» 12-05-2022 |
Seguir la política mundial actual es contemplar como la democracia en vez de afianzarse ha iniciado un imparable declive. Hace unos años veíamos como más y más países pasaban de la autocracia a la democracia. Hoy -aunque algunos países consiguen incorporarse, por la parte de abajo- por la parte de arriba, la de las democracias consolidadas, vemos que el autoritarismo y la pérdida de derechos individuales es imparable. Trump, Putin, Johnson, Bolsonaro, Marcos, el ascenso de la ultraderecha europea: Orvan, Le Pen, Abascal… La marca democracia se mantiene como nominal pero su contenido se degrada más y más. Fukuyama decretó el fin de la historia cuando a finales de los ochenta cayó el muro de Berlín y la URSS: la ideología comunista de Estado. El liberalismo quedaba como única ideología. Y como en todos los casos en que desaparece la competencia ese triunfo se está convirtiendo en autocracia. Los políticos (acabada la pugna de ideologías) compiten ahora contra sí mismos, con resultados desastrosos. La desafección de los ciudadanos por esa política autocrática ha conducido a que las elecciones sean como el festival de Eurovisión: el día en el que nos sentimos sujetos políticos -en un caso- o ciudadanos de Europa -en el otro-. Las elecciones son un festival de la democracia nominal. El resto del tiempo: ¡cada uno a lo suyo!
La pasión finalista, de culminar la tarea humana, ha sido constante. Hegel decretó el fin de la historia (una historia a la que había otorgado un protagonismo inusual, equivalente al de la naturaleza en la metafísica) con la arribada del absoluto (saber, ser, idea absoluta, libertad…), con el triunfo de la razón sobre el entendimiento. El fin (culminación) de la ciencia ha sido decretado muchas veces y las mismas veces ha habido que envainársela por la aparición de nuevas realidades impensadas. Lo que parecía culminación resultó ser complejificación. Si es así, ni la historia de las ideologías ha acabado ni la democracia tampoco. Vamos hacia ideologías más complejas y hacia una democracia mucho más enrevesada. El bipartidismo (tan metafísico él) hegemónico durante siglos, ha dado paso a un panorama complejo en el que la ultraderecha y la ultraizquierda se añaden a la fiesta -e incluso como en Francia- barren al bipartidismo tradicional. Podemos pensar que sigue siendo bipartidismo aunque más radicalizado pero la realidad es que las mayorías absolutas parecen haber desaparecido y el panorama político se ha complejificado.
Marcos (el hijo de Ferdinad e Imelda) gana las elecciones en Filipinas demostrando que el electorado no tiene memoria. La ultraderecha (directamente ligada al nazismo) asciende imparablemente en Europa y en Francia sustituye a la izquierda bipartidista en su lugar… lo que no es tan grave como la hegemonía de Orvan en Hungría. Bolsanaro arrasó en Brasil a pesar de su sesgo inequívocamente ultra. López en Méjico se envuelve en el populismo colonialista convertido en populista (ayudado por la derechona española que se niega a reconocer los excesos de la colonización). En España ningún votante con menos de sesenta años sabe quien era el dictador Franco… ni sus crímenes. Diaz la Madrid, suscribe la ideología fascista de VOX y tras cambiar la ley de becas para forzar la preponderancia de la enseñanza privada, cambia la historia que se debe enseñar en los colegios para intoxicar a los alumnos en un ejercicio de adoctrinamiento educativo. El PSOE no cambia la ley mordaza como esgrimió en su programa. Putin en Rusia se mueve en una popularidad del 80% mediante la intoxicación continua de la información a sus “súbditos”, y se enzarza en una guerra en la que amenaza con el uso de la fuerza nuclear mientras se pasa por el culo las reglas humanitarias de la guerra. En USA, los jueces nombrados por Trump, se van a cargar la ley del aborto (en contra de lo que dicen las encuestas que piensa la población), mientras gran parte de la población dispensa la toma del Congreso (arengada por su presidente) y ven al fascista Trump como la solución a sus problemas. Etc. Es evidente que no hace falta recurrir a los “salvajes” del tercer mundo para ilustrar la barbarie.
Pero los ciudadanos no somos ajenos a este giro al pragmatismo conservador (por decirlo suavemente) que se está produciendo en el mundo. La desafección de los ciudadanos por la política deja las manos libres a los políticos para hacer lo que mejor saben: robar. La idea generalizada (e infundida torticeramente en los colegios) de que la democracia es una empresa acabada y definitiva, hace que los ciudadanos se alejen de una participación política esmirriada (reducida al voto cada cuatro años, sin ningún tipo de democracia directa). La presunción de verosimilitud y de nobleza que poseen los políticos (y los medios) también ayuda. La masturbación política que hace que el placer de los políticos la puedan obtener ellos mismos mediante la legislación, la gestión, y la intoxicación, hace que ni siquiera deseen darnos por el ole; les basta con su onanismo. En pocas palabras, el mundo político y la sociedad civil son dos mundos disjuntos. El rechazo, de los que alguna vez confiaron en la democracia, es cada vez mayor y eso se refleja en dos actitudes ante el voto, que en vez de lamento de los ciudadanos se convierte en Red Bull para los políticos: el voto por descarte: votar al que todavía no la ha cagado (es decir los recién llegados) y votar para joder: a partidos anecdóticos (Pirata, Bacteria, Animalistas, Escaño en blanco, etc.). Evidentemente el partido que gana todas las elecciones es la abstención. El voto informado (molestarse en alcanzar un voto racional) no es opción para una ciudadanía excluida de la participación política fuera de la rendija electoral. ¡Uno sabe cuando no le quieren!
Si a las actitudes de los electores sumamos la desfachatez (que no quiere decir que no sean fachas) de los elegibles la cosa se desborda: sin preparación académica, sin moral, sin ética, sin escrúpulos… y probablemente sin urbanidad (educación social) los políticos solo están interesados en su poltrona y en su bolsillo, algunos pocos en el poder y uno o dos en la democracia. Que la democracia avance en estas circunstancias es imposible. No solo la corrupción es generalizada sino que además es amparada por sus compañeros mediante la omertá o mediante las mentiras ante el juez. Ellos lo consideran parte de su trabajo: evitar que los ciudadanos se descorazonen al saber la realidad de sus gestores de la democracia. Su desprecio por la verdad es mayúsculo: mienten en todo lugar y en cualquier momento (incluso cambian la historia. La mentira en su caso ha encontrado infinitos matices: engaño, intoxicación, populismo (decir lo que quieren oír), rumor, demagogia (argumentar de forma sesgada), programa electoral, mitin, periodismo afín, patriotismo, postureo, posverdad, etc.
Otras veces he dicho que la democracia es una arma en contra de las formas de poder que lo detentan: de los guerreros contra los sacerdotes; de la sangre contra los advenedizos; de los republicanos contra los monárquicos; de los aristócratas contra los monarcas absolutos; de los burgueses contra los lores; de los comunistas contra los capitalistas. Nunca nadie quiso darle el poder al pueblo pero siempre se invocaba como único candidato posible contra Dios, contra la tradición, contra la sangre, etc. La política se convirtió entonces en decir Diego donde dije: digo. Como “dijo” Hegel: la soberanía reside en el pueblo, pero eso no quiere decir que la gestione. La democracia es -y ha sido siempre- una falacia, un subterfugio, una pantomima. Deberíamos partir de ahí: la democracia es algo que todavía no hemos conquistado, que no existe. No es una tarea acabada sino una tarea por empezar. Hay que acabar con todos los simulacros: democracia orgánica, democracia representativa; democracia indirecta, democracia analógica, democracia popular. Solo existe una democracia: aquella en la que la soberanía y la gestión reside en el pueblo. La tarea a hacer es ingente. ¡Si te piensas que la democracia te la van a regalar… estás listo!
El desgarrado. Mayo 2022.