» 07-08-2024 |
Debe quedarnos claro que cuantas clasificaciones y anidamientos inclusivos establezcamos son arbitrarios. El mundo no se nos muestra clasificado en partes sino que estas son puestas por nuestro intelecto como ayudas para comprenderlo. Férulas, muletas. Conviene separar lo que es conocimiento de lo que son simples estructuras de apoyo, recursos metodológicos para facilitar su comprensión. Cualquier clasificación dependerá del objetivo perseguido, el punto de vista adoptado o las circunstancias del caso. A todas esas circunstancias les llamamos categorías, tipos o modos de existencia, maneras de presentarse. Sin embargo nuestra debilidad por las estructuras en árbol, hará que veamos estas clasificaciones como lo más importante del conocimientos que estamos adquiriendo sobre el mundo. La estructura en árbol es causalmente lineal y simple. Entre ella y las estructuras en red (bidimensionales) se pueden situar estructuras de creciente complejidad: causalidad circular, compuesta, retroalimentada… Los modos de relación son múltiples.
La causalidad -tal como la aplicamos es inductiva (va de lo particular a lo general). De hecho va de lo particular fáctico a lo particular inferido… pero éste último tiene vocación de universalidad. Las causas solo son realmente útiles cuando son universales y susceptibles de ayudarnos en cualquier caso. Hume denunció la futilidad de la causa e influyó a Kant, lo que empujó a éste a tratar de armonizar el racionalismo y el empirismo. Se trata de inferir el antecedente disponiendo del consecuente, encontrar la causa disponiendo del efecto. Nunca sabremos inequívocamente si la causa encontrada es la verdadera causa o existen otra(s). Tal como afirman Cohen y Nagel el punto importante de la inducción no es su impotencia para hallar la verdad absoluta (la probabilidad puede ser tan útil como aquella) sino la negación de su necesidad lógica, lo eventual de su resultado. De ello deducen que la deducción no es el inverso de la inducción puesto que la primera es una inferencia lógica y la segunda no. “El arco del conocimiento” (el ascenso de lo particular a lo general por inducción y el descenso de lo general a lo particular por deducción) que presentara Platón y consagrara Oldroyd no es efectivo en cuanto inducción no se opone a deducción. Aristóteles trató de fundamentar la teoría de la causalidad pero solo consiguió enredarla con hasta cuatro tipos de causas distintas (material, formal, remota y final)
Una de las ideas más potentes de este proceso es la de forma/contenido, apariencia/esencia, significante/significado, fenómeno/noúmeno. Cada una de las dicotomías no es exactamente igual a las otras, pero se toman como equivalentes. Presupone que los objetos del mundo trascienden su presencia con una esencia o ser en sí inmutable y verdadera. La apariencia es engañosa (falsa) y la esencia certificada (verdadera). Esta división de lo sensible esconde la diferencia entre lo experimental y lo racional; la medida y el valor en sí. La cuestión viene de Pitágoras SVI adc y su religión de los números (“Todo es número”). La abstracción de la cantidad presupone el hallar un equivalente universal de todas las cosas: el número. La abstracción consiste en reducir todo a su magnitud, que a su vez puede siempre referirse a un número. El número (la cantidad) se convierte en el alma de las cosas. Los números pueden operarse (suma, multiplicación) de modo que todos los números pueden relacionarse mediante las operaciones formales. Esas relaciones entre elementos abstractos (los números) son aplicables universalmente conformando leyes de la naturaleza válidas en cualquier campo, pues todos los campos son reducibles a números. Salvando la distancia las operaciones (formales) con números son equivalentes a los silogismos: operaciones formales con proposiciones, cuyo objetivo es validar la inferencia, el razonamiento, hallar su verdad.
Tenemos pues dos maneras de afronta el mundo: mediante la experiencia, observándolo, midiéndolo, manipulándolo o mediante la razón infiriendo su esencia, verdad, o naturaleza en sí. Por su apariencia o por su esencia. La aplicación del número a la opción racional enseguida muestra que la exactitud, lo que de trascendente a su forma tienen las cosas, está del lado de la intelección del objeto, su operación con números, su razón. No olvidemos que la relación entre dos números, lo que hoy llamamos un quebrado o fracción se llamó originalmente razón. Supongamos que tenemos que repartir entre tres individuos cinco unidades (evidentemente susceptibles de división o partición). Mediante la experiencia podemos partir cada porción en tres parte y entregar a cada sujeto cinco de las nuevas porciones. Pero solo habremos pospuesto el problema pues la división en cinco proporciona parecidos o mayores) problemas. Podemos pesar mediante una balanza porciones de nuestros objetos a repartir hasta conseguir pesos o medidas iguales o cualquier otro medio que tenga como resultado obtener por comparación (analogía) tres partes equivalentes. Pero nunca tendremos una solución sino aproximada. La alternativa es operar con números: dividimos 5/3 y nos da 1.666… (¡con una exactitud infinita!) Esa es la cantidad exacta que corresponde a cada uno. Los problemas de la exactitud en la aplicación son los mismos, pero no así la determinación exacta de lo que corresponde a cada uno. En este ejemplo no obtenemos una ventaja sustancial (pensemos que no calculamos la división sino que también la aplicamos y eso solo se puede hacer físicamente, mediante la experiencia). Lo importante es que hemos accedido a la exactitud, a la verdad absoluta, al en sí de la cosa. Contra más complejas sean las relaciones y operaciones más nos alejaremos de los métodos aproximados.
Las leyes de la naturaleza (la ley de los gases, la gravitación universal…) se representan como relaciones entre variables y constantes (representadas por números) que arrojan resultados exactos (dependiendo de la exactitud de los datos y las relaciones). El ser humano había encontrado la perfección, la verdad absoluta, formal (como en el caso del silogismo). El número y las operaciones con ellos, dividen el mundo en dos: el fenómeno y el noúmeno, lo sensible y lo inteligible, lo empírico y lo racional, lo intrascendente y lo trascendente, la apariencia y la sencia. De hecho la experiencia, lo empírico corresponde a aquella primera forma del pensamiento que manipula las cosas del mundo en lo real, por prueba y error (o por la memoria de actos anteriores: experiencia) mientras que manipular las cosas en lo mental mediante números abstractos seria la forma racional de hacerlo. En ambos casos los problemas de aplicación a lo real, de materialización de lo perseguido… son los mismos. Una forma no sustituye a la otra sino que deben ser aplicadas sucesivamente según el mecanismo de la planificación: primero racionalizar y después actuar. La filosofía cayó en la trampa de oponer los dos sistemas de pensamiento y ahí seguimos, aunque el método científico ha terciado en el problema proponiendo el sistema hipotético-deductivo-verificado en lo real.
El desgarrado. Agosto 2024.