» 15-11-2021

Lecciones de política alternativa 90. El siglo de la exclusión.

Dicen que el SXX fue el siglo del PC: Partido comunista, personal computer, partidos constitucionalistas, conservadores, carcas… ¿Qué distinguirá al SXXI? Es posible que sea el siglo de la mujer, de la robótica, de las energías alternativas o el siglo del planeta o de los exoplanetas habitados. Todo eso sería lo positivo. Seré menos optimista y diré que el SXXI será el siglo de la exclusión. El fracaso del comunismo de Estado, el capitalismo desbocado, el ultraliberalismo, la desigualdad como meta, todo ello vaticina que la exclusión será la principal operación social. Todas estas operaciones se resumen en la desigualdad: la exclusión de enormes contingentes de ciudadanos, de la igualdad. El absolutismo de la desigualdad da paso a la “democracia” de la desigualdad. Probablemente sea el individualismo a ultranza, que ha desplazado cualquier forma de socialidad, lo que subyace bajo la desigualdad, individualismo que ha conducido a la competencia extrema por la vida, la desafección de la política o la ciencia y la formulación del: ¡por que yo lo valgo!

 

La primera desigualdad clamorosa de este siglo es la de género. Las mujeres han estado excluidas -y siguen- de la vida política, laboral, de la significación social, de la igualdad de oportunidades, etc. Se les ha “concedido” la igualdad de derechos individuales en el bien entendido que esos derechos son los derechos diseñados por los hombres para los hombres y no contemplan la “diferencia”. La Constitución matiza la igualdad al decir que la igualdad obliga a entender las situaciones diferentes como diferentes. No es así en la práctica laboral, judicial o de oportunidades. La igualdad se entiende como “café para todos” lo que permite a las mujeres ser igual de imbéciles que los hombres: emborracharse, drogarse, ser violentas, tener trabajos inasumibles como la minería, el ejército, la policía (tal como hoy se entienden), acceder al deporte de élite y, en general, a la competencia extrema. La igualdad permite a las mujeres ser como los hombres porque el modelo al que se mira el sistema es el masculino. La metafísica (nuestro sistema de pensamiento hegemónico durante 25 siglos) propone un modelo de ser humano calcado del masculino: racional, analítico y de acción violenta y obvia el pensamiento emocional, sintético y de acción de cuidado. Y todo eso conduce a que los jueces masculinos juzgan a las mujeres en cuanto hombres, los empresarios pongan un techo de cristal y un 30% menos de salario, penalicen el embarazo, y presuman que la analítica es mejor que la sintética simplemente porque es netamente masculina.

 

La situación de no-violentas juega en su contra puesto que no oponen la misma resistencia a la sojuzgación de la que oponen los hombres. Su conservadurismo visceral se adapta con facilidad al “statu quo” (por eso la derechona abogó por concederles el voto). La mujer se caracteriza por dar la vida y el hombre por quitarla. Esa es la diferencia. Diferencia que no contempla la ley, en absoluto. La igualdad que se ha concedido a las mujeres es la de ser como los hombres, modelo universal y hegemónico en este falocentrismo dominante. Su predisposición al cuidado (en vez de a la confrontación) las destina inexorablemente a ser las cuidadoras de todos, tal y como los trabajos del hogar le fueron adjudicados en exclusiva. Lo que cuando no trabajaba fuera del hogar podría ser asumible, pero hoy, ese trabajo es necesario para la supervivencia de la pareja, y por tanto, la adjudicación exclusiva del cuidado del hogar es injusto. Y lo mismo podríamos decir del cuidado de los niños, de los mayores, de los enfermos o del planeta. Temas que a los hombres no le importan en absoluto. Las mujeres están excluidas de determinados empleos y de remuneraciones equiparables a las de los hombres.

 

La exclusión de los altergéneros es también evidente. Si bien las leyes (como en el caso de las mujeres) adoptan la visión de la igualdad, la igualdad real, de facto, no existe. Determinados partidos ultras y facciones de partidos moderados están violentamente en contra de los homosexuales, transgénero y otros. Se les conceden derechos pero socialmente se les reprocha su misma existencia. Se les agrede, se les persigue y se les priva de la presunción de inocencia en caso de duda. Determinados países europeos siguen persiguiendo la homosexualidad con escarnio, mientras los más progresistas (si esta palabra puede ser aplicables a los políticos) se limitan a legislar sin procurar su cumplimiento. Bandas de jóvenes entienden que el castigo que no les da ni Dios, ni las leyes, deben aplicarlo ellos mismos. Y mientras la Iglesia (que sigue condenando la homosexualidad) se ha convertido en un refugio de pederastas impunes, con datos en Francia que oscilan entre los 100.00 y los 200.000 casos en los últimos cincuenta años. En España los obispos piden perdón mientras otros predican en sus púlpitos por su condenación eterna. Obviamente, del nacional-catolicismo… ni pío.

 

La exclusión de raza o religión es igualmente poderosa. Los migrantes se han convertido en una amenaza (para el empleo, la cultura, la religión hegemónica, el respeto a las mujeres, o quizás para algo más inconfesable), amenaza que se castiga con la muerte. En el fondo son el rescoldo del colonialismo que “adornó” a los europeos en los últimos cinco siglos. Expoliarles sus riquezas, sus tierras, sus creencias y sus vidas, convertirlos en europeos, es la clase de igualdad que les hemos ofrecido: nuestra religión, nuestra cultura, nuestras costumbres. Hoy les expoliamos hasta su música y sus remedios medicinales ancestrales (que las farmacéuticas se han apresurado a patentar). El racismo (nunca confesado pero siempre presente) es el miedo al extranjero, al diferente, al raro. Miedo militante que se resuelve con su muerte. Hoy, sin riquezas, ya no nos interesan y los rechazamos. Les enseñamos nuestro modo de vida, pero ahora no queremos que accedan a ello. Pero lo curioso es que los necesitamos. Necesitamos mano de obra esclava que nuestros nacionales (legítimamente) ya no quieren desempeñar. Y no solo eso. Los alemanes nos roban nuestros ingenieros y los ingleses nuestras enfermeras y médicos. UK necesita 200.000 camioneros tras cancelar la libre circulación de trabajadores por la aplicación del Brexit. En un país laico tenemos una religión oficial a la que se trata a cuerpo de rey.

 

Los jóvenes están excluidos del trabajo en una gigantesca operación de “educación” en la sojuzgación, el becariado, la precariedad, y la pobreza asalariada. El sistema necesita esclavos laborales para sustituir los migrantes a los que no se deja entrar. No es que no haya trabajo sino que no está al precio que los empresarios quieren pagarlo. Y por ello hay que “educar” a los jóvenes en la disciplina del trabajo esclavo. La generación mejor formada de nuestra historia no tiene ni trabajo ni seguridad en el empleo. Muchos se van al extranjero en un despilfarro de talento formado en España con dinero público. Y si vuelven será por la tortilla de su madre y no por un país que les ha dado la espalda y que les pone toda clase de trabas para poder votar desde su exilio extranjero.

 

Los viejos también están en estado de exclusión. El dinero que pagaron para su jubilación ya no existe. La “pirámide económica” que nos está prohibida a los ciudadanos es la forma de trabajo del Estado. Ahora todos los españoles tendremos que pagar las pensiones que el Estado se gastó en otras cuestiones como el despilfarro político y económico, la corrupción política y económica, los rescates bancarios, la asunción de efectos financieros tóxicos, la exanciones tributarias o la amnistía a los defraudadores. Porque la otra alternativa es que se les suba las cotizaciones o que trabajen más años. Y si enferman, su cuidado deberá ser familiar (de las mujeres de su familia), porque la ley de dependencia no tiene fondos (de lo que se jactó Rajoy) para asistirlos.

 

Los muertos de la guerra (el “glorioso alzamiento nacional”) que ellos mismos reconocen un golpe de Estado, están excluidos del conocimiento y del cariño de sus familiares, abandonados en cunetas y ribazos, mientras la derecha bloquea la ley de memoria histórica, legal y fácticamente. La represión de la guerra civil no ha acabado.

 

Los trabajadores están excluidos de un sueldo que les permita vivir dignamente, de la seguridad en el empleo, de los convenios laborales, de un salario mínimo razonable. Pero la cosa no puede sino empeorar. La robotización acabará con millones de empleos industriales y las plusvalías obtenidas lo serán para los empresarios sin que los trabajadores huelan ni un euro. El e-comercio por internet pondrá en la calle a millones de trabajadores del sector servicios. Las tiendas a pie de calle se convertirán en una rareza. La concentración de empresas ya no tendrá freno. Los productos industriales se venderá directamente desde la fábrica sin rebajar ni un euro del precio, La comida también adoptará el modelo. El futuro laboral es pavoroso y nadie está tratando de que esa desbandada sea ordenada.

 

Los ciudadanos estamos excluidos de la gestión política. Las instituciones de democracia directa no existen en España. El referéndum es una pantomima y las iniciativas legislativas populares, imposibles por no vinculantes. Las instituciones como las universidades que tienen autonomía están “ocupadas” por el poder político, como la judicatura, los tribunales de la competencia, de cuentas, etc. El voto -que es nuestra única rendija participativa- está mediatizada de tal manera por el poder que resulta inoperante. Las leyes mordaza, la ley de procedimiento judicial, la ley de tasas judiciales, los delitos de odio, la caducidad de las instrucciones de los delito políticos y societarios, recortan los derechos individuales de tal manera que nos convierten en súbditos. Nos excluyen de la política y de los derechos humanos.

 

El resumen es que todos los que no están incluidos, estará excluidos. Y estar incluidos es privilegio de los capitalistas y los grandes empresarios (las PYMES desaparecerán) por un lado, y los gestores (políticos, directivos societarios y gestores financieros) por otro. Todos los demás estaremos excluidos. Las empresas se harán tan grandes que serán demasiado grandes para dejarlas caer y los bancos seguirá aprovechándose de esa situación para tomar riesgos innecesarios en la seguridad de que serán rescatadas por unos políticos siempre dispuestos a rendir pleitesía a los poderosos. Quizás penséis que hay que aguantar para conservar lo poco que tenemos, lo poco de lo que no estamos excluidos. Os equivocáis. Nos lo quitarán todo, antes o después. Son insaciables y nuestra vida les importa una mierda. Ni siquiera necesitan nuestro voto. Simplemente con sus votos (los de los políticos) pueden llenar el Parlamento, las Autonomías y los Ayuntamientos. Somos superfluos. Solo podemos desaparecer: la exclusión definitiva.

 

El desgarrado. Noviembre 2021.

 




Comentarios publicados

    Añadir comentario


    Acepto las condiciones de uso de este sitio web