» 01-02-2022

Lecciones de política alternativa 82. La egocracia.

Las formas de gobierno nunca han sido muchas: el gobierno de uno: monarquía, dictadura, caciquismo; el gobierno de pocos: oligocracia, poderes fácticos, lobbies; el gobierno de muchos: anarquía asamblearia, democracia. De hecho las formas de gobierno delatan la compleja relación entre el individuo y la sociedad. En los primeros tiempos la dominación caracterizó a estas formas y el pueblo estaba sojuzgado por el poder de Dios, de los individuos o de los grupos. Con la democracia (la soberanía reside en el pueblo), se creó la ficción de que el pueblo regía sus propios destinos, pero no era cierto. La soberanía se ejercía por representación y esos representantes son un grupo oligárquico de poder: la clase política, los poderes fácticos. La rendija electoral es la única posibilidad que tiene el pueblo de incidir en la cosa común.

 

Pero paralelamente el ciudadano se emancipaba de la sociedad y el individualismo no ha parado de crecer desde la antigüedad. A ello ha contribuido el aumento de los derechos humanos, la soberanía popular, las promesas de libertad, la igualdad, el comunismo, el asamblearismo (por más que esté confinado en las comunidades de vecinos o en las asociaciones de vecinos)… además de una educación ultrapermisiva que evita contrariar a los niños por todos los medios (lo que no deja de ser un individualismo paterno). Las libertades han aumentado moderadamente pero la propaganda sobre ese aumento ha sido exponencial. A todo político se le llena la boca con la democracia que después ejerce muy raramente. La cuestión es que el individualismo ha crecido de forma exponencial y el individualismo choca fácilmente con el interés común.

 

Y no han sido los ciudadanos los únicos que se han empoderado sino que los políticos y la sociedad lo han fomentado (de boquilla) por todos los medios. Los políticos creando la ficción de la libertad (Tomar cañas, no encontrarte con tu ex, autogobernarte…) y de la igualdad (“todos somos iguales”… incluso el rey), el nacionalismo y el racismo (somos un pueblo diferente y mejor), la defensa de las minorías (los taurinos, los cazadores, los animalistas, los altersexuales, los cornudos, los fascistas, los franquistas…). La sociedad, a través de la publicidad (y con el exclusivo fin de aumentar el consumo comercial) ha creado la ficción de que el individuo es especial, distinto, único; el aumento de la educación (saber más) y la información (estar inmerso en una sopa de datos); el microasociacionismo (asociaciones de vecinos, comunidades de propietariso, coleccionistas, equipos deportivos, actividades extraescolares); la generalización de la sicología (el estudio de los individuos por excelencia).

 

El resultado es que estamos más ligados a grupos cada vez más pequeños, más especializados con el límite del individuo puro y duro. Y con ello no quiero decir que se renuncie a los beneficios que produce la sociedad, no. Se trata de aprovecharse de la sociedad mientras conseguimos ventajas individuales. La igualdad se entiende como que seamos iguales a los superiores y que los inferiores no sean iguales a nosotros. La igualdad se realiza mediante la igualdad a un modelo. En el caso de las mujeres se les ofrece el modelo del hombre. La libertad en absoluto no existe… pero se aplica continuamente. Lo mismo ocurre con la libertad: nuestra libertad siempre tiene el límite de la libertad de los demás. Tampoco es absoluta. Hemos perdido el contexto (social) para interesarnos exclusivamente por el texto (el relato de nuestra individualidad).

 

Todos opinamos de todo, de fútbol, de política, de medidas sanitarias, de ciencia, de salud, de libertades individuales. Y el mejor foro de opinión son las redes sociales donde todo se puede decir sin cortapisas porque las multinacionales de la interconexión han conseguido el privilegio de la ausencia de censura de la que no gozan los medios informativos. Las redes no son redes de diálogo sino del monólogo sucesivo o intercalado. Y así se produce el insulto y la descalificación… pues no hay diálogo (suavizado por la coerción de la presencia del otro), sino turno de respuesta en el vacío y hacia un desconocido, un ajeno, un enemigo. Las redes sociales solo son sociales porque son multitudinarias pero no por que posean las características de lo social: la presencia, el diálogo, el respeto. Y cuando lo social es a-social, lo individual cobra una inusitada importancia.

 

Los negacionistas (desde la evolución hasta las vacunas) no son bichos raros sino el producto de nuestra época. Se informan mal (en las redes), pertenecen a grupos cerrados, no dialogan presencialmente, tienen un resentimiento por una sociedad que no les trata bien y presentan un síndrome de baja resistencia a la frustración debido tanto a una educación familiar  permisiva como a un clima político de profunda crispación política. Los nacionalismos (el individualismo grupal) proliferan desde los nacionales, a las tribus urbanas o los chats. Y los políticos los fomentan en la seguridad de que su mejor baza para ganar elecciones es dividir a la población en facciones enfrentadas. No otra ha sido la estrategia de VOX para encontrar su nicho electoral (cazadores, cornudos, taurinos, franquistas, antis… etc.). Porque no solo son nacionalistas los independentistas. Hacer de los madrileños una clase diferenciada, libre y feliz, sin impuestos (es decir que los pagamos los demás) es tan nacionalismo como el independentista (“Madrid es España dentro de España”). La crispación es una manera de formar grupos electorales enfrentados.

 

La posmodernidad hizo hincapié en el falocentrismo, el androcentrismo, el antropocentrismo, el imperialismo, el racismo, etc. que no son otra cosa que la división de la sociedad en grupos enfrentados. La altersexualidad, el feminismo, el animalismo, los anticolonialistas, el integrismo, son la respuesta. Y no estaría de más que entendiéramos que todas son respuestas a problemas anteriores y no movimientos producidos en el vacío. Evidentemente todos estos individualistas han renunciado a incidir en la cosa común, a tratar de mejorar la sociedad. Y de ahí la desafección por la política, el desprecio por otros grupos sociales, el desinterés por sus conciudadanos, características, todas ellas, del fascismo y de los ultras. La contrapartida es el aislamiento, la soledad, la depresión y otras enfermedades mentales… aparte del comportamiento antisocial. Contra peor tratas a los demás, peor te tratan ellos por lo que la sociedad cada vez es subjetivamente peor y así sucesivamente. Y esa retroalimentación es diabólica.

 

La egocracia es una anarquía, pues la desfección por la política es total. Pero eso no quita que se espere que los políticos se comporten impecablemente sin que nadie les vigile. Y así resulta en una anarquía que deriva en politocracia. ¡Extraña manera de ser más libres!

 

El desgarrado. Enero 2022.




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