmente. Por ello no tiene mucho sentido decir que la violencia no es la solución. No es la solución desde la ciudadanía porque desde el Estado es la solución muchísimas veces. La represión policial en defensa del orden público con la única cortapisa de la proporcionalidad, la pena de muerte y de encarcelamiento, las torturas soterradas, son normales en nuestras sociedades desarrolladas como lo son la invasión de otras naciones, los bloqueos económicos, la injerencia en asuntos internos de otros países, en el panorama internacional. El estado de la seguridad consiste en promover las condiciones de inseguridad suficientes como para aterrorizar a los ciudadanos y que deseen la protección del estado. A nivel internacional: ¡qué vienen los rusos, las armas nucleares, los terroristas, los emigrantes, el Islam!, etc. En resumen ¡qué vienen los Otros!

 

Las libertadas pueden llegar a ser contradictorias. Donde se acaba el derecho de uno empieza el derecho de otro. Los derechos se superponen. Pero esta realidad pude ser fácilmente manipulable. El estado siempre aspira al totalitarismo, a imponer “su” orden y “su” seguridad de la forma más contundente posible porque la inseguridad ciudadana, la que se produce como respuesta a la opresión, a la desigualdad, a la injusticia, quita votos y para un político la ley sagrada es aumentar los votos y consolidar la poltrona. Sabemos lo que son las cloacas del poder: cuando piensan que nos les ven se saltan todos los límites, prima la “eficacia”, lo que puede alcanzar la guerra sucia contra ETA, las mordidas a los altos cargos de la policía, el uso de los recursos del Estado en favor de los intereses espurios de los partidos, los abusos policiales, las torturas encubiertas, el espionaje, etc. Paralelamente se endurece el CP de modo que lo que debería ser simple libertad de expresión se convierte en delitos de odio, contra la religión, de injurias contra el jefe del estado o de enaltecimiento del terrorismo. Incluso la simple crítica de los comediantes y los titiriteros, de los raperos y los blogueros puede ser delito. Las leyes mordaza amparan a políticos de escraches y a policías de fotografías comprometedoras, mientras prohiben a los ciudadanos manifestarse junto a los Parlamentos además de constituir a los policías en jueces.

 

Es ese distinto rasero: lo ancho para los políticos y policías y lo estrecho para el mundo lo que causa la insurreccción, la indignación, el desencanto. Dice Rancière que la política no es la lucha o el ejercicio del poder, sino conflicto, litigio, disenso (encuentro de distintos sentires) y sobre todo el gobierno de los que no tienen título para gobernar porque no tienen ni la cuna, ni la riqueza, ni la fuerza, ni el saber que justifican el ejercicio del poder: la policía no es el ejercicio del orden y la seguridad sino el consenso, que las cosas no se contradigan, el sentir común, la cuenta que cuadra.

 

Y ese consenso, esa pacificación artificial de los conflictos y los sentires se consigue por la fuerza (la opresión, la represión, la violencia desproporcionada), por la convicción (el discurso policial en el sentido citado, la demagogia, el populismo, la mentira y la posverdad), por la cuna (la aristocracia, la oligocracia, la clase) o la riqueza (los poderes fácticos, los políticos, los gestores). Pero también por el giro ético (la confusión del derecho con el hecho, la sustitución de la razón por la moral, de la libertad por el libertinaje, de la igualdad con el comunismo, de la igualdad teórica con la igualdad práctica). Por la confusión de la opinión (derecho de expresión) con la acción (el activismo militante, la acción). Y si bien la revolución es hoy en día imposible (todos tenemos algo que perder), la reyerta, la guerrilla, la Kale borroka se convierte en la única respuesta posible ante una situación de desposesión de derechos individuales paulatina e imparable. El 50% de los jóvenes está en paro.

 

La violencia engendra violencia decía Brecht y mientras los políticos -como las ratas y las cucarachas- se escondan en la opacidad para conseguir sus designios, mientras sean corruptos, mentirosos, taimados y violentos, la sociedad será violenta.  El privilegio de la violencia, el giro ético, el consenso policial, el acoso a los derechos humanos, la desigualdad, las cloacas del poder,   los títulos ancestrales de ejercicio del poder, las leyes mordaza… ¿No son suficientes razones para que los ciudadanos (que ni siquiera tienen derecho a dejar de serlo… esclavos al fin) se lancen a la violencia desesperados, indignados, cabreados. ¡Claro que no apoyo la violencia!, ¿pero hace lo mismo el Estado, el poder, la política? De aquellos polvos vienen estos lodos. Todas las almas consensuales-policiales-pacificacionistas-represoras se lamentan de la violencia. ¿Dónde estaban cuando Lasa y Zabala eran enterrados en cal viva, cuando el PP conculcaba la democracia asistiendo a las elecciones dopado de dinero negro, cuando cambiaba dinero B por concesiones administrativas a emprsarios de misa diaria? No podemos ser tan hipócritas como para solo ver lo que pasa con los ciudadanos. Lo que pasa con los políticos y los policías también es culpable de esta situación. ¡Qué cada palo aguante su vela!

 

El desgarrado. Febrero 2021.




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