» 02-01-2022

Lecciones de política alternativa 92. La política y los jóvenes.

Hablo con mis nietos, hago campaña: ¡hay que votar! solo tenemos en nuestra esmirriada democracia esa única forma de intervenir en nuestro destino. Su cultura política es la misma que la mía sobre tik tok o los influencers. ¡Cada uno a lo suyo! Pero en mi speach percibo que son sensibles a algunos argumentos, sobre todo al que dicta que su futuro no solo está en manos de sus padres sino también de ellos mismos: lo que no votas hoy es lo que sufrirás mañana. Pero ¡bien! es verdad. Probablemente su voto (intoxicado, desinformado, mediatizado y manipulado) no servirá de nada, pero como diría Machado: “se hace camino al andar”. En una sociedad como la nuestra en la que “saber” es prácticamente una epopeya, lo que no nos podemos permitir es no haber actuado cuando pudimos hacerlo. La fiesta de la democracia (los comicios) no consisten en votar sino en votar desinformadamente. Eso es lo que conviene a los políticos y lo que procuran con ahínco. El voto es un trámite que no hubo más remedio que conceder al pueblo para desalojar a los anteriores poseedores del poder. (Dios, monarcas, dictadores, oligarcas, nobleza, etc.). Nunca nadie pensó que su soberanía fuera efectiva. La democracia es el poder del pueblo… pero sin el pueblo.

 

Pero la teoría de la democracia es buena, si no fuera porque su práctica es la continuación de la dominación con otro nombre. Si se cumpliera lo que dicen los papeles (la constitución y las leyes) las cosas serían de otra manera… aunque el texto es francamente mejorable y las prebendas de monarcas, políticos y sindicales son absolutamente desproporcionadas. La dominación y el conservadurismo (que nada cambie… o que cambie para que las cosas sigan igual como dijo Lampedusa) se han perpetuado durante milenios cambiando de nombre pero no de sesgo. Sus rasgos: la esclavitud, el racismo, el odio al extranjero (pobre), la discriminación de género, de los altersexuales o disminuidos (incluidos los viejos), el derecho hereditario a gobernar, etc. no han cambiado ni un ápice. Se han cambiado los nombres pero escasamente las actitudes. Ahora a la esclavitud se le llama contrato laboral, a los gays: perversos, a las mujeres: brujas, a los colonizados invasores-expoliadores, y a los bandidos: señoría.

 

Como tantas veces no hace falta cambiar la ley, sino cumplirla. ¡El teórico lo habéis aprobado, pero el práctico es un fracaso!: no sabéis, o no queréis conducir una nación. El problema es que os habéis adherido al poder de tal manera que ahora no se os saca ni con agua caliente. Y ese es nuestro problema, el de los ciudadanos (siervos, esclavos, súbditos), que no disponemos de armas para sacaros, para cambiar el estado de iniquidad que habéis creado. Hace años (muchos) la solución era la revolución. Cuando las cosas llegaban demasiado lejos se pasaba a cuchillos a los oligarcas y… Santas Pascuas. Pero a partir de la revolución francesa (una revolución de los burgueses contra la nobleza) los primeros instauraron el liberalismo-capitalismo, un sistema que se blindó frente a futuras revoluciones en occidente y se arrogaron el la legitimación de pueblo. Acabaron con la nobleza (el poder de la sangre) pero no acabaron con los privilegios que se guardaron para ellos mismos. Pero la revolución francesa (apoyada por los ilustrados y financiada por los propietarios in-nobles) fue la primera revolución del pueblo (si bien del pueblo propietario), excluida la revolución USAna que le ganó por pocos años, contra los detentadores del poder por la antigüedad, la prevalencia, la sangre, la fuerza… (Platón). Y lo hicieron en nombre del pueblo lo que estableció una nueva legitimación para acceder al poder: el pueblo. Nunca nadie pensó que esa legitimación que esgrimieron fuera otra cosa que un cambio de cromos, pero sesenta años después Marx encendió a los trabajadores en contra de los burgueses. El pueblo tomaba cuerpo.

 

Marx fue un genio pero cometió algunos errores (de burgués, por cierto, aunque también debidos a su contexto histórico): excluyó a las mujeres de su revuelta ¡cómo si no trabajaran!), pensó que su revolución (pacífica) empezaría por los países mas desarrollados y aceptó la dictadura del proletariado. Marx no fue un activista, fue un pensador que entendió a la perfección lo que hoy llamamos la economía política (la preeminencia de la mercancía y del dinero). Rusia entendió su discurso como revolución de los trabajadores contra los burgueses… en nombre del pueblo, evidentemente. Era una operación de desalojo del poder como la que protagonizaron los burgueses contra la nobleza, como lo han sido todas las revoluciones. Pronto se vio que el pueblo era sustituido por una oligarquía (el politburó), una monstruosa burocracia que repitió todos los defectos de sus predecesores, y como todo totalitarismo, acabó siendo sanguinario.

 

No ha habido más revoluciones contra los burgueses. Su sistema liberal-capitalista las ha taponado. Nadie se lanza a la calle si tiene casa, frigorífico y coche o mejor dicho, si debe la casa el frigorífico y el coche. Pero no por eso han dejado de maquinar para que su dominación fuera más y más amplia. En los setenta Reagan y Thatcher instauraron el ultraliberalismo que consistió en un contubernio con los gestores políticos, la aniquilación de los sindicatos, la estatalización del dinero y la sociedad del ultraconsumo. Pero ya no fue una revolución, porque todos somos burgueses. ¿Quién podría levantarse contra sí mismo?

La historia del poder es simple: cambian los sujetos pero se mantiene la esencia: la dominación. Nada ha cambiado desde que los griegos fundaran su democracia de patricios (propietarios) que excluyó a esclavos, extranjeros, mujeres y trabajadores: la oligarquía de la riqueza (que heredaron los romanos). No se puede negar que era mejor que la religión de estado, la monarquía o la dictadura, pero llamarla democracia fue pasarse tres pueblos. El pueblo ni estaba allí ni se le esperaba. Si embargo Platon lo nombra entre las legitimaciones del poder. Probablemente para él (y para su tiempo) pueblo (demos) eran los patricios porque el resto no eran ciudadanos. Probablemente apuntaba a un parlamento de patricios que nada tiene que ver con la soberanía del pueblo, pero que vio como una mejora de la sociedad que vivió. Las palabras importan. El resumen es que el pueblo no es una realidad democrática sino un expediente de legitimación, una coartada, un subterfugio, una palabra vacía. ¿Alguien más quiere llenarse la boca con la palabra democracia?

 

El desgarrado. Enero 2022.




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