» 30-05-2021 |
El fascismo surgió cuando la política había llegado a lo que parecía un punto de no retorno. No era la primera vez. La política siempre llega a puntos de no retorno porque la política es finalmente un medio de vida para personajes que no tienen ningún talento y no quieren trabajar: estafadores, ladrones, mentirosos y cobardes. Son los farsantes de la palabra, de las ideas, de las promesas. Herederos de los chamanes, los predicadores, los vendedores de elixires, de los curas, de los embaucadores, de los estafadores, los políticos siempre acaban por exasperar a los ciudadanos: prometen y no cumplen, roban, engañan. Para neutralizar ese sentimiento universal en el tiempo y en el espacio inventaron una fórmula genial: la democracia: todo lo que hacemos lo hacemos en nombre del pueblo. Esa fórmula llegó a convertirse en: “nosotros representamos al pueblo, que es soberano, pero que no conoce los resortes del poder que nosotros le allanamos”. La democracia es el poder del pueblo sin instituciones para canalizarlo autónomamente que no pasen por la representación política. Una fórmula ganadora.
Durante años el pueblo -sin nada que perder- cuando estaba hasta las trancas pasaba a cuchillo a sus políticos e instauraba un nuevo régimen que resultaba tener los mismos defectos que el anterior: los propios políticos. Se llamó revolución. Ancestralmente el precio del poder era la muerte. El cacique era sacrificado tras su mandato pues estaba amortizado y no era recicable. Era una buena fórmula que daba por sentado que el que ha probado poder nunca volverá a ser normal. Hubo que invocar el amparo divino (“por la gracia de Dios”) para evitar la condena. A aquella revuelta violenta del pueblo -la llamaron revolución- pero pronto fue desvirtuada de varios modos. Desde Clístenes hasta ahora las diversas facciones políticas utilizaron a Dios y al pueblo para justificar sus ambiciones de poder. Era de hecho una lucha por el poder entre facciones: la monarquía contra el caciquismo, la oligarquía de los nobles contra el monarca, del clero contra los seglares, los burgueses contra los nobles, el proletariado contra los burgueses, los liberales contra el proletariado, los anarquistas contra todos. Distintos perros con los mismos collares: la ambición desmedida de poder. La maraña legal fue otra añagaza para confundir al pueblo (cuando el pueblo se creyó que lo de la democracia iba en serio), pueblo inculto que difícilmente podría entender la jerga política.
Pero además -al principio del parlamentarismo- las facciones anteriores: caciquismo, monarquía, nobleza, clero, no tenían ningún problema en asesinar a los nuevos políticos si les estorbaban. Para defenderse se instituyó el aforamiento (la inviolabilidad). La dificultad de movilidad aconsejó la representación: un solo representante se desplazaba a la corte en representación del resto. Cuando estas instituciones no fueron necesarias los políticos prefirieron conservarlas y salvar el culo y el puesto. La política se había profesionalizado (término burgués). Lejos de ser una servicio a la comunidad se convirtió en un empleo, en una forma de vida para conseguir contra más dinero y prebendas, ¡mejor!. Inviolabilidad, representación y profesinalidad definen al actual desempeño de la política… sin ninguna justificación razonable en la actualidad.
La política es una teoría de la acción, en absoluto de la reflexión. No necesita explicarse; necesita hacerse visible. La retórica, una perversión de la razón que pretende convencer y no razonar, se convirtió en norma. No hacer y convencer se convierte en el meollo de unos políticos inviolables, cuya representación no está en juego y cuyos fines nada tienen que ver con los de los ciudadanos. Y así llegamos a la mentira sistemática. En un pueblo de pícaros la mentira es ampliamente disculpable. Y la mentira sirve, entre otras cosas, para salvar la responsabilidad en la innumerables cagadas que cometen, casi siempre intencionadamente (en su beneficio) pero también por su inutilidad amparada constitucionalmente (dispensa de títulos y de colegiación). No se puede gobernar sin votos y esa evidencia se transforma en que lo primero son los votos y después ya veremos. La profesionalidad de los políticos conduce al poltronismo, es decir, a que la silla sea lo más importante. Cuando la sicología social descubrió que reaccionamos genéticamente mejor a lo negativo que a lo positivo, los políticos iniciaron una confrontación en la que lo único importante era desautorizar al contrario: es la crispación. Pero además lo negativo se recuerda mejor, por lo que la mejor oposición es la que dice lo contrario (denostándolo) de lo que dice el Gobierno. Si el gobierno acierta… silencio, que para eso está; si el Gobierno la caga inmediatamente se afirma. ¡nosotros ya lo dijimos, porque nosotros sabemos gobernar! Todo ello se resume en la teoría del culo: salvarlo (la culpa es de otro); acomodarlo (el poltronismo) y el teorema del culo: al amigo el culo, al enemigo por el culo y al indiferente, la legislación vigente. Esto es la política pero hay más.
El sistema de partidos no funciona porque son institutos que se sobreponen a los propios políticos individuales. No tienen (a pesar de las primarias) democracia interna (¿Donde están las primarias en Madrid?) y han conseguido mediatizar las elecciones de forma que les favorezca de forma escandalosa: listas cerradas y clausuradas, números mínimos para entrar en el Parlamento o para formar grupo parlamentario, impedimentos al voto rogado, circunscripciones desiguales, instituciones alternativas para mantener a los políticos excluidos de los cargos en stand by, encuestas inductoras, etc. Hablamos de lo “legal” porque en la ilegalidad también se actúa: financiación ilegal de los partidos que propicia el dopaje electoral, manipulación de datos y fechas, manipulación del censo electoral, etc. Uno de los desajustes del sistema es el transfugismo que evidencia la discordancia entre los partidos (que hacen las listas y organizan los argumentarios) y los individuos (que poseen los escaños). Y así llegamos al fascismo que se opone a los partidos políticos (es partidario del partido único, el sindicato único y el líder único), a las ideologías (que generan a los partidos), a las elecciones (porque se oponen a la democracia). ¿Y qué nos propone a cambio?
1) Se parte de un análisis de la situación actual que demuestra que nada funciona, que estamos en un callejón sin salida, que cualquier tiempo pasado fue mejor (y recuperable). Que se necesita un cambio, no necesariamente institucional sino revolucionario. Y si la democracia tiene que sufrir… que sufra. Hemos perdido lo antiguos valores: dios, municipio, familia, y hay que recuperarlos. 2) Porque su democracia es la Nación: el conjunto de los ciudadanos enraizados en la historia, la geografía, la tradición… y el racismo (nada une tanto como un enemigo común). Lo que no quiere decir (como en la democracia) que el pueblo tenga nada que opinar. El líder, el partido único y el sindicato único interpretan sus anhelos y los colman. Evidentemente el patriotismo es la consecuencia directa: “el pueblo unido jamás será vencido (eslogan que sirve los mismo para los fascismos de derechas y de izquierdas). 3) La fuerza es el motor del cambio individual (el hombre ha vuelto) y del nuevo estado (la guerra). Los derechos se defienden por la fuerza, esa es la auténtica manifestación del macho dominante y del estado imperial. Lo que relega a las mujeres a un papel subsidiario. La razones son mariconadas que no conducen a nada. Por ciero, los maricones al paredón. Una raza pura no puede contemplar esas desviaciones. 4) El pragmatismo sustituye con ventaja a las ideologías. Existen muchas ideologías (hoy todavía más si añadimos las transversales) pero solo existe un pragmatismo utilitario. Los actuales fascistas enmascaran esa fuerza bruta en la fuerza del juego político (con gran dolor de su corazón), los pactos con facciones opuestas pero convergentes, las alianzas. Para derrocar la democracia desde dentro hay que seguir sus reglas. Como los fascismos históricos ya llegará el momento de dar el golpe de mano. 5) El coraje son los cojones para impulsar los cambios. En contra de las democracias, en contra del feminismo, en contra de la tolerancia, en contra de la solidaridad, en contra de la proporcionalidad. Hace falta coraje porque los enemigos son muchos y bien pertrechados. Machismo, pragmatismo y racismo conducen naturalmente al coraje, primo hermano del honor.
El fascismo nos enseñó que no basta que las cosa no funcionen para tomar cualquier solución, que no es la Nación la que representa al pueblo ni el patriotismo su expresión, que la fuerza es atávica (incluso en las ideas), que el pragmatismo es chaqueterismo pues no enraíza las formas a las ideas, y que el coraje no tiene valor si no se aplica en la acción adecuada. Pero además los fascismos históricos de derechas (Alemania, Italia, España, Japón) y de izquierdas (URSS) fracasaron. Nuestra democracia es una mierda pero es la mejor mierda posible (Churchil). Evidentemente tiene mucho que mejorar pero no hace falta cambiarla por un régimen que ya demostró su fracaso y sus carencias. ¿Por qué vuelve un régimen fracasado? Te lo cuento otro día.
El desgarrado. Mayo 2021.