» 27-12-2019

Madre amantísima 3. La trascendencia.

Voy a seguir en esa empresa suicida que es hablar desde el lado de las hombres, de las mujeres. Tango que hacer una salvedad que me parece importante. Entiendo que el marco intelectual en el que estamos inmersos es absolutamente determinado por el hombre. Por lo tanto las categorías, los conceptos, los esquemas son absolutamente masculinos. Cada vez que me refiera a cualquier situación, posición, descripción estaré inmerso en ese marco y por tanto tintado de esa ideología. No se si entendéis (sin ánimo de menospreciar) que como diría Ranciére la división de los sensible es crucial. Las mujeres jugáis en una división de lo sensible marcada por los hombres. Solo hay dos opciones o aceptáis el marco y jugáis dentro de él, con las dificultades que eso supone (como hicieron los acadios al aceptar la escritura sumeria) o establecéis un marco distinto. La pregunta es si la idiosincracia femenina es proclive a establecer marcos. No soy yo quien tiene que responder a esa pregunta. Lo que está claro es que jugar todos los partidos en campo contrario no es una buena idea, o por lo menos, ecuánime. Sinceramente nunca he conocido a una mujer que haya establecido un marco absolutamente genuino de las mujeres. Las mujeres que aceptan las reglas de pensamiento de los hombres cometen un error. Nunca ganarán a un enemigo con sus armas. ¿O no es una guerra? ¿o no es una lucha?

 

Y con esta entrada establecemos el problema en las dimensiones que le atañen. Hasta ahora la mujer ha jugado en el campo establecido por el hombre: la metafísica. La metafísica es profundamente machista. Quizás es más que machista: es absolutista: solo existe un género: el masculino (cosa que defendería el sicoanálisis sin grandes dificultades). La ontología no diferencia entre el ser y, la ser El ser no tiene género, no porque tenga dos sino porque cuando se habla de ciertas cosas solo hace falta hablar de uno: el único. La metafísica se enfrenta a un mundo que desde la unicidad y separación del ser puede comprender el mundo (desde fuera, obviamente) y ese ser que puede comprender el mundo es evidentemente: el hombre. ¿De donde surge esta martingala? Lo avanzo: es la trascendencia.

 

El hombre es esclavo de la trascendencia. Viéndolos por la calle nunca lo sospecharíais. Pero es así. Para el hombre la vida es una vida para después de la muerte. El hombre no puede creerse que vaya a desaparecer, a convertirse en polvo. El hombre es trascendente. Ha inventado miles de argucias para que la muerte no acabe con él, desde las físicas: la violencia, hasta la síquicas: religiones, esoterismo, magia, etc. Todo menos perecer. ¿Quiere eso decir que las mujeres se conforman con perecer.? No exactamente pero casi. La manera de trascender de las mujeres es la progenie. Sus hijos (siempre ciertos) continuarán su linaje. Las mujeres aceptan el mandato biológico de que hay que morir para que los hijos vivan. Los hombres no. Los hombres aspiran a la inmortalidad que no es otra cosa que la trascendencia. Las mujeres no se enfrentan a sus hijos, los hombres sí. Los hijos son la prueba de que tienen que morir. Para las mujeres los hijos son la prueba de que la vida sigue. Multitud de reflexiones masculinas nos hablan del miedo a la muerte. ¿Es así? ¿Es el miedo a la muerte un concepto universal o de género? Cuando las madres mandan a los hijos a la guerra mandan una parte de sí. Cuando los políticos mandan a los soldados a la guerra mandan una parte de otro.

 

La religión, la ciencia, el arte, la política o la construcción son las argucias de los hombres para trascender. Igual que no hay gatos policías nunca he conocido ninguna mujer que quisiera trascender por ninguno de esos métodos. Quizás quieran demostrar que ellas son capaces de igualar a los hombres pero no de trascender. Como he dicho antes, trascender sería romper la cadena de la herencia. Hay que dejar el mundo a los hijos y la inmortalidad (la trascendencia) sería hacer trampa. Lo mejor hacia los hijos implica la muerte de los padres (de las madres en este caso). Resumiendo el hombre es trascendente y eso lo empuja a ver el mundo como trampolín y no como realidad. Su ambición de saber es insaciable. La magia, la alquimia, cualquier modo vale para trascender. Si la ciencia y el arte son las manifestaciones positivas de esa loca ambición, la dominación, la violencia, la magia, la alquimia, el negacionismo son las manifestaciones negativas… sin ánimo de ser exhaustivo.

 

La cuestión es que ese afán de trascendencia ha conducido al hombre a un espíritu analítico que contrasta con el espíritu sintético de las mujeres. Las cuatro patas de la metafísica: la cantidad, la verdad, el concepto y la igualdad son cuatro simplificaciones (abstracciones) que permiten el establecimiento de la abstracción-universaiización-ley, el mejor -hasta ahora- método de reflexión jamás creado. Es evidente que esas directrices han conducido al hombre (y a la humanidad) a un desarrollo espectacular. Y es evidente también que los hombres decidieron que las mujeres no podían participar de ese método. Si bien las mujeres no tenía la afición o la tendencia que los hombres tenían por la metafísica también es verdad que simplemente tenían otros intereses. Pero como hemos dicho las normas las ponen los hombres y esas normas reducen a la mujer a un ser inferior, falto de inteligencia, relegado al hogar y al cuidado de la prole y con un desmesurado interés en su propia imagen. A partir de la Ilustración la razón (conglomerado de cantidad, concepto, verdad e igualdad), es decir el éxtasis de la metafísica, se erige en la cúspide de la inteligencia, desbancando a las mujeres cuyas potencias intelectuales:  Intuición, instinto, eficacia, practicidad, empatía, relacionalidad, esteticidad, etc. quedan relegadas al menosprecio.

 

¿Donde está la trampa? La trampa está en la partición de lo sensible. El hombre divide lo sensible (ordena el mundo) de modo que sus cualidades intelectuales sean determinantes mientras las de las mujeres sean deleznables.  Esta simple reordenación de la realidad supuso que el mundo fuera masculino y las mujeres fueran expulsadas de la realidad. El imperio de la razón no es una opción intelectual sino un modo de exclusión, de dominación, de marginación. En la actualidad se barajan nuevas formas de inteligencia al margen de la razón como la inteligencia emocional, deportiva o relacional que abren, por fin, el panorama de la inteligencia a posibilidades extrañas a la metafísica, y por tanto, a las mujeres. ¿Es posible hacer un mapa actualizado de la inteligencia? No. Estamos muy lejos de establecer ese mapa porque el hombre no tiene ningún interés en perder su hegemonía. Pero estamos en ello. El radical vuelco que el nuevo sistema de pensamiento que parece sustituir al metafísico tradicional de abstracción-universalización-ley, el sistema base de datos-computación-retroalimentación puede romper la hegemonía de los hombres en su cómodo papel director del marco de juego. ¡Esperemos!

 

El desgarrado. Diciembre 2019.




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